Corría
el año 1960 cuando salió a subasta pública la construcción del
pantano del Porma, ubicado en las estribaciones de la cornisa
cantábrica, en los valles más ricos y bellos de la montaña norte
de León. En otoño de 1968 quedaron para siempre sepultadas bajo sus
aguas ocho aldeas, con sus valles, ríos, calles y casas. Todas ellas
configuraban el término municipal de Vegamián. Sus habitantes, tras
el pago de míseras expropiaciones, fueron obligados a emigrar a
diferentes lugares, arrastrando un destierro doloroso y cruel. Han
pasado muchos años, pero todo sigue estando vivo en la memoria de
aquellas pobres gentes, de manera que el recuerdo de sus aldeas solo
se extinguirá cuando ellos dejen de existir.
La nueva novela de Julio
Llamazares (Vegamián, León, 1955), Distintas formas de
mirar el agua (Alfaguara, 2015), regresa al lugar de
estos hechos. Se trata de un relato coral no exento de nostalgia y
melancolía sobre la historia de una vasta familia cuyos personajes
proceden de Ferreras, una de las aldeas sepultadas, que fueron los
últimos habitantes en salir de la zona anegada a causa de la
construcción de la presa. Todos sus miembros se reúnen a orillas
del pantano que inundó su aldea para esparcir las cenizas del
abuelo, siguiendo la voluntad del difunto. Dice el escritor leonés
que ésta es su obra más personal, que se la debía a sí mismo, una
historia que lleva sobre sus espaldas demasiado tiempo, que se
remonta a una época imborrable de su memoria en la que varios
pueblos leoneses, entre ellos el suyo, Vegamían, quedaron sumergidos
para siempre por la acción directa del hombre, sin consideración
alguna hacia las familias afectadas que tuvieron que abandonar aquel
valle para vivir penosamente lejos, en la llanura palentina,
realojadas en un secarral donde antes se extendía una laguna.
Llamazares ha
querido juntar tres generaciones para poner diferentes voces a su
narración: los dos abuelos, sus hijos e hijas, acompañados de sus
respectivas parejas, y los nietos, dieciséis miembros, cada uno de
ellos perteneciente a distintos gremios y profesión. Todos ellos
hablan del lugar y rememoran la figura del abuelo sin cambiar el tono
ni el estilo. Ese mismo hilo narrativo consigue con plenitud la
resonancia sombría que transita por todo el texto. Lo que le importa
al autor es, precisamente, esa manera matizada de mirar con que cada
personaje aborda el pasado (de ahí el título del libro), de cómo
expresar el recuerdo de sus vivencias y sentimientos, según la edad
que tenían cuando fueron obligados a salir de su tierra y de las
consecuencias personales tan desiguales que se derivaron de esta
situación dramática para cada uno de ellos. Entre las confesiones y
perspectivas de unos y de otros, el relato sigue su curso a orillas
del embalse, el único escenario donde se desarrolla la trama. Allí
mismo todos evocarán la figura del abuelo, epicentro sobre el que
gira la novela, y la tierra de entonces, sepultada bajo la laguna
artificial. La novela concluye con dos epílogos que tienen su
contrapunto: un automovilista que pasa por el lugar en aquel momento
y no conoce nada de lo que allí sucede, anecdóticamente solo
aprecia como rareza el que un grupo de turistas se pararan a
contemplar el pantano, y, para situarnos literariamente, la cita
extraída de Volverás a Región, del escritor e
ingeniero Juan Benet, autor material de las conflictivas obras
del pantano.
Distintas formas de
mirar el agua es una novela hermosa e implacable sobre el
desarraigo y el destierro, un relato intenso con resonancias a
tragedia griega. Llamazares regresa a su lugar de origen para
revivir un hecho histórico que cambió el destino de muchas pobres
familias y se vale para ello de esta novela breve y sobria que urde
en el pasado y el olvido de sus víctimas.
Una vez más, da la
impresión de que la ingeniería cambia el paisaje antes que la
literatura, pero al leer este libro tan emotivo y tan empapado de
melancolía, el lector tiene la certeza de que la mano del hombre
puede modificar un escenario, sin embargo, los lazos vitales, movidos
por la literatura desde la memoria colectiva, tienen más alcance que
la ciencia y perduran durante más tiempo en la conciencia de los
pueblos, aunque sea una pesadilla como ésta.
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