A Juan Francisco Ferré
(Málaga, 1962) le va la marcha sarcástica y perversa. Según
dice el escritor Manuel Vilas, JFF es un autor de una
moral incompasiva y de una invención cáustica. El malagueño formó
parte de la Generación Nocilla, un término para algunos algo
friki, por lo que prefieren denominarla mejor como generación
Afterpop, movimiento
donde la estética responde al exceso de simbolismo de la televisión.
Las características literarias de esta generación, que se resumen
en la fragmentación, la interdisciplina y un rechazo frontal a la
literatura convencional, parecen tomar cuerpo en la trayectoria
literaria del andaluz. En esa apuesta suya, radical, de entender la
escritura, publica en 2009 Providence,
una provocadora novela que obtuvo una buena acogida
crítica aquí en España y en su edición francesa. Con Karnaval
(2012) obtiene el Premio Herralde de Novela, una historia irreverente
que fabula la crisis económica, la quiebra democrática y también
la indignación de muchos.
Con su última propuesta
narrativa, El Rey del Juego (Anagrama, 2015) nada se
interrumpe en su estilo transgresor y heterodoxo que exige de un
lector predispuesto a involucrarse en la tarea de participar en una
aventura increíble y vertiginosa en donde el humor y el esperpento
acudirán a su rescate como bálsamo. Esto ya se daba en sus últimas
publicaciones, pero aquí, aún más. La novela arranca con unas
citas apócrifas de escritores y personajes variopintos que opinan
sobre la valía artística del libro y, a partir de este sorprendente
preámbulo, el lector es empujado por un tobogán vertiginoso hacia
no se sabe dónde. Lo que viene tras de sí es una concatenación de
secuencias que no parece tener límites. Es entonces cuando la novela
adopta, inevitablemente, un curso delirante que obligará al lector a
adoptar sobre ella un punto de vista también delirante.
El Rey del Juego
es el rey del desvarío y del sarcasmo, una pesadilla recurrente y
grotesca. Cada capítulo llega siempre henchido de algo, el asombro
nunca es pequeño, todo es disparatado en ese torbellino de la
realidad por donde transitan los personajes. Axel Bocanegra,
el protagonista y narrador de la historia, se embarca en un delirante
viaje por las lindes de una España kafkiana, que viene de vuelta,
con el rabo entre las piernas, eliminada del último mundial de
fútbol, y en la que, en ese estrambótico trayecto, se proclama el
estado de excepción como consecuencia de un atentado contra el rey,
al mismo tiempo que se pone en escena a famosos personajes femeninos
de la televisión. No faltan escenas y trifulcas de sexo y violencia a
lo largo de muchos capítulos. Y esto no es todo, sino que para más
enredo, la trama se sumerge en elucubraciones y teorías de la
conspiración que resumen el totum revolutum de la actualidad
política del país, a modo de una especie de teleserie en la que no
faltan oprobios, peroratas y falacias.
Hay un enfoque
cinematográfico y paródico en la narrativa de JFF que se
repite en sus novelas, no le importa acudir a la tradición picaresca
para reflejarlo con mayor énfasis o, incluso, como si rescatara de
las portadas de la prensa un aluvión de referentes malévolos de
famosos que se incorporan a sus párrafos más festivos para dar
mayor diversión al lector, cada vez más sorprendido con la excesiva
dispersión de la trama. Al fin y al cabo, esto último forma parte
del espectáculo, ya que se trata de una osada apuesta a la que opta
su autor.
El Rey del Juego
es una novela ofensiva que ataca con displicencia a los dirigentes
políticos: “En este juego –subraya el narrador– se
puede ser todo lo paranoico que se quiera, pero lo que no se puede
ser, bajo ningún concepto, es un gilipollas” (pág.139). Lo
que aquí se relata es una mirada sarcástica de la “España
profunda” y la “España superficial”, como se
apostilla en uno de sus párrafos (pág. 172). Todo un show
enloquecido y sicalíptico en donde no faltan perfidias morales y
escenas pornográficas, propias de un videojuego erótico y
pernicioso o un manga japonés.
Juan Francisco Ferré
vuelve a sorprendernos con un nuevo artefacto literario, un derroche
narrativo tan propio de su firma, con una prosa vigorosa y efectiva,
de ritmo endiablado y desasosegante, sin respiro, sin tregua, incluso
incorporando otros relatos dentro de la novela (un guiño cervantino)
para aupar la deriva de sus personajes que deambulan hacia el abismo.
Ferré es un
artista radical del cuadrilátero estilístico, ese que exige gancho
y pegada para despertar al lector de la complacencia permisiva en la
que vive inmerso y darle pábulo a su conciencia, mostrándole la
mascarada ingrata y amarga de lo que acontece a su alrededor. [Reseña
núm. 251]
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