No
me cabe duda de que Azorín pasara su vida entera rodeado de
libros. La imagen que guardo del escritor alicantino, desde mis años
de colegial, es la foto de un rostro de perfil serio y enjuto
ensimismado en la lectura del libro que lleva entre manos. Luego, en
archivos grabados, el viajero y cronista autor de La ruta de
Don Quijote no desmentía
mis recuerdos de niño, y aparecía en televisión paseando por las
librerías de lance, con ejemplares bajo el brazo o recluído en su
gabinete, absorto entre las páginas del último libro adquirido.
La
editorial Fórcola
(bendito sello alternativo, imprescindible en estos tiempos) rescata
a esta figura clave de la Generación del 98 a través de la
publicación de Libros, buquinistas y bibliotecas,
un volumen recopilatorio que reúne 50 artículos del maestro de
Monóvar publicados entre 1905 y 1959 dispersos por diferentes
periódicos, prólogos y capítulos de textos que el escritor
levantino dedicó con tesón y entrega al mundo de los libros, las
librerías y la lectura.
El
editor propone un libro sugerente, con más de cien ilustraciones y
con dos etiquetas irrenunciables para lanzarse, con garantías, a la
lectura: una, a cargo de Andrés
Trapiello, con un prólogo
brillante y entusiasta, capaz, en poco más de cuatro páginas, de
darnos el impulso necesario para abordar esta antología casi
autobiográfica del gran maestro de la prosa puntillista y sin
ornamentos. El autor de Los nietos del Cid dice
que todo en Azorín
queda inscrito en el ámbito de la intimidad,
y este volumen recoge ese espíritu. La otra etiqueta la pone el
historiador valenciano Francisco
Fuster, antólogo y
responsable de la edición del libro. Fuster
traza una introducción
en Libros, buquinistas y bibliotecas
que habilita en su conjunto la filosofía personal del escritor de
Monóvar sobre su concepción de los libros y la lectura.
En
esta obra, que guarda los secretos más íntimos de Azorín
sobre los libros, bibliotecas y lecturas, vamos a encontrar una
recopilación de piezas literarias seleccionadas con primor, para
disfrute y gozo de los amantes de las reflexiones azorinianas, acerca
del mundo editorial, de las librerías de viejo y ferias del libro y,
especialmente, sobre el universo del lector y la lectura, desde la
experiencia personal del ilustre transeúnte de librerías. Entre
sus artículos aparecen aforismos y sentencias que brillan por su
agudeza y elegancia: No sabe más quien lee más número de
libros, sino quien lee mejor
(pág. 184), por su sentido moderno: En la vida, la
imaginación es el más poderoso factor del progreso
(pág. 208); o por su densidad: Leer y leer. Por encima de
todas las diferencias, en cuanto a la lectura, diferencias de tiempo,
lugar, edad, afectos, etc., existe una diferencia fundamental,
perdurable e inconmovible entre leer y leer: se lee para sentir o se
lee para saber (pág. 225).
Para
Azorín,
cada etapa de la vida posee sus particularidades y, por consiguiente,
su forma de asumir la lectura, porque cada lector es un mundo y sus
lecturas son dispares según la edad. La lectura, viene a concluir el
autor de La voluntad,
requiere, para ser provechosa, de unas condiciones que le sean
propicias. Para él, el lector tiene que aspirar a la relectura de un
buen libro, que es como extraer el nectar de su alma.
No
hay más que acercarse a la obra de Azorín
para darse cuenta de su devoción libresca, una obsesión que fue
simiente y raíz de su extensa producción periodística, y, como
buen crítico literario, inclinado a rastrear y escudriñar
minuciosamente sus lecturas. Una pasión que surge en el escritor
mediterráneo a una temprana edad, ante los ojos de su padre, lector
voraz y abogado que le transmitió el entusiamo y curiosidad por los
libros.
Con
Libros, buquinistas y bibliotecas,
Fuster
recupera del olvido editorial al escritor contemplativo de lecturas
más metódico que dio aquella memorable generación, con una
voluntad de estilo al que muchos imitábamos en nuestras
composiciones y redacciones de antaño con el sujeto, verbo,
predicado y punto. Un literato que habló poco y escribió mucho.
Leer
libros sobre libros es uno de los placeres que más nos complace a
los letraheridos, a los constipados de libropesía, y éste en
particular, publicado por la editorial Fórcola,
es un chaparrón de páginas brillantes que, por suerte, nos empapa
de lo lindo.
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