domingo, 20 de noviembre de 2022

Imaginario verbal


La literatura posee esa demarcación agreste donde el lazo entre quien escribe y quien lee es misterioso y, en cierto modo, inexplicable. Para un escritor curtido en el ejercicio de la escritura, como es el caso de Manuel Longares (Madrid, 1943), esa conexión entre la escritura y la lectura cobra sentido, más si cabe, cuando la palabra, o mejor dicho, el lenguaje encuentra su competencia y alcanza al lector para entenderse con él, con su realidad o con otra que estaba oculta e, incluso, alentándolo a escapar de sus límites. El mundo de la literatura, en definitiva, viene a decirnos que el poder de persuasión de la palabra es alto, ambiguo y frágil. Y por eso mismo, los que hemos leído a Longares también hemos percibido en sus libros el sentido de su escritura como reto del lenguaje que da derecho a otra mirada, a otra vuelta de tuerca, y si es menester, a ponerlo todo del revés.

En La escala social (Galaxia Gutenberg, 2022) nos encontramos con un nuevo reto de Longares, en esta ocasión, ejerciendo de fotógrafo narrativo, tomando instantáneas de perplejidades que le vienen de la realidad para verterlas en el molde comprimido de su propia invención. El libro se presenta concebido bajo esa idea: un álbum de sesenta microrrelatos distribuidos en cinco capítulos de doce historias cada uno. Aclara el autor en el arranque de su nueva entrega que: “No existe entre ellas relación argumental y ninguna supera las doscientas palabras. Son requisitos que, además de singularizar este proyecto, influyen en el desarrollo de la idea, el suceso o la intriga que sustentan el entramado de la fabulación”. A su vez, en todos ellos, destaca el empleo de la síntesis y de la elipsis, como factores determinantes y fundamentales del objetivo empeñado en esta su última andanza literaria.

De sus rasgos formales, como son: la ausencia de complejidad estructural, la mínima caracterización de los personajes, la condensación temporal y espacial, la importancia del título, también se aprecia su carácter experimental, es decir, encaminado a reducir el texto a su mínima expresión, en un solo párrafo. En esa depuración máxima suya encontramos, a su vez, una intencionalidad fulgurante para que el lector se incorpore activamente al texto, desde el inicio de cada pieza hasta su punto final, para resolver el enigma que se plantea, para rastrear en el puzzle narrativo propuesto por el propio autor y encajar las piezas que percuten en él y esconden pasajes, anécdotas, estampas teatrales y carnavalescas escritas con sumo desparpajo.

Por aquí transcurren episodios de la vida corriente, algunos con aire del marqués de Santillana. También se deja ver la presencia de una humilde mujer a la que llaman la santa en el barrio de Salamanca, así como calles disfrazadas de carnaval, con lances esperpénticos de caballería, en un Madrid del siglo XIX. En otra estancia observamos a un profesor en un aula instando a sus alumnos a escribir un cuento, sin olvidarnos del relato del perrito que acompaña a su dueña, una anciana, a la que le regala placentera compañía. En muchas otras piezas lo sepulcral, el costumbrismo, la temperatura ambiental, el disimulo, la mitología y el propio extravío de sus protagonistas se hacen eco de lo insólito y caprichoso de sus historias. En resumidas cuentas, todo un friso social de mini contiendas narrativas jugosas siempre abiertas a la parodia, al humor y, también, al asombro y a la tristeza.

Longares ofrece un conjunto de historias incitantes, encapsuladas en una suerte de arte poética que le brinda el microrrelato. Son piezas ambientadas bajo el mismo escenario de un Madrid del siglo XX, llevado,a veces, al de hace dos siglos, que representan ese inefable momento en el que se dan a conocer. En La escala social se aprecia un inquebrantable fervor por la literatura. Se examina el ambiente social de forma perspicaz e irónica, por medio de una argucia que permite al autor hilar pequeñas tramas a través de fragmentos narrativos a modo de estampas que insinúan el pálpito de una ambientación propicia, más que los de una historia con final desafiante y revelador.

La literatura tiene mucho que enseñarnos sobre la vida, la muerte y el discurrir de lo que existe a nuestro alrededor, pero también refleja el poso de la memoria, de la Historia, de lo vivido e imaginado y de lo que todavía no ha llegado a ser, pero que se sueña. De todo esto saca punta Longares, narrador de larga trayectoria, para estampar en pocas líneas, por ejemplo, una epifanía surgida desde el seno de la vida de dos gemelos, desde un campanario de una catedral, o le vale igual, desde lo acaecido en la esquina de su ciudad, destapando el misterio de ciertos murmullos de la noche de Madrid, escenario de sus ficciones.


Manuel Longares sabe desde qué ángulo presentar sus historias y anécdotas en esta nueva tentativa narrativa, valiéndose del sesgo poético y experimental de una escritura que parte de la realidad, espolvoreada con un lenguaje de soplo irónico e incisivo, sin apenas maquillaje. Es en esa demarcación desconcertante y subversiva donde se ajustan las hechuras de su libro, como juego literario de un imaginario verbal que es, al fin y al cabo, lo que distingue a la buena literatura.


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