Félix
de Azúa (Barcelona, 1944) repasa en Autobiografía de
papel (Edit. Mondadori) la evolución personal de la
literatura en sus últimos cuarenta años, cuando se estrenó como
poeta, hasta como es ahora, que vive volcado en el periodismo de
opinión. El barcelonés continúa con una trilogía ya iniciada hace
dos años con Autobiografía sin vida
donde se sumerge en la memoria para invocar la experiencia estética
a través de un viaje por los momentos más intensos del
arte, la historia y la literatura. Azúa
sostiene que la obra de arte es evidente por sí misma y no hace
falta que la defienda nadie.
En
esta segunda entrega de la trilogía iniciada, Autobiografía
de papel, en cuya página
final se promete una pronta tercera entrega dedicada, no tanto al
Arte y la Literatura, sino como dice el autor: “Ya que el
final casi lo conozco, me queda ahora explicarme a mí mismo cuál
fue mi principio. Mi Génesis. Quede para más tarde”.
Félix
de Azúa lleva tiempo
escribiendo sobre la denominada literatura del yo.
Nos podemos remontar a su Historia de un idiota contada
por él mismo, aparecida en
1986 o su Diario de un hombre humillado,
galardonada con el Premio Herralde de Novela en 1987. Ahora en esta
Autobiografía de papel,
Azúa
afirma en la página 19, que no va a ofrecer “el discurso
del yo, sino el de su caso”.
En este libro, por encima de todo, Azúa
describe y evalúa su
trayectoria intelectual, pero como caso, más que como acento
particular. No hallamos, ciertamente, anécdotas de su vida, pero sí
personajes reales que compartieron momentos de su adolescencia y
juventud artística, hasta llegar a una madurez, quizás desencantada
y, en cierta forma, con argumentos de decepción. Encontramos en sus páginas una semblanza bastante generosa sobre la figura de Juan
Benet, de quien se
considera discípulo, aunque irreverente. Azúa
trata de explicar lo que denomina “la
decepción” que ha sufrido al
comprender que “las medicinas que nos venden agravan la
enfermedad que padecemos” y se
lamenta cuando afirma que “los libros se sitúan en el
mercado gracias a la publicidad y no a la crítica”, (pág. 17).
Azúa
considera inicialmente la poesía como la forma más pura de la
expresión literaria. Sin embargo, abandona este género para
instalarse en la novela hasta llegar al remanso del ensayo.
Crítico con todo lo anterior, el autor de Cambio de
bandera, aterriza finalmente
en el periodismo que afirma ser “el único género que
exige un conocimiento superficial, pero lo más extenso posible, del
mundo”, (pág. 155).
Nos encontramos ante un libro testimonio de una vida literaria interesantísima,
con un capítulo final lúcido que desmiente, de alguna manera, el
tono crepuscular y nostálgico que Azúa
despliega por sus páginas, y donde habla, no tanto de sí mismo, como
de la cultura de su época. Es lo que Andrés
Trapiello define como
“el tono Azúa”,
lo mismo que existe un “tono Savater”
o un “tono Ferlossio”. ¿Te
atreves?
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