sábado, 30 de septiembre de 2023

Juego de destreza


La novela policíaca apela ante todo a la inteligencia. En ella se plantea un misterio a resolver. Y es ahí donde radica el atractivo de su historia, que se completa con otro fundamental y necesario: la satisfacción de inmiscuir al lector a ejercer su sagacidad en el desarrollo de los acontecimientos a fin de llevarle a resolver el misterio planteado, aunque su implicación pueda conducirle por un camino paralelo respecto al problema central. Por tanto, su mérito no es otro que lograr que el lector quiera saber qué sucede después, no por suerte ni por intervención del más allá, sino gracias al ingenio, la inteligencia o el valor de quienes propician el esclarecimiento de lo ocurrido.

Me parece más que sugerente que en ese juego de destreza encarnado por la novela policíaca siga teniendo vigencia, al menos en su espíritu, el papel desempeñado por la figura del detective Sherlock Holmes. El protagonista creado por Conan Doyle, continúa, hoy por hoy, siendo fuente de inspiración en el género. Se le considera, en su papel, el gran experto en el examen de detalles para extraer las conclusiones del misterio a resolver, cuya revelación final de la verdad concede una absolución indirecta a todos, salvo al culpable. La saga de Sherlock Holmes responde a esa idea de novela-enigma o novela-problema tan característica y atractiva de mostrar el coraje y la pasión por la justicia.

El atractivo de Holmes persiste, como digo, no solo en los lectores, sino también en novelistas que, como Arturo Pérez-Reverte, confiesan que narrar historias no es sólo un ejercicio de creación, sino también una forma de recobrar, incluso de reescribir, libros que en otro tiempo amaron y marcaron su manera de mirar y entender el mundo, la literatura y la vida. El problema final (Alfaguara, 2023) responde precisamente a la voluntad de recuperar ese candor de lector, que se presta a jugar a la intriga de una trama policial, mezclada con la seducción de la escritura. Ambos impulsos constituyen el verdadero motivo del autor de El Club Dumas, una oportunidad y un desafío por reescribir un ingenioso relato policial, un guiño narrativo en el que se confabulan la verdad y la ficción con el enigma y la mentira, cuyo título nos remite a uno de los mejores relatos de Conan Doyle.

Pérez-Reverte monta un artificio narrativo en el que el ingenio, el misterio y la emoción conforman un engranaje de novela policial que rinde tributo a la literatura de suspense y, a su vez, a un personaje clásico y fascinante, como Sherlock Holmes, cuya brillante inteligencia deductiva nos cautivó y sigue aún relumbrando en nuestra memoria lectora. En su novela, quien suple al famoso detective de Baker Street no es otro que el actor británico Basil Rathbone, lejos ya de las carteleras cinematográficas. Comparece aquí como Hopalong Basil, alojado en un hotel de la isla griega de Utakos durante el verano de 1960. Allí, junto a otras ocho personas que también se hospedan en sus mismas dependencias, se verá implicado en el examen de un suicidio con ciertos indicios de asesinato. Un fortuito temporal obliga al confinamiento de todos durante varios días, impidiendo que la policía de Corfú acuda al recinto para hacerse cargo del caso.

Tras este contratiempo, los allí reunidos deciden encomendarle al actor la investigación preliminar para determinar las causas de dicha tragedia. Basil acepta el reto y se une a él como colaborador, a modo de doctor Watson, el español Paco Foxá, escritor de novelas policíacas de quiosco que presume tener una solvente teoría sobre el funcionamiento de la novela de misterio. Las conjeturas que ambos irán sacando a relucir nos dejan ver un entramado operativo que darán pie a jugosas especulaciones respecto a la realidad que les incumben como a la propia exigencia del género y al propio arte narrativo del engaño. “En las buenas novelas con enigma –le dice Foxá– la solución está a la vista desde el principio”. Estas interlocuciones responden al interés de Pérez-Reverte en dar visibilidad a abundantes notas y citas en torno a la técnica narrativa detectivesca, donde “las mentiras pueden revelar tanto como la verdad, si se les escucha con atención”.

Parte del atractivo de esta novela está en ese juego dinámico establecido por Basil y Foxá de fomentar discusiones relativas a la dialéctica de cómo concebir la novela policíaca, para darle validez y hacerla compatible con la tarea de investigación en la que andan metidos en su intento de llegar a la verdad de lo ocurrido, conscientes de que el asesino intenta engañar al detective, lo mismo que el escritor se propone engañar al lector. Y, desde luego, cuanto mejor es el engaño, más eficaz resultará el libro.


La pericia como está resuelta la trama del libro es extraordinaria, basada en una idea permanente de dar lances y percusión al sentido práctico de cómo llevar a cabo una investigación policial minuciosa. El problema final es también un virtuoso manual del género, una novela fiel a su esencia, que percute en las propias pesquisas del lector.

Pérez-Reverte firma un estupendo libro, quizá uno de los mejores de su producción, una novela inteligente, escrita con mucho gusto literario, que mantiene el suspense hasta el final y que apuntala, de manera brillante, el juego de destreza que concita la buena literatura policial.

lunes, 25 de septiembre de 2023

Encrucijada personal


Todos tenemos una mente gradualista: si las cosas siempre han sido de un determinado modo, ¿por qué van a cambiar de pronto? La humanidad lleva doscientos mil años viviendo en el mismo planeta, ¿por qué tendría que hundirse todo precisamente en este momento? Parece improbable, en efecto. Incluso los científicos tienden a pensar así, y por eso nos cuesta creer en las grandes catástrofes, como la extinción de los dinosaurios. Pero resulta que precisamente vivimos en una época en la que todo está cambiando. Y de manera drástica. Nos pasa justamente a nosotros. Los fenómenos que veremos en los próximos años serán cada vez más extremos. Cuanto antes lo aceptemos, mejor para todos.”

En esta elocuente y severa reflexión que expone el protagonista de Tasmania (Tusquets, 2023), la nueva novela de Paolo Giordano (Turín, 1982), autor de La soledad de los números primos (2008), se podría resumir, en buena medida, el estado de malestar global por el que transitan los personajes de su obra más reciente. Y aunque estos renglones aparecen al final de la primera parte del libro, y responden a un sentir de que el progreso sigue hasta ahora ciego, sin saber adónde va, la novela arranca desde una perspectiva de encrucijada personal en la que el narrador anda angustiado con su pareja ante la dificultad de tener hijos. Las dudas persisten cuando plantean su conveniencia para traerlos a un planeta castigado por tantos desastres medioambientales y amenazado por un cambio climático sin freno.

El libro nos sitúa en noviembre de 2015, un año en el que el narrador, trasunto de Giordano, que escribe artículos para el periódico Corriere della Sera y tiene un doctorado en Física, acude a París, como enviado especial del rotativo italiano, a una cumbre sobre el cambio climático, pocos días después de los atentados yihadistas de ese año, llevando consigo su crisis existencial, sin poder aparcarla, en búsqueda de poner sentido a todo lo que le concierne: su mundo, su yo y Lorenza, su pareja, mientras prepara un libro sobre los efectos radiactivos de la bomba atómica. La escala de observación suya le permitirá vislumbrar que su preocupación es similar a la de otros muchos: “en la necesidad de encontrar, en cada trance difícil de la vida, algo aún más difícil, más urgente y amenazador en lo que podamos diluir nuestro sufrimiento personal”.

Tasmania es un título simbólico que señala un lugar en el mundo propicio para la resistencia y el amparo del resquebrajamiento mundial, una isla situada lo bastante al sur como para alejarse de las temperaturas extremas, que posee además grandes reservas de agua dulce y abundante flora. La novela responde a esa necesidad de esperanza ante la fragilidad del mundo, y nuestra condición de sujetos finitos y precarios, que somos más lo que nos pasa que lo que decidimos, que sospechamos que habitar el mundo es existir siempre en un trayecto, en una encrucijada en la que los cataclismos y la acción trágica humana han propiciado desastres tremendos como la bomba atómica, la peor devastación que la humanidad ha podido soportar a lo largo de la historia. Aquí está presente la memoria de Hiroshima y Nagasaki. Aquí se da valor a los datos: “En los datos no hay más que la verdad sobre el mundo”.

Giordano responde a todo este sentir con su relato, tal vez el más personal de todas sus novelas, en el que vuelca que existir es habitar un juego de disonancias. En ese malestar que deambula por las voces de sus protagonistas, también hay vislumbres para la esperanza que está del lado del futuro. En ese umbral de espera, el autor inscribe a la ética científica como salvaguarda para habitar responsablemente el mundo que vivimos. Ser y estar en el mundo, viene a decirnos, es habitar un tiempo, una tensión y un vínculo tan complejo que obliga a no desentendernos de su continuidad y abandonar la inacción generalizada de los gobiernos ante el peligro real del cambio climático.

Esa es la cuestión que merodea por toda la novela: el mundo y su cuidado como algo inseparable. El libro de Giordano posee una dimensión no solo moral, sino también de gestos. Por eso rinde tributo en diferentes pasajes a la tragedia que devino tras el estallido de las bombas atómicas que cayeron en Japón en 1945: un clamor que sigue percutiendo en las meninges de todos y que busca dimensionar el alcance irracional de la condición humana. Resuenan palabras que hablan de la incertidumbre y vulnerabilidad del planeta, al igual que la de nosotros mismos. El libro no pierde en ningún momento su hilo reflexivo en lo personal ni en lo colectivo. No hay otro elemento que destaque más que este. Eso sí, en los diálogos encontramos un rasgo de honestidad con la que pretende obtener una resonancia con el mundo que habitamos que se ajusta perfectamente con las propias vivencias de los personajes.


Tasmania es una novela vivencial y de tesis que congrega en sus páginas reportaje, autoficción y ensayo, y nos brinda una lectura sugerente y amena sobre la complejidad del mundo, con un radiante pasaje final en el que el narrador da vuelo a su imaginación recordando el fluir de millones de átomos por el espacio exterior, cuando nuestros cuerpos se conviertan en polvo errante por las alturas durante miles y miles de años: “¿Será lo que, en otros contextos, llamamos “alma”? ¿Y será posible entonces que todos los muertos sigan existiendo así, en forma de radiación?”

miércoles, 20 de septiembre de 2023

La poesía está en la vida


No nos equivocamos al afirmar que no hay poesía sin poema y que no hay poema sin poeta. La poesía no puede dejar de definir y redefinir sus fronteras. Decía Paul Celan que todo el que ha participado en conversaciones sobre la poesía, lo poético, ha tenido la sensación de que tales conversaciones normalmente no tienen fin. Tal vez esa pretensión de infinitud, abriga siempre una revelación de lo que ya sabemos y olvidamos, como advertencia del lenguaje para rescatar el tiempo y sentirnos comunicativos de lo que se vive en el mundo, un empeño que nace de la vida y la rebasa.

Para Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950), la poesía nace con la naturaleza y la conciencia de lo humano, asomada a la realidad del discurrir del tiempo, en la sensación de estar inevitablemente interconectada con la muerte: “Somos hijos de la muerte y del poema... Es el instante en que nace la muerte y la primera respuesta frente a ese hecho absolutamente inconmensurable, incomprensible, aterrorizante, es el poema. En ese momento comienza lo humano. El lenguaje es antes que nada el conjuro que levantan los hombres frente a la muerte”. Pero también para él, la poesía es una trinchera en todas las dimensiones. En la poesía está todo, apunta: “Todo lo que sucede, todo lo que va a venir”.

Todo este veredicto, significado y pensamiento en torno a la poesía viene desarrollado con sumo intercambio de vestigios e infinitas miradas en este volumen de Ensayos reunidos (Random House, 2023) recientemente publicado. Cada ensayo articulado refleja una tentativa en vislumbrar que la poesía no es un mundo aparte, sino una parte del mundo. Todos ellos, como bien apunta Carlos Peña en el estupendo prólogo del libro, examinan la relación que media entre la poesía y el mundo, entre el poema y la vida: “la sospecha de que la poesía muestra la condición humana, la promesa que la ilumina y el momento que la defrauda”. En esa idea que compagina la experiencia humana y el propio lenguaje, Zurita vuelve una y otra vez a exaltar la disposición de la poesía: tomar la voz y ocupar un cuerpo, un tono y unas palabras.

En estas páginas reunidas hay todo un semillero de voces, de autores y libros que transitan desde Homero, Sófocles, el Evangelio, Dante, el Inca Garcilaso, Vallejo, Huidobro o Neruda, entre otros muchos, para hacer valer que en todos ellos hay un origen de hacer literatura para conjurar el desencanto de la existencia, un asidero que constata darse cuenta de que en el fondo somos una multitud de ausentes que nos antecedieron y tomaron la voz, y de que “todo lo que leemos es una dimensión de nuestro porvenir” puesto en sus palabras. Leer viene a ser para él hacer presente el futuro, igual que para la poesía el futuro puede tener relación con el curso de la historia, con lo sucedido antaño.

Aquí dentro se encuentra el alma de Zurita, nos percatamos de sus obsesiones y, también, de la relación entre su obra y su vida, lo mismo que sus lazos con otros autores y con la pintura. Sostiene que todo arte se funde con las demás artes, lo mismo que considera que toda obra de arte sobrepasa sus fronteras. Por eso le interesa tanto al poeta aquella obra que sea el correlato de una vida. El arte, viene a decirnos, te da esa posibilidad. Deja ver que le obsesiona la imposibilidad de tener una voz propia. Considera que en la escritura hay montones de personas que toman la voz, y que ninguna, en su caso, es Zurita. Por eso cree que la voz propia no es más que la ocasión para reunir todas esas voces sin saber cómo.


No cabe duda de que estos Ensayos reunidos, escritos entre 1996 y 2023, dejan ver la esencia poética y literaria de Raúl Zurita, y forman un libro de lectura gozosa, que revela la mirada de un poeta curtido frente al mundo, examinando cómo vivir necesita su liturgia y alimento, algo que la poesía dispensa para entender el mundo y, de paso, para desmadejar en palabras lo indecible de la vida y de la muerte, e intuir, al mismo tiempo, la posibilidad de entretejerlo y conformarlo en un poema.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

El dolor de las madres



El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí. [...] En el momento en que el doctor puso por primera vez a mis hijos contra mi pecho, cuando lo que no era se tornó hueso, carne y sangre, lo supe: un día las tijeras de Átropos cortarían el hilo y la separación de mis hijos sería inapelable. Y eso yo no era capaz de aceptarlo. “¡Que no me vuelva loco, loco no, dulces cielos!”, vociferaba el rey Lear, golpeado por la tormenta, la traición y la culpa en su camino inexorable a la locura. [...] ¡Yo no quiero estar loca!, grité en silencio, pero ese cielo sin estrellas no estaba dispuesto a escucharme.”

En estas líneas extraídas del arranque de la novela La historia de los vertebrados (Random House, 2023), se condensa el alma herida de su narradora, una mujer trastocada inesperadamente por el hecho de asumir el cuidado de sus mellizos recién llegados al mundo, el mismo día que acaba de obtener su acta de diputada en el Congreso. Pese a todas sus repercusiones físicas, emocionales y psicológicas, Mar García Puig (Barcelona, 1977) ha querido contarnos, mediante un potente texto narrativo y ensayístico, esa quiebra personal, ese colapso sobrevenido tras el parto que pueden tener muchas madres, y que, hasta hace poco, ha estado acotado por un consentido silencio durante siglos de ciencia, mitos y conductas sociales, sujeto a la idea de que, fuese como fuese, así tenía que ser y así debía de aceptarse: sin quejas.

García Puig se vale de su experiencia personal para convertir su relato en una historia íntima nada complaciente que refleja también lo que la sociedad está cambiando, pero que aún no parece suficiente como para confirmar que el posparto, feliz o amargo, deba ser algo de lo que se puede hablar con libertad, atenciones y sin complejo de culpa. Y a este respecto va más allá al señalar que: “No hay curación total posible para el que no asume la incertidumbre como parte de la existencia”. Sitúa su examen de la maternidad en otro posible espacio en el que circunscribir a la mujer en ese rol determinado al que Virginia Woolf daba el nombre de «ángel del hogar» y fija su atención en la llamada «locura puerperal», «manía láctea», «melancolía de embarazo» o «locura de lactancia», términos que aluden a la salud mental y al discurrir de esta realidad propia de la mujer a lo largo de la historia.

Rastrea precisamente, a lo largo de lectura de libros sobre la salud mental, desde un punto de vista filosófico o historiográfico, el rol de madre en sus dolencias posparto dentro del ámbito del hogar. La realidad es que hoy se vive esta dolencia en la maternidad con mucha más soledad que antes. Quizás tenga que ver cómo asumían en generaciones pasadas la crianza de los hijos, de forma más parecida a una tribu, más enraizada con el vínculo ancestral de sus miembros. Parece que los cambios sociales y laborales del pasado siglo han propiciado que todo ese arraigo solidario de antaño se haya resquebrajado y se haya convertido en una encomienda de asunción individual, manteniendo su misma lógica e impacto, aunque menos solidaria.

La historia de los vertebrados es un libro vivencial escrito en capítulos breves, con una prosa admirable, con páginas tremendamente impactantes, un relato ensayístico que sacude de arriba a abajo a cualquiera. La documentación de libros consultados por la autora, además de extensa y erudita, es sometida a un análisis profundo, y traída a colación mayormente de acontecimientos del siglo XIX, como referente de situaciones que aún siguen vigentes y conservan la memoria de tantas mujeres que, al igual que su autora, han tenido que forjarse con los trastornos del posparto, hasta combatir y superar su bloqueo mental. Algunos de sus textos le han valido “para contribuir a eliminar el estigma que rodea a menudo esta temática y reclamar su universalidad más allá del sexo de quien lo lea y de su identidad como madre”.


Es esto último lo que mejor saca a relucir Mar García Puig en su estupendo debut literario: trasladar al lector no solo la historia de sí misma, sino extendida a más mujeres, trayéndola así como testimonio individual y colectivo, y como acto narrativo que aspira a convertirse en una secuencia temporal vívida y mutante de lo que significa perder la cordura sin tener que renunciar y olvidarte de los tuyos. Por eso, y por más razones que aquí se dicen, las madres siguen siendo quienes son, seres combativos y tenaces pese a la adversidad.



miércoles, 6 de septiembre de 2023

Pese a todo


«¿Y quién puede discernir en la vida lo auténtico de lo ficticio? En la Historia más rigurosa, ¿podemos acaso evitar la infiltración de lo imaginario?», se preguntaba en su momento, Azorín, a la hora de hablar de cómo la crítica debería acometer su misión de explicar genéticamente una obra, captando su origen y desarrollo hasta el resultado final de la misma. Por eso mismo, el efecto máximo de la lectura está en dejarse poseer por lo ajeno, por el propio texto, la visión, la mirada y la expresión de otro. Es decir, a los lectores nos conviene partir de una postura generosa y receptiva, al leer. Incluso sin importarnos que aquello que el autor cuenta se convierta en verbo reflexivo por propia decisión: contar se convierte en contarnos.

Todo este discernimiento liminar se deja ver con mucha sutileza en Sirimiri (Editorial Milenio, 2023), debut literario de Araceli Cobos (Baracaldo, 1976), una novela que va trenzando su trama, por medio de sucesivos capítulos cortos, con una sencillez tan notable como eficiente para llevar al lector en volandas a través de una historia situada en los años ochenta en el pueblo vizcaíno de El Valle. La infancia y juventud de Ana, su protagonista, conforman el núcleo del relato. Con emoción y destreza narrativa, Ana va desmigajando anécdotas y vivencias provistas de alegrías y angustias, dejando ver unos años nada fáciles y, a veces, duros para los vecinos de una población industrial, la suya, agitada por la crisis siderúrgica, la expansión de la droga y la creciente actividad terrorista, con no poco desasosiego e incertidumbre.

El retrato que realiza de esa década y de la cotidianidad de sus familiares y convecinos, nos retrotrae al contagio ambiental de la población y su estado de ánimo convulso. El tiempo climático también parece afectado. Asoman las inundaciones de hace justo cuarenta años, precipitaciones que sobrepasaron cualquier metáfora. Su alcance quedó forjado y marcó la memoria de todos, y más aún la de la protagonista, que lo recordará años después con detalles. Y mientras tanto, la presencia constante del sirimiri le sirve a la narradora como acicate y leit-motiv literario para cambiar de secuencias, soñando con todo lo bueno que está por venir: “Y ya se sabe que mientras uno sueña con lo que está por llegar vive feliz en sus sueños”. Hay una sensación mientras leemos de que el discurrir del libro viene hilado de antemano, como si se escribiera solo, valiéndose de cierta ingenuidad que lo hace entrañable y acogedor, pese a todo el contexto por donde transitan sus historias.

Sin duda, Araceli Cobos es consciente de que escribir una novela es habitar en otra dimensión, nadar en un mar de dudas. Eso lo sabe todo escritor que se precie, es su privilegio, bendito privilegio. Sirimiri es una novela que se deja querer, que encuentra el tono de lo que quiere contar por muchas razones: posee pasiones contenidas y verdades desbordadas, como la lucha, la ilusión y la fatalidad. Es una novela que deja ver lo que su autora tenía decido ya en su cabeza, si no, no la hubiera plasmado con ese desparpajo que la envuelve, y que nos revela lo que añora de la realidad, sin importarle que incluso hay que escribir a contrapié, y hasta con la vida en contra. La literatura así lo exige.


En Sirimiri lo esencialmente vital, emocional y familiar se palpa en sus páginas, y con el mismo énfasis, lo social, lo laboral y lo político. El lector lo descubre en cada pasaje descrito y en las consecuencias que determinaron esta aventura literaria en la que se embarcó su autora, de la que se valió de sus propias vivencias y de su imaginación para entender mejor estos sucesos sociales tan cercanos a su hogar. Seguramente, la publicación de este libro tan revelador y afectivo, que toca grandes temas de la vida, como la convivencia, la esperanza, el amor, la familia, la sociedad, el dolor, la violencia y la política, sigue despertando esa rémora íntima de años de un silencio frustrante y desigual.

Araceli Cobos ha escrito una novela que posee un pálpito de reconciliación tangible, en el que no se rehúye del aprendizaje vital, ni de la intolerancia política, sino que transita en pos de la convivencia discrepante, un libro gozosamente íntimo que permite una lectura intensa y rítmica, gracias también al tono sencillo de su prosa y a los intercambios de escenarios y voces que van interactuando. Sirimiri es pura literatura vivencial.