jueves, 9 de mayo de 2024

La historia y el olvido


Personalmente, como lector, no soy un gran entusiasta de las novelas históricas, pero también es cierto que, en casi todas las novelas que más me gustan, hay una presencia más o menos visible de la Historia, se percibe la fuerza de su gravitación sobre las vidas de sus personajes. Hay novelas históricas que, ciertamente, acogen al lector, de manera arrolladora, en los pliegues de sus páginas. En ellas, la trama y las palabras que las promueven suenan verosímiles con sus hilos imaginativos marcados por ciertos estigmas de épocas pasadas que despiertan un interés inusitado, como si nos dijeran que sin las desgracias de nuestro tiempo pasado no seríamos lo que somos ahora. Qué es la historia sino unos renglones del tiempo que nos muestra las tensiones, abusos, silencios y enredos de un pasado que conforma el relato de una época.

Diría que la novela de Raúl Quinto (Cartagena, 1978), Martinete del rey sombra (Jekyll & Jill, 2023) me reconcilia con el género para satisfacción propia. El autor reconstruye un relato orientado a compartir con un lector, al que supone dotado de un determinado saber sobre el asunto histórico que ha elegido. Es, quizá, esa consideración la que prima su interés. El relato se elabora desde ese saber supuestamente compartido: por un lado, lo confirma y lo respeta al menos en grado suficiente para hacerlo activo en el texto (el lector reconoce lo que sabe hasta el momento del asunto); por otro lado, lo amplía, lo matiza y lo completa con nuevos datos, ignorados por el lector no especialista y que, por otra parte, resultan necesarios para explicar las situaciones y las conductas de los personajes que transitan por sus páginas. En ambas bifurcaciones, la novela de Quinto se desenvuelve con talento, con la intención de escribir una novela necesaria.

Por eso mismo, sin ocultarse tras la escritura, se obliga a tomar distancia de sí mismo para que su pulso verbal y su agudeza estética emprendan el relato, sin que el lector apenas note la presencia del autor. Ya, desde el propio título de la novela, quiere encender en el lector la curiosidad, mediante un enunciado que intriga y obliga a preguntarse qué significa martinete y a quién se refiere ese sobrenombre de rey sombra. El martinete es un cante seminal del flamenco. Se dice que surgió en las fraguas de Jerez, Cádiz y Triana (Sevilla), lugares en los que trabajaban gitanos andaluces. Allí empezaron a gestarse estos cantes acompañados con los sonidos de los golpes del metal de la fragua, a modo del martillo con el que trabaja el herrero. Las letras de estos cantes se caracterizan por tener un contexto triste, de pesadumbre y quejío, bajo un tono monocorde. En cuanto a la otra parte del título que alude al rey sombra, se refiere a Fernando VI, un monarca que ejerció un reinado de palacio, caza y celebraciones, entre las bambalinas de la corte y sus intrigas.

Raúl Quinto establece en su novela dos cauces narrativos con una misma conexión temporal e histórica. Por un lado, es el relato de la monarquía española de la primera parte del siglo XVIII bajo el reinado de Fernando VI, por el otro, es la recreación de una página negra olvidada, referida a la represión infligida contra los gitanos en 1749, conocida como La gran redada, por orden del todopoderoso Marqués de la Ensenada, dos hilos narrativos entrelazados que definen el despotismo borbónico, y que contravienen y oscurecen las luces del llamado siglo ilustrado: “Y la caza sigue siendo la caza. La limpieza, el deber. La noche larga del 30 de julio de 1749 se produjo la mayor redada contra la población gitana de toda la negra historia de los gitanos de Europa. El objetivo era la salud del reino, la desinfección y el exterminio”.

Martinete del rey sombra es un retrato fidedigno y colorista de la época y su contrapunto. Quinto, además, nos acerca al tapiz de los jardines y salas de recepciones de Aranjuez, a los entresijos de palacio, desmenuzando sus prácticas, traiciones e intrigas, así como sus lujos, ritos y despachos de Estado del antiguo régimen, mediante una prosa persuasiva, bien tamizada y concisa en descripciones: “El palacio es un sistema vivo de pasillos, despachos y murmuraciones. La Corte, dijimos, es una prótesis del rey, los anillos de un dios planeta atrapados por la gravedad de su cetro... Un universo fernandocéntrico y excesivo”. Y desde ese firmamento, el autor nos muestra los satélites y las estrellas fugaces que giran alrededor del rey: su mujer, la hedonista Bárbara de Braganza, el astuto Marqués de la Ensenada, el malogrado rey Luis o la infortunada María Luisa de Saboya. Y a todos ellos se suma un extenso elenco de cortesanos que incluye ministros, cantantes, clérigos, diplomáticos, artistas e ilustrados.

La parte de la novela dedicada a la persecución de los gitanos, al desamparo de estos y a sus vivencias desde la noche de la detención hasta la amnistía concedida dieciocho años después, se vuelca en trazar un mapa de la historia de esta etnia perseguida, cuyo exilio viene ya de lejos y parece interminable. Siendo esta una parte tan crucial del libro, sin embargo, considero que se echa en falta una trama narrativa más incisiva que relate desde dentro la agitación singular de algún personaje que, de primera mano, ponga voz propia a lo vivido en aquel genocidio convulso e infame. Bien es verdad que, para tal fin, el narrador lo suple tomando en consideración varios casos concretos para describir los padecimientos de algunas personas en distintos puntos de la geografía española, pero, en ocasiones, la voz del narrador se impone en exceso sobre la interpretación de la realidad. Aun así, el pulso narrativo nunca decae, se sostiene con destreza, buen ritmo y gusto.

En definitiva, esta novela de Raúl Quinto es un claro ejemplo de que la creación literaria es una creación histórica y, a su vez, un testimonio de la historia. En verdad, su libro se presenta como una vía de encuentro con la propia historia, una apuesta arriesgada, sí, pero es ahí donde radica su valía, sobre todo, gracias a su extraordinario artificio narrativo, su latido verbal y su energía estética. Un disfrute, vaya.


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