León
Molina (San José de las Lajas, Habana, Cuba – 1959) nos
propone un paseo botánico por El taller del arquero
(2014), un título metafórico que se aleja de la caza, pero que
invita a la mirada furtiva y a la agudeza del oído, para convocarnos
a su verdad poética y mostrarnos el alma de sus versos. A los que
nos gusta la naturaleza y el senderismo sabemos que no hay nada tan
saludable y tan poético como una larga caminata por el bosque y el
campo.
Molina,
un haijin caribeño y vigoroso, unido y apegado a la naturaleza por
la que siente pasión y entrega, afirma que su vida se reparte entre
Albacete y la aldea de Yetas, en el municipio de Nerpio, en la sierra
albaceteña, el lugar donde arma su mirada poética para trasladarla
al cuaderno de campo que lleva siempre consigo y poner letra a todas
las instantáneas que su cámara fotográfica alcanza. Llegó a
España con apenas nueve años para, más tarde, en plena
adolescencia, recalar en este rincón de la Mancha donde lleva
afincado toda una larga vida.
El
taller del arquero es un hermoso y deslumbrante poemario, un
libro concebido para crear vínculos, con sentido de la hospitalidad,
en un entorno que transita por el bosque mediteráneo donde las
huellas de los pájaros son constelaciones que lo cubren. León
Molina es meticuloso, capaz de despachar en verso el trino de un
pájaro, desde una curruca mirlona, como la que aparece en la portada
del libro, de melodioso canto que recuerda al mirlo, hasta las notas
de un ruiseñor solista bajo el contrapunto de un cuco. Para un poeta
ornitólogo, como él, estos habitantes voladores del bosque están
impregnados de la savia poética de la naturaleza, capaces de
inspirar un imperioso poema y susurrarnos que el encinar aparece
envuelto en gasas de silencio o que cuando la tormenta
comienza, después la lluvia se encarga de crear un bosque nuevo e
imaginario en el que el musgo se abraza a la roca,
o en un haiku certero glosar sobre la nieve/ las huellas
del gorrión/ y las del gato,
hasta llegar a
incubar emociones mediante aforismos como éstos: La
intensidad es lenta./ Pero sucede en un instante;
Lo que no es/ forma parte de lo que es./ De ahí la
poesía...
León
Molina viene a decirnos cómo escribe su poesía, como el que oye
el habla de los pájaros, sin nada que añadirle, sólo la curiosidad
y prestancia del oído al asomo musical de sus picos, y subraya que
el hombre en la naturaleza es un íntimo contraste. Molina
encarna la estirpe de un cartujo biólogo que concita a la
contemplación de la maleza, los árboles y sus pequeños habitantes,
un monje de ese monte, templo del lenguaje y sus criaturas cantoras.
El
poeta Molina, de espíritu caribeño y alma herida por la
belleza del haiku, canta con la destreza de un arquero al bosque que
adora, a sus aves y a las ramas incontables donde anidan. Sabe el
poeta que escribir poesía no es sólo tener una verdad, sino
encontrar las palabras y los efectos necesarios para contagiársela
al lector y provocarle sentimientos. El taller del arquero
ha sido un hallazgo hermoso, publicado en La Garúa, una
editorial joven que lleva una década apostando por las voces
emergentes de escritores y, aunque el cubano ya tiene su añada
poética y ha publicado anteriormente varias antologías, encaja con
holgura en el espíritu de este sello independiente que cree en el
valor de la poesía y en el trabajo de sus artífices.
Decía
Octavio Paz que “la poesía es conocimiento, salvación,
poder, abandono” y Molina lo constata a su manera en el
terreno que le es propicio: el campo y el bosque copado de vida. El
taller del arquero es un compendio de salvación, un
recopilatorio didáctico de instantáneas poéticas que destila
resonancias orientales de los maestros del haiku, un cuaderno de
campo elaborado con mimo, tiempo y emociones; sin duda, de lo mejor
que he leído este año en verso.
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