Con esta declaración de intenciones, intuitiva y perspicaz, arranca el libro que el escritor, astrofísico y doctor en filosofía, Juan Arnau (Valencia, 1958), dedica a la figura de un Ortega inédito, destacado como un clásico e intelectual valiente, irritable, transgresor y jovial, de amplio bagaje cultural. Se trata de un relato apasionante que tiene por objeto vincular también su pensamiento con el concepto budista de la conciencia, del dharma, referido a la conducta correcta, el deber, la ley, como principios éticos y morales para alcanzar la paz interior y el bienestar individual. Ortega contra el racionalismo (Espasa, 2025) es una obra reveladora que nos invita, además, a repensar cómo entendemos la vida y sus múltiples versiones. Y antes de que nadie se pregunte por qué un nuevo libro sobre Ortega y Gasset puede despertar la curiosidad del lector de ahora, Arnau anticipa en el prólogo que el motivo es bien sencillo: “La razón es un aspecto fundamental de la condición humana, pero no algo que se posee, sino hacia lo que se va”.
Le importa al autor dar cuenta al lector del don de penetración que hacía gala Ortega para transmitir su pensamiento y su “capacidad de descubrir lo íntimo en lo superficial, lo tácito en lo aparente”. Viene a decirnos que ser orteguiano hoy en día o no significa nada o es lo que somos todos de alguna manera: partidarios de la racionalidad crítica, de la ética de la convicción y, especialmente, de la disidencia, de la imaginación como condición del pensamiento. En este libro, bien estructurado en su concepción, encontramos el rastro de la modernidad de Ortega, su sentido de entender lo real, que para él no es lo que se ve, se oye o se palpa, sino, sobre todo, lo que se piensa. Porque, a su entender, lo visto, oído o palpado es sólo apariencia. Ortega es certero en la metáfora, subraya Arnau. La metáfora, para él, es una herramienta indispensable de la filosofía, incluso del pensamiento científico. Mediante la metáfora se siente partícipe de manejar las abstracciones más insensibles y opacas.
Hace hincapié Juan Arnau en la consideración de que “la filosofía no puede desdeñar la metáfora, pues esta es la que hace avanzar al conocimiento”. Ortega, nos dice, “es un maestro en encontrar las más luminosas”. Pero si hay algo más distintivo de su argumentación, hay que destacar el sentido de perspectiva que Ortega mantiene siempre en sus planteamientos: “La verdad se da siempre bajo una perspectiva. Y aunque las perspectivas son múltiples, la verdad es una”. Arnau subraya que esa es una premisa irrenunciable de Ortega. Por eso mismo, escribe más adelante, que toda su obra, de principio a fin, está atravesada por ese enfoque extensivo y cósmico en el que “cada vida es un punto de vista sobre el universo”.
En cada uno de sus capítulos, el lector se encuentra con reflexiones, perspectivas y ángulos que insinúan y desvelan lo que comprendemos y por ende integramos a nuestra razón vital. Un continuo discurrir para darnos a entender la verdad no dicha de que todo cobra sentido desde que uno mismo se para a pensar, mientras lee el libro, en cómo el autor de Las meditaciones del Quijote, El tema de nuestro tiempo y Sobre la razón vital, no ha dejado de pensar y de tener en cuenta en que vivir es algo exigente que añadir al ser de cada uno y, por consiguiente, cualquier cosa que hagamos debe tener en cuenta estos dos factores: “el yo (espíritu) y la circunstancia (cuerpo, alma, época, lugar, cultura)”. Se puede, por tanto, como hizo Ortega, renunciar al racionalismo sin renunciar a la razón, escribe Arnau. “De hecho, es lo más razonable”, concluye.