En
sus reflexiones sobre la vida y el paso de los años, dice
Montaigne que la meta de
nuestra carrera es la muerte. Para él, filosofar no es más que
aprender a morir. Si esto que afirma el ensayista francés nos
asusta, cómo poder dar un paso adelante sin agitarnos. Todo parece
dispuesto para que se asuma que la vida del hombre no es más que una
lenta gestación de un ejemplo póstumo. Para muchos, el remedio más
socorrido para sobrellevar ese destino implacable, consiste en no
pensar en ello.
Llegar
a la decrepitud no es un plato apetecible, viene a decirnos Aurelio
Arteta (Sangüesa, Navarra,
1945) en su último libro A pesar de los pesares (Ariel,
2015), un texto emotivo y personal al que subtitula como Cuaderno
de la vejez.
Si tuviera que resumir en una sola frase el contenido de las páginas
de estos dietarios del profesor Arteta,
catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del
País Vasco, autor de ensayos éticos y manuales universitarios,
diría que la vida se fundamenta en saber que uno es mortal.
Lo que nos ofrece este libro es un ejercicio de reflexión desde la
experiencia de un pensador curtido en la docencia que aflora su cara
más humana al aceptar el trance de la vejez como última etapa de la
vida y que asume sus consecuencias, sin dejar por ello de vivirla con
entereza y alegría. Dice en los prolegómenos que la vejez
representa en la vida humana el período de prueba más concluyente,
la etapa en que se concentran los mayores obstáculos para alcanzar
la felicidad.
Atravesamos
las etapas de la infancia, la adolescencia, la madurez, hasta llegar
a la vejez, y, en todas ellas, afrontamos una variedad predeterminada
de experiencias existenciales, como el amor, el desamor, las
esperanzas, las frustraciones, el placer y el dolor. Reflexionar en
cada una de las etapas de la vida es reparar en el paso inexorable
del tiempo. La imagen de nuestra vida es el cómputo de estos
elementos pautados bajo una forma personal. Para Arteta,
el autoconocimiento es una tarea imprescindible para tomar conciencia
en cualquiera de estas fases, pero adquiere mayor relevancia en la
madurez tardía. Estos fragmentos de escritura, aunque no siguen
pautas académicas, son en sí mismos un pequeño tratado universal y
filosófico sobre la vejez. Cuando llega esta última etapa de la
existencia, todo es recuerdo, no solo individual, sino colectivo.
Recuerdos conscientes e inconscientes, porque en ambos van, no solo
los datos de nuestra existencia, sino también los de nuestros
antepasados. Somos, como decía el viejo Baroja,
el resultado de una raza, de un ambiente y, por tanto, de una
trayectoria material y espiritual.
Aunque
hay pasajes que deploran los estragos de la vejez, sus arrugas, el
desgaste de los años y en otros la melancolía, la pesadumbre y la
desesperanza, Arteta
trasciende a un estadio práctico de sacar jugo a la vida. El autor
nos entrega su visión personal apoyándose en sentencias y diálogos
de pensadores clásicos y escritores contemporáneos que opinan sobre
la difícil tarea de sobrellevar los años con dignidad, ante el afán
inevitable del hombre de prolongar su vida. El existir del hombre,
según él, tiene que llenarse de deseos, porque el “ir tirando”
apenas nos consuela. De manera que eso que alguien nombró como
tedium vitae
y al que muchos mayores se apuntan como mal menor, no sea la receta
más favorable para la tercera edad; mejor habrá que irse
distanciando de ese coro de derrotados, con la conciencia de un ser
que vive acoplando su existencia al mismo ritmo del tiempo, según el
sabio consejo de Cicerón:
“Pero yo prefiero ser viejo menos tiempo que hacerme viejo antes de
serlo”.
El
cuaderno de Aurelio
Arteta
alumbra al lector joven sobre la fatalidad de envejecer, y alerta al
lector maduro sobre su proximidad, con argumentos suficientes para
conservar el aliciente de seguir vivo al tiempo que se envejece día
a día, un punto de mira para aprender a
sortear
los achaques que asomen al paso de los años, con bravura y
esperanza.
A pesar de los
pesares es un repaso vital,
una observación profunda, sincera y nada compasiva sobre la edad
tardía, un libro hermoso y hondo que concluye que, a pesar de todo,
la vida merece la pena vivirla hasta su última etapa, porque lo
mejor que nos ha podido ocurrir es haber nacido. [Reseña
núm. 249]
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