miércoles, 3 de abril de 2024

Renacer de las sombras


Toda voz narrativa refleja su origen geográfico y social, el sexo y la edad, pero, a su vez, los percances de la vida. En la autoficción, el escritor habla al oído del lector, confiando en su atención, como un dispositivo muy directo que, cuando se utiliza bien, puede ser extremadamente intenso y persuasivo: ahí están, por ejemplo, las obras de Annie Ernaux, libros esencialmente autobiográficos e intimistas, para demostrarlo. La voz narrativa es ese dispositivo sensorial que debe poner sentido y disposición para que cualquier historia contada nos atrape y penetre en nosotros. Dicha voz es artífice literaria que justifica y retiene nuestro interés en lo que leemos, verdadera protagonista del texto, descendiendo a la colmena de la historia para conducirnos como abeja, por las celdas que conforman el panal de la verdad que quiere contarnos.

Para María Larrea (Bilbao, 1979), licenciada en cinematografía, este menester narrativo le ha valido para poner voz a su propia historia y arreglárselas en busca de la verdad y las claves de sus orígenes. Tratando de restablecer sus costuras, con un punto de artificio necesario, consciente de que lo que no tiene valor en la vida no lo tiene tampoco en la literatura, consigue convertir esta novela suya, Los de Bilbao nacen donde quieren (Alianza, 2023), en un meritorio debut, en una historia personal que alcanza más allá de un mero ejercicio de memoria y testimonio, traspasando ese umbral señalado por Novalis de rebuscar en lo oculto: «Todo lo visible descansa / sobre un fondo invisible». En esa apelación de búsqueda y proyección de lo personal al terreno colectivo y social, radica el interés de la novela. El libro recorre hacia atrás una complicada historia familiar que lleva a la autora a la ciudad donde se encuentran los secretos de su cuna, un pasado de adopciones ilegales con el trasfondo de los últimos retales del franquismo.

La escritora francoespañola despliega un retrato hondo y singular de su infancia, entre París y Bilbao. María Larrea descubre en sus pesquisas que era una niña adoptada. Todo surge tras una visita casual a una echadora de cartas y esta le revela que quienes la han criado no son sus padres biológicos, según le desvela el tarot. A partir de ahí, y queriendo saber más, comienza su propia investigación que la conducirá a descubrir que tiene tres madres: la primera la dejó abandonada, la segunda le dio de mamar sus primeros días de vida y de soledad y la tercera la adoptó y la crio. A lo largo de las páginas del libro, el lector va percibiendo cómo se plasman sus miedos y su liberación, cómo trasciende su ira y su conmoción que le produce esa tormenta interna que le han ocultado. Pero toda esa verdad al descubierto la pone a la intemperie. Viene a mostrarnos cómo cuando una mentira tan grande se desvela, la efervescencia de tu imaginación se activa y ves delante de los ojos cómo pasa la película de tu vida, capacitándote a cambiar las sombras por luces y viceversa, una revelación dolorosa, pero sanadora, para desmadejar el enredo de una identidad encubierta: “No recordamos el momento de nacer, pero lo podemos imaginar”.

Tras un complejo proceso de alumbramiento, su novela y la literatura que promueve es fruto de su vientre, de una recapitulación de su propio cordón umbilical que la impele a afirmar que “la escritura tiene esa virtud insospechada de provocar reacciones en la realidad”, para añadir más adelante: “Todo son historias de deambular, de big bang. Puedo sentir cómo mis células se recolocan en su lugar. Hablamos de raíces, de la necesidad de anclarse... Me he liberado de las ataduras, de una deuda misteriosa hacia todas esas parentelas sufridas, perdidas o encontradas”. Pero no es solo la historia de María Larrea, sino también, y especialmente, la de Victoria y Julián, padres cautivos, de vidas marcadas por unas condiciones terribles, de exilios y soledades, de estrecheces y sacrificios, aunque siempre con cierto aire de esperanza y ternura ante tanta anomalía.

“Inventaré mi historia, pues hay una frase que dice que ‘Los de Bilbao nacen donde quieren’. Levantan piedras, cortan troncos, los vascos son más fuertes que sus partidas de nacimiento”. Son palabras subrayadas por mí del epílogo de esta conmovedora historia, una hermosa novela que se interroga sobre la familia, el peso de los lazos de sangre y la necesidad que tiene el ser humano de construirse un origen y una identidad. Cierro el libro y me viene a la cabeza una reflexión que me suele aparecer con intermitencia a lo largo del tiempo, que me dice que la lectura de algunos libros nos perturba hasta sacarnos de nuestras casillas, de la protección acostumbrada del hogar, que, en ocasiones, nos arroja a la intemperie, a la identidad de otros, convirtiéndonos en nómadas, incluso, llegando a destapar nuestras propias contradicciones.


Cuando esto ocurre, y eso para mí es algo excepcional, como así me acaba de suceder con este libro, sirve para confirmar que la buena literatura es transformadora, inquisitiva, capaz de estirar y ampliar nuestros límites, obligándonos a leer y sentir de otra manera, como si atravesáramos un pasadizo de arenas movedizas en donde nada parece estable y todo sospechoso, insólito, nada inocente. Uno, como lector, se las apaña para no poner reparos en dejarse sacudir por historias tan indagatorias y poderosas, como esta de María Larrea, que te remueven el hígado y el páncreas, que, tras llegar al final de la misma, dan ganas de acercarse al espejo para mirarse y comprobar si uno sigue siendo el mismo de antes.


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