En Ropa de casa (Seix Barral, 2024), Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) funde un relato en el que convive una memoria que escribe y una escritura que recuerda, sin prejuicios de ponerse a prueba frente al pasado, frente a los demás y frente a sí mismo, porque lo que se palpa aquí es un sentir vívido de que la literatura, en cualquiera de sus géneros, es un testimonio de la vida que persigue siempre revelarse, un artificio en busca de esa meta, que no es otra más que desvelar una experiencia, un trayecto, un propósito. Todo lo que se desvela en estas memorias viene a mostrarnos la esencia de un literato, la de un hombre que ha vivido y desempeñado su existencia bajo el influjo de los libros, los que ha escrito y los muchos que ha leído y compartido con otros escritores, fruto de una vida plena dedicada a la escritura, la de un hombre que todo lo que aprendió fue naciendo de una mirada atenta a qué querer hacer con la vida propia, al compromiso adquirido con las letras, que no es otro que el que le dieron los libros en sus distintas etapas vitales.
Pisón consigna sus recuerdos y los encaja en su contexto a través de pasajes de su vida y de su familia. Reconstruye sus inicios colegiales y afición por los libros en una España en la que el régimen de Franco expiraba y aparecía una Transición esperanzadora, al tiempo que plasma sus inquietudes y vocación por las letras. Sabe contar lo que quiere, con suma sencillez y naturalidad, sin alharacas ni aspavientos, acorde con el gran hallazgo en la biblioteca de su abuelo de un viejo y gastado volumen de Valle-Inclán que contenía sus tres novelas carlistas. Aquella experiencia lectora, cuando tenía catorce años, le encandiló y le fue a decir: “que los escritores, seleccionando unas palabras y no otras, combinándolas de una forma y no de otra, podían generar belleza a la manera en que lo hacían los pintores, los escultores o los músicos”. Ese sentir, según cuenta, se le grabó y fue aquilatando con el tiempo su firme decisión de convertirse en escritor.
De alguna manera, sin atisbo de ego encendido, el autor de los excelentes libros, Carreteras secundarias, Enterrar a los muertos o, el más cercano publicado, Castillo de fuego, se presenta en Ropa de casa como un hijo de su época, de un tiempo de esperanzas y cambios que, también, conllevaría la irrupción de nuevas voces narrativas, como las de Javier Marías, Vila-Matas, Muñoz Molina, Julio Llamazares, Bernardo Atxaga o Cristina Fernández Cubas. Entre este elenco de autores que pisa fuerte, Pisón refuerza su ánimo y memoria recuperando para el libro la figura del poeta y editor Carlos Barral, ya envejecido, en la terraza del restaurante L’Espineta de Calafell, a la mitad de los años setenta, cuando Barral andaba publicando lo mejor de sus memorias. Con un claro tono de balance vital y literario, Pisón se propone contar la verdad y, sobre todo, contársela a sí mismo, desgranando también, cómo en aquella incipiente democracia, empezaron a florecer nuevas editoriales, como Anagrama y Tusquets que aprovecharon esa coyuntura alentadora para apostar por una nueva narrativa acorde a la realidad del momento.
Por otro lado, Ropa de casa culmina su andanza narrativa cuando el autor llega a la edad adulta definitivamente, con esas obligaciones y renuncias inherentes a la edad, dejando atrás muchas farras memorables hasta las tantas de la madrugada junto a Vila-Matas y otros trasnochadores, licencias cada vez más escasas y peregrinas, pero no solo por cuestiones de conciliación familiar, al menos en su caso: “Esa vida alegre de los años 80, de repente se empieza a reducir, pero porque los otros la reducen. Yo en Barcelona ya no salgo por la noche porque mis amigos ya no salen”. El resultado del libro es un mosaico narrativo de la vida de Pisón que pasa desde la sombra de Buñuel, a la presencia y cercanía de su querido Labordeta, o de las cartas correspondidas con Marías, a los viajes disfrutados con Atxaga, enmarcados en una lista de escritores, cineastas, editores, profesores y amigos que deja entrever la historia de la cultura en la España de los 70 y los 80. Y, en esa voluntad de contar su vida y no desaparecer tras lo narrado, Pisón nos recuerda fragmentos que tienen que ver con la vida nuestra.
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