Ahora, en La última del domingo (Visor, 2024), Premio de Poesía Hermanos Argensola 2023, vuelve a las andanzas propias de su lírica de la realidad cotidiana. Lo que vamos a encontrar en los cuarenta y siete poemas reunidos son pasajes y vivencias de ahora y antaño, a los que se unen el paso del tiempo y el tiempo que hace, el azar y sus contrapuntos, el presente, la melancolía, la conformidad con lo que te toca vivir, la soledad, y hasta la mirada puesta en un gorrión que picotea a sus pies en una terraza, o el silencio y, cómo no, los bares: Hay bares para todos en el mundo. Confiesa el poeta que lo que le importa es que su poesía sea de versos claros: Importa solo que te interpelen, / o te toque el corazón / o te agarren de las solapas... / Que no parezca / que no ha pasado nada / en tu vida, una vez leídos.
La poesía de Karmelo continúa apelando a esa energía sosegada de los sentimientos que le sirven para concretar y hacer visible y comunicable su modo de conexión con el entorno en el que vive, desde cualquier atisbo o rincón que provoca lo cotidiano: la memoria, la vida de nuevo, la lluvia y el asfalto de la ciudad, las terrazas de los bares, el viento, el mar, las estelas de los aviones en el aire, la monotonía de los ascensores: Y así desde que se inventaron. / Normal que, a veces, hartos, / se paren entre dos plantas. También hay lugar en el libro para evocar a aquellos otros escritores a los que admira, como Ángel González, Heráclito o Cioran: Una dosis de Cioran / por las mañanas / me inmuniza para el resto del día, dice el donostiarra con irónica retranca.
Precisamente por toda esa decantación de lo cotidiano, la poesía de Karmelo, por su sencillez y accesibilidad, crea ese resorte que nos hace ver en sus palabras cómo se las gasta la experiencia, cómo esta se une con las palabras y toman brillo, aunque el día sea gris o llueva para que de allí mismo surja el poema, esperando a que escampe: Será la hora / de volver sobre mis pasos /. Persiste en dejar bullir sus sensaciones y emotividad, sin apartarse de la presencia intensa y expresiva del mar, como así recogen estos versos: Ver el mar me gusta / por razones de muy variada índole. / En ocasiones, sin embargo, / solo es una imperiosa necesidad. El poeta sigue mostrándose el mismo, sin desdoblarse en otro, mantiene su coherencia y tono personal acostumbrado, su pulso a la vida y a las cosas del quehacer diario.
Sus poemas aspiran a una cierta levedad de su entorno, al humor, a la reflexión de seguir vivo y a acostumbrarse a que muchas veces no suceda nada. Sus versos pretenden que salte a la vista una imagen, una paradoja o un instante mientras pasea de regreso a casa de noche: Hay luz en las ventanas. / Tras ellas –pienso– esa épica / minúscula / de las vidas anónimas. / Las que mueven el mundo. Responde el poeta a una pregunta, en una reciente entrevista en El Cultural, así: “En realidad, yo quería ser un poeta muy parecido al que he acabado siendo, un poeta de línea clara, a pie de calle, atento a los aconteceres rutinarios de la vida, a esas pequeñas cosas donde, en principio, no parece que pueda encontrarse la poesía, tan dada a remontar el vuelo o a volverse enigmática”.
La poesía de Karmelo C. Iribarren, su voz socarrona y tierna, como apunta Raquel Lanseros en la contraportada del libro, se sigue mostrando aquí para entendérselas con el lector, como resplandor de verdad tomada en su sentido más sencillo y cotidiano, a modo de recuento vital abierto a la ligereza de la realidad.