El propio autor responde a ese llamado proveyéndose de una amplia gama de aforismos, más de doscientos cincuenta miniaturas sobre ese devenir del mundo. En ellos encontramos chispa, asombro, vislumbre, efectismo, deflagración, tino y retranca, dentro de todo su corolario. En buena medida, sus enunciados breves postulan el sentido barojiano de la lucha por la vida, significando que, pese a la complejidad que supone vivir: “Hasta el rabo, todo es vida”, o resaltando que: “La madre de todos los males es la vida”. Pero, a su vez, tira de prosapia y sabiduría popular para templar los ánimos: “La vida tiene el sentido que tú quieres darle. Pero ese es tu sentido de la vida, no el sentido de la vida”. O para acudir al sarcasmo: “Gracias por todo lo malo que no me ha sucedido”.
Javier Salvago se encuentra a gusto tirando de socarronería y de ese yo consciente de sus vicisitudes existenciales, protagonista de cuanto siente y piensa, que quiere hacerse presente, aunque apenas sea mediante modestos destellos de discernimiento. No desdeña salir al encuentro de esa guasa y reflejarla con ecos existencialistas de cierto espíritu burlón y descreído, al estilo de Juan de Mairena, personaje entrañable del imaginario de Antonio Machado. Así dejan verse muchas de sus evocaciones aforísticas dispuestas en el libro, como estas: “Lo malo es lo bueno cuando se acaba.”; “Cada día tengo menos que decir de lo que no me importa.”; “La soledad es como el colesterol: la hay buena y mala”; “Pedir perdón está bien. Pero está mejor no tener que pedirlo.”; “Leed todo lo que podáis. Pero no os creáis todo lo que leáis.”
El libro no se limita solo a acuñar aforismos con desenfado, sino que trata de sacudir con picardía mucho de lo que el acto de vivir nos dicta. Salvago se empeña en que todo ese engranaje que conforma el libro y su destino se ciña al fulgor que exige el aforismo, y le dé al lector la sensación de que lo dicho valía la pena expresarlo así, con esas mismas palabras, en ese mismo orden y sin estridencias: “El problema fundamental de la vida es la vida. Todos los demás –incluida la muerte– son consecuencias de vivir.”; “Dicen que la vida es un regalo. Pero vaya regalo si luego te la tienes que ganar”; “Tener respuesta para todo es fácil. Lo difícil es que la respuesta sirva para algo”.
Todas sus resonancias apelan a un sumidero de preferencia en el que la intensidad expresiva de lo breve se impone a cualquier tentación de largas divagaciones o inventario retórico sobre ideas prolijas. Lo que tiene que decir lo hace sin remilgos, con la sola idea de convertirlo en motivo jugoso de reflexión evocadora, sin importar que se cuele el tintineo del ingenio y el humor: “Los embaucadores suelen ser muy aforísticos.”; “–No maduraré jamás. –Pues te morirás verde.”; “La inteligencia artificial, la única inteligencia que van a tener algunos.”