Hacer
un recuento de los libros leídos durante el año que acaba no es
nada complicado si has llevado una agenda a mano donde has ido
descargando los títulos con la referencia del autor. Un inventario
que conviene calificar para facilitarte una categoría, algo parecido
a las estrellas que se establecen en el negocio hostelero si no, resulta
complicado elaborar una lista de tus lecturas favoritas, acudiendo
solo a los destellos de tu memoria reciente, cuando el número de
libros leídos supera con holgura el doble de las semanas del año. De manera que, con este procedimiento que propongo, el descarte es más fácil y
entretenido a la hora de seleccionar tus lecturas destacadas del año.
Para
mí, el año 2013 ha sido un trayecto generoso en sorpresas
literarias, un recorrido de encuentros con nuevas publicaciones de
autores como Muñoz Molina, Baroja,
Echenoz, Vargas Llosa, Piglia y de otros
hallazgos de la talla de Carrère, John
Williams, Leila Guerriero o Ramón Éder. Esta
sería la lista de los libros que más gozo y compañía me dieron
en este año que hoy concluye (Pero, ¿por qué nos gusta tanto hacer
una lista?, digo yo que va en nuestra condición humana de elegir,
escoger, descartar..., ¿verdad?):
Stoner,
de John Williams,
una novela abrumadora y envolvente que cuenta cómo a alguien se le
concedió la sabiduría y al cabo de los años encontró la
ignorancia; La última noche
(Edit. Salamandra),
de James Salter,
un libro magistral de relatos (debo su descubrimiento a un seductor
artículo publicado en Babelia
por Muñoz Molina
acerca de este escritor americano), que hablan del mundo que se
desmorona, de traiciones y de vidas que se apagan; Canción
errónea
(Edit. Tusquets),
un poemario cuidado y sonoro de Antonio
Gamoneda,
repleto de perplejidades, un libro sincero que invita a discernir el
significado existencial del individuo; La
librería ambulante
(Edit. Periférica),
una agradable historia sobre el amor a los libros de Christopher
Morley,
incisiva y divertida, en la que la intriga policial pone un tono de
excitación al relato; A sangre y fuego
(Edit. Renacimiento),
de Chaves
Nogales,
una obra capital sobre la Guerra Civil de España, a la altura de
George Orwell, y
como indica Trapiello
en el soberbio prólogo de esta edición: todo en estos relatos es
inesperado; Librerías
(Edit.
Anagrama),
un ensayo sorprendente que encaja perfectamente en el género de
viajes pero, en esta ocasión, a través del mapamundi de las
librerías. Un libro que el pope Alberto
Manguel
bendijo con estas palabras: “Si hubiera librerías en la Antártida,
sin duda Carrión
las habría visitado para contarnos qué leen los pingüinos”.
Otro
libro inmenso del año ha sido Técnicas
de iluminación (Edit.
Páginas
de Espuma),
de Eloy
Tizón,
un cuentista luminoso que sabe como pocos que en la forma se
encuentra el todo; Una historia
sencilla
(Edit. Anagrama) es una entrañable crónica de la argentina Leila
Guerreiro
que cuenta la épica de un hombre común, ambientada en el corazón de
la pampa, en la que no hay tragedias, solo sueños; no puede faltar en
este inventario de lecturas favoritas un libro de aforismos, un
género por el que siento gran debilidad, y el elegido es Relámpagos
(Edit. Cuadernos del Vigía), de Ramón
Éder,
un título que define muy bien lo que significa para su autor estas
frases breves y deslumbrantes que encierra esta antología llena de
agudeza y sarcasmo.
Y para terminar, lo último que devoré hace horas,
Limónov,
una fascinante crónica novelada de un personaje egótico y
abominable, escrito con la maestría prodigiosa de Emmanuel
Carrère,
un libro que cierra el ciclo de mis lecturas del año y que me ha
subyugado tanto que lo coloco en lo más alto del podio, como colofón de los 10 libros favoritos de este letraherido, servidor de ustedes.
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