Llegué a descubrir a Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) hace ya más de diez años, bajo este mismo denominador común expresado más arriba, referido a los libros que salen a nuestro paso de manera azarosa. Lo conté en su día en esta misma bitácora de lecturas. Viajaba en el Alvia a Madrid para asistir a la Feria del libro. En el trayecto, mientras alternaba la lectura de un libro con la prensa del día, recuerdo que me ajusté los auriculares que ofrece el servicio del tren para cambiar de actividad en el momento justo en el que en uno de los canales se emitía un relato suyo que me sobrecogió sobremanera durante unos minutos. Recuerdo el título: Mañana será otro día, una historia inquietante en los límites de una tragedia doméstica, donde el frágil equilibrio de una pareja se pone a prueba con la presencia de un huésped que no tiene intenciones de marcharse del apartamento donde ocurren los hechos. Me gustó tanto que se convirtió en el inicio de una estancia lectora de su obra que no ha cesado desde entonces.
Cuando uno hace de la literatura su costumbre, es difícil apearse de los hábitos que impone. Y subrayo esto tras la lectura de Un lugar mejor (Páginas de Espuma, 2024), el nuevo libro de relatos de Ugarte, que parecía estar ahí esperándome tras su reciente publicación, construidos desde la libertad más absoluta que alimenta la vida y su épica, verdadero privilegio, condición y destino que toda escritura literaria promueve. Diría que el ámbito de lo privado prevalece en el conjunto de estos relatos plagados de personajes singulares, cuyas situaciones cotidianas y círculos familiares, laborales o amistosos conforman un punto de enfoque de tragicomedia, aunque también hay lugar para el sarcasmo y la parodia. Las palabras de todos estos elementos decantan el conflicto que soportan. En la mayoría de estas historias, extraídas de la vida cotidiana de la gente que habita en nuestras ciudades, hay una conciencia indisimulada de sus protagonistas por sobrevivir y sobreponerse a sus tropiezos en el acontecer de sus vidas.
Son historias que descargan su atención en el lado íntimo de sus personajes, seres tan frágiles como reconocibles en la realidad de diferentes ámbitos de la vida, hombres que no precisan decir demasiado en público, porque en sus silencios hablan consigo mismos tanto de sus sentimientos y deseos como del vacío de sus existencias. Dividido en cuatro partes, Un lugar mejor reúne doce cuentos que transitan por la memoria, la soledad, la mentira y las intermitencias de los reencuentros familiares. En el primero de ellos, Éramos felices, la enfermedad pone a prueba el hogar de una familia bajo el resquicio inesperado de que la felicidad, o algo parecido, se cuele en su seno: “Por alguna razón, todas las familias acaban consumidas en un invisible altar de sacrificios”. En otro, bajo el título de Ulises y los mapaches, la realidad del presente pone en entredicho el pasado de un grupo de amigos que se ha reunido para celebrar tal vez lo poco que queda ya de aquel entonces, poniendo en evidencia que ya solo perdura la insistente e ingrata irrealidad de uno de ellos, ajeno al paso del tiempo que sus amigos comparten.
La vida en la oficina, sus rutinas y confluencias: “donde cada día es un combate de supervivencia, y la venganza una práctica frecuente” queda reflejada en varias historias del libro. La vida en la oficina donde suceden quebrantos y ofrendas, y “todos acaban enredados en nuestra narcótica maraña de días lánguidos e iguales” nos dice el narrador en otro de los relatos destacados del volumen. Pero si tenemos que mencionar al más revelador, al cuento más triste y emotivo, debemos señalar a Un lugar mejor, hermoso título que vale para resumir el conjunto de la obra, y que aquí, con más énfasis, se convierte en un relato esperanzador, regido por la dura realidad que vive su protagonista, un hombre dedicado a cuidar de su mujer enferma, un hombre que aspira a imaginar que se enamora cada día de una mujer en el metro, secretamente, a escondidas, consciente de que “cuando se abrieran las puertas y ella se fuera del vagón” todo se desvanecería hasta una nueva ocasión: “La vida como un tren en el que viajas profundamente solo, recluido en un vagón donde hace frío, pero albergando la esperanza de que, a pesar de todo, te lleve a un lugar mejor”.
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