La novela, en sí, es una supuesta carta que Anna Ajmátova escribe a Marina Tsvietáieva en sus últimos años de vida, dos décadas después de la muerte de ésta en 1941, consciente de que debería haberlo hecho mucho antes, se decide hacerla visible, como subraya al final del libro: “porque es importante decirlo todo cuando el otro aún no ha acabado de marchar, antes de que llegue el olvido”. Toma como punto de partida el momento en el que Anna recibe la trágica noticia por parte de Lidia Chukóvskaia, crítica literaria, poeta y amiga íntima. Por aquel entonces, Ajmátova había comenzado a escribir Réquiem, uno de sus poemarios más famosos en el que se dejó la piel para que no olvidáramos cómo Rusia se convirtió en un problema de conciencia, miseria y muerte. El tiempo apremia y Anna siente su pálpito, abriga cierta esperanza en que los años por venir serán determinantes para todos.
Rodríguez Fischer despliega su imaginación, dándole el protagonismo a su personaje para que sea ella la que convoque en su carta a los auténticos héroes de aquellos tiempos recios para la literatura: Nikolai Gumiliov, su esposo, demasiado orgulloso para ceder al miedo reinante; Ossip Mandelstam, víctima de su absurda alegría de vivir; Marina Tsvietáieva, abandonada por todos, cuando una mano tendida la hubiera salvado de suicidarse. Ajmátova también piensa en su hijo, que lleva tiempo en un gulag, por ser el descendiente de un enemigo del pueblo, como así se tachaba a quienes no comulgaban con el régimen. Ella no quiere que se la vea como una participante de una generación perdida, sino como una voz perteneciente a una generación lírica imperecedera.
Recuerda su infancia y su apego a Pushkin, el gran poeta del amor que también cantó a la libertad: “Eso fuimos tú y yo, Marina. A veces, muy felices; otras, profundamente desgraciadas. Tuvimos libertad y soledad, pero también sufrimos órdenes y prohibiciones... Aun así, pudimos reír y soñar”. También le confiesa cómo aprendió a componer versos alegres sobre la vida sencilla y natural. Hay en toda esta larga confesión una decidida esencia de felicidad latiendo inseparablemente de la idea de redención, como se constata en estas líneas: “Lamento la primera imagen que te forjaste de mí: Anna Ajmátova, la musa del llanto. Pero tú bien sabes que cuando una mujer escribe, lo hace para todas las que han callado miles de años, siguen callando aún, y callarán por siempre jamás”.
Antes de que llegue el olvido es una novela introspectiva, desplegada, a su vez, hacia lo que ocurre afuera y que no solo tiene como protagonista a Anna Ajmátova, poeta de San Petersburgo y viajera del mundo de adentro, sino que hay referentes y citas de más personajes consagrados, como Maiakovski, Pasternak, Blok o Brodsky, que recalan en el texto para dejar ecos de sus vidas y circunstancias. “En realidad –dice Ajmátova–, nuestra generación apenas saboreó la miel: fueron contadas nuestras horas, quedó truncada y rota nuestra obra, y dos guerras crueles abrasaron nuestro breve o largo camino”. Ella, que había sido una poeta muy querida por sus lectores antes de la Revolución de Octubre, y ampliamente respetada, estaba siendo sometida a un encierro domiciliario y a guardar silencio público tras regresar a su país.
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