Para Custodio Tejada (Purullena, Granada, 1969) este menester de conexión entre el poeta y su destinatario se condensa en no dejar a un lado la realidad, ni renunciar a expresar la relación del poema con el mundo y consigo mismo. Todos sus libros de poesías, desde Rosas de luz y sombra (2002) hasta Un horizonte de significados (2021) se afanan en conectar su poética con el sentido de un viaje y un encuentro. Ahora, en su nuevo poemario, Brújula Veleta (Entorno Gráfico, 2023), regresa a esa misma idea del viaje como itinerario de vida y entendimiento, como cauce y sentido del vivir, como recorrido de exploración y lectura: “Leer es otra forma de andar por la vida, / de ser camino, memoria, maleta”. El libro en sí es un compendio de sensaciones viajeras, de estancias y miradas que lo convierten en un viaje circular de dentro afuera y viceversa.
Llama la atención el rosario de citas escogidas para encabezar muchos de los poemas del libro, alentados, sobre todo, por el arranque del primero de ellos, perteneciente a Henry Miller y, que, en gran medida, sostiene el pálpito de todos ellos: “Escribir, como la vida misma, es un viaje de descubrimiento. El escritor emprende el camino para convertirse él mismo en el camino”, sostiene el neoyorquino. Realidad, fantasía, odisea, aventura, introspección, al igual que memoria, suspiros, quietud y haikus, conectan entre sí estableciendo “Un itinerario por el lenguaje / como único refugio”. El libro está concebido como un reflejo testimonial, un fluir por el tiempo para escuchar: “El alma de los sitios, / la voz de los paisajes, / las costumbres y su eco... / Eso hace el caminante, / embalsamar la vida en el lenguaje”. Caminar y viajar, nos viene a decir el poeta, son actividades vitales, como hablar, soñar o usar los cinco sentidos. La lectura para el sujeto poético también conlleva emprender un viaje, una indagación o un retiro, como aquí se ve en estos dos versos: “Todo viaje es un libro o un cuarto. / Todo libro es un viaje o una cama”.
El libro despliega su poemario bajo tres diferentes estadios. En su primera parte, bajo el título de Los ojos del viaje, el poeta refrenda a la realidad y a la fantasía como una odisea conjunta que pone rumbo al viaje. En Geografía y destino, segunda parte, encontramos un amplio recorrido por lugares, momentos y entusiasmos vívidos, en los que el asombro de un hormiguero, de un cuadro de pintura en un museo, de un callejón de Toledo, del memorial trágico de Hiroshima y Nagasaki, de la recurrente melodía de la película de Casablanca o del simple discurrir silencioso por aceras y bordillos de algunas calles, se conjuran en significados emotivos y simbólicos. Finalmente, en Metapoética del paso, el sentir del viajero, la ligereza de lo efímero, las prisas, el no viajar, la brújula veleta de entender el mundo y la paradoja de la vida, se hacen hueco para que la palabra y el silencio tomen posiciones y pongan sentido acompasado al ritmo de vivir.
La vida como testimonio irrepetible, la memoria remota y reciente y, sobre todo, la vida como bitácora de experiencias, son claves aquí. Está más presente que nunca el mundo vivido y evocado al que acude el poeta como reconocimiento del sujeto ético propio, comprometido con la historia y sus resonancias, pero sumido en un presente movible e inconformista. Brújula Veleta constituye un poemario de tono efusivo y confesional por donde discurre la vida de un paseante de mirada viajera, atento al sentido poético de añadir dosis de asombro y humanidad al hecho de vivir, consciente de que “Los ojos nunca viven / el mismo tiempo”, pero dejan ver lo que le ha tocado percibir.
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