Julio Caro Baroja, en su libro Los Barojas, nos dice que su tío Pío, de joven, había sido muy huraño y áspero. Era la época, sin duda, en que su personalidad literaria empezaba a desenvolverse y en la que todo fueron luchas internas y externas. Lucha con la gente de alrededor, obsequiosa y servil; lucha con sus propias inexperiencias y lagunas. Baroja no estaba contento con nada: ni con la política, ni la literatura, ni las costumbres de la gente. Sólo pensaba en el pasado y el porvenir. Su carrera de médico, además, había sido un fracaso. Sin embargo, de los veintiocho a los cuarenta y dos años (de 1900 a 1914) lo que produjo el escritor donostiarra fue una maravilla y un revulsivo para sus aspiraciones, especialmente con la aparición de sus dos novelas mayores: Las inquietudes de Shanti Andía y El árbol de la ciencia, ésta última, probablemente, la mejor novela de su carrera.
Francisco Fuster (Alginet, 1984) plantea en su último ensayo, Baroja y España: un amor imposible, la vigencia literaria del escritor de Itzea, seguramente, la figura más compleja y extraña del novecientos, a través del análisis minucioso de su novela El árbol de la ciencia y la relación que guarda el texto con los vínculos que don Pío mantuvo con aquella España decadente que tanto le llegó a aturdir.
El libro de Fuster es un trabajo concienzudo y vigoroso, bien documentado, un libro revelador que examina al detalle las entrañas de las ideas contenidas en El árbol de la ciencia, una de las obras capitales del vasco, escrita en época de plenitud. La vida de Andrés Hurtado, protagonista de la novela, estudiante de Medicina en el Madrid finisecular del siglo XIX, es, en gran medida, la vida del propio novelista. Las zozobras y dudas del joven universitario, así como los contrastes entre la realidad y las pretensiones de la gente de la época, dan a la novela un tono intelectual amargo. En la introducción, Fuster deja muy claro que su ensayo no sólo gira en torno a la novela referida, sino que transita por la crisis del fin de siglo, una oportunidad que le ofrece mejor que nadie la literatura barojiana, algo que Ortega y Gasset ya había atisbado con agudeza: “Lo mejor y lo peor de la España actual se presenta en Baroja a la interperie, sin pellejo...” (El Espectador).
El
Baroja
de los aguafuertes literarios, del trazo duro y sobrio, enemigo de la
retórica y de todo artificio, el hermano de Gorki
por su amor a las turbas, por su curiosidad de los tugurios y de los
lugares menesterosos, aparece redivivo, gracias a esta recreación
personal que el historiador Fuster
expone con brillantez en Baroja y España,
un trabajo de investigación sustancioso y bien esquematizado editado
por Fórcola,
con el esmero genuino que este sello independiente nos tiene
acostumbrados, y examina histórica y críticamente la época que
rodearon el alumbramiento de El árbol de la
ciencia, a lo largo de ocho
capítulos para mostrarnos los entresijos y el contexto en que se
redactó la novela. Es curioso cómo las ideas contenidas en sus
páginas, a pesar del pesimismo y la fatalidad del héroe barojiano,
siguen vigentes después de un siglo.
Francisco Fuster |
Baroja
y España es un texto amplio
y erudito, pero Fuster
consigue que no sea
gravoso, aunque considero que el destinatario de la obra o es
barojiano, o amante de la Edad de Plata de la literatura española.
Cuando
a uno le gusta Baroja
no hay libros peores o mejores entre los suyos. Todos vienen a ser un
poco lo mismo. Para los críticos, los hay de más calidad y peor
construídos, pero cuando uno se considera barojiano, y los ha leído
prácticamente todos, esas imperfecciones tienen poca importancia. El
árbol de la ciencia es uno de
mis peferidos, leído y releído en varias ocasiones. Ahora, Fuster,
con su excelente ensayo, me predispone con más argumentos a volver a
Baroja
irresistiblemente.
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