En una de las entradas de
los diarios de Iñaki Uriarte, el autor revela un estado de
ánimo cíclico como el que muchas veces se refleja en mí y que dice
lo siguiente: Ahora, en general, me pasan pocas cosas. Tal vez las
cosas más notables que me pasan les suceden a otros. Yo me limito a
comentarlas. Lo más interesante que me suele ocurrir es la lectura
de libros. En este estado de
cosas, hace un par de años había leído un pasaje de la última
novela de Andrés Neuman,
Hablar solos,
donde su protagonista Elena
hojea en una incierta librería Diario del hombre
pálido, del escritor
navarro Juan Gracia
Armendáriz (Pamplona,
1965), un libro que, curiosamente, unos días después, descubrí de
igual manera en otra librería. Imité al personaje de Neuman
hasta que la melodía y vibración doliente de sus primeras páginas
me calaron y salí de la tienda convencido que me llevaba a casa una
vigorosa narración autobiográfica.
La
lectura de ese diario me produjo desazón y, la batalla planteada por
el narrador, enfermo renal, sometido a la correosa máquina de
hemodiálisis, parecía por momentos que acabaría llevándome a
sentir compasión por ese hombre enclaustrado y abandonar el libro,
pero nada de eso ocurrió, gracias a la fortaleza y precisión de la
escritura de Gracia
Armendáriz.
Lograr que un diario
emprenda un viaje a la enfermedad y retorne feliz por el camino de la
buena literatura, es una tarea exigente que el escritor navarro se
impone, y lo consigue, teniendo en cuenta el argumento de Proust
que decía : lo importante no es la fidelidad del espejo,
sino la intensidad del reflejo.
Aquel
descubrimiento diarístico, un género al que le tengo especial
devoción, me ha llevado irremisiblemente al último libro de este
letraherido y enfermo del riñón, Piel roja,
editado en el mismo sello que su anterior bitácora, Demipage
(2012). Armendáriz,
con esta entrega, pone punto final a su trilogía de la enfermedad
que se inauguró con la novela La línea Plimsoll
(Castalia, 2008).
El
hombre de Piel roja
ha crecido con respecto al hombre pálido del diario anterior, y esa
madurez se refleja también en el pulso narrativo que se extiende por
el texto pero, sobre todo, la diferencia está en el lugar desde
donde cuenta la voz narradora. En la primera parte, escrita desde el
centro de la enfermedad, surge la mirada compasiva, endulzada con
humor y estoicismo; una escritura amarrada a la máquina depuradora.
La segunda está escrita desde la distancia de lo que ya ha
acontecido, aunque el escritor pamplonés lo disfraza en el presente
inmediato para dar más eficacia al relato. El resultado de esta
pericia dio lugar a una voz más distanciada, una mirada más a la
altura de los ojos del lector. Gracia
Armendáriz aborda con
mucho realismo, pero también con lirismo y humor, sus vivencias
durante las sucesivas diálisis y el segundo trasplante de riñón al
que ha sido sometido.
Pero
hay también un aspecto relevante en el libro y son las incursiones
al pasado como repaso a experiencias vividas. Juan homenajea a su
padre, un industrial amanezado por ETA que es obligado a vivir un
tiempo en México, y habla también de su separación matrimonial y
de su amor y apego a Alejandra, su hija adoptada. Todos estos pasajes
familiares se unen mientras se debate con las propias barreras que
derivan del temor a un posible rechazo del riñón trasplantado,
donado por su prima, pero este temor se aminora con el contacto
fortuito con una internauta con la que inicará una nueva relación.
Gracia
Armendáriz, en ninguno
de estos dos diarios, se ha propuesto escribir un relato amable y
autocompasivo, sino indagar por el interior de la conciencia de un
hombre en declive por los estragos de la enfermedad, sin olvidarse
que desde allí acabamos conociéndonos mejor por dentro que por
fuera. Dos obras que se leen muy bien, nítidas y repletas de
literatura y pensamiento.
En
suma, hago propias las palabras atinadas que el escritor Pedro
Ugarte me soltó hace
unos días sobre ambos textos: “Diario del hombre
pálido y Piel
Roja, es un excelente doble
diario fundado en la dolorosa lucidez que proporciona la enfermedad”.
Exactamente, eso.
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