En
Memorias de un librero (Anaya
& Mario Muchnik, 1994),
del argentino Héctor Yánover,
un libro hermoso y sorprendente, hay pasajes ilustrativos sobre la
tarea tan absorbente que conlleva ser librero. Ya en sus primeros
párrafos se planta ante el lector con una especie de decálogo para
enunciarle lo que significa este oficio y dice: “Un librero casi es
un libro. La mercancía que vende se ha metido tanto en su vida que
le es difícil separarlas. Crecido entre libros, respiro polvo de
libros, veo libros en todos los horizontes. La librería no está
donde está, sino dentro de mí. Es un hombre que cuando descansa
lee; cuando lee, lee catálogos de libros; cuando pasea, se detiene
frente a las vidrieras de las otras librerías; cuando va a otra
ciudad, otro país, visita libreros y editores”.
Han
transcurrido ya dos décadas desde la aparición de estas curiosas
memorias cuando acaba de publicarse un libro que discurre por esos
mismos derroteros, pero en este caso bajo la pericia de una librera
incipiente que toma, casi por asalto, en una subasta por internet, la
compra de una pequeña librería en Viena. Para Petra
Hartlieb (Múnich, 1967) su
apuesta cambiará por completo su vida y la conducirá a una aventura
temeraria y repleta de incertidumbres. Dejar su domicilio de Hamburgo
y su trabajo de crítica literaria, arrastrar al nuevo proyecto a su
marido, un ejecutivo de una importante editorial, dos hijos, sin casa
establecida, sin experiencia sobre los entresijos de una librería,
y, encima, con un préstamo oneroso que asumir, ahuyentaría a
cualquiera, pero Petra
no se amedrará porque está convencida de su acertada elección.
Mi maravillosa
librería (Periférica,
2015) es la historia de una ilusión, del desafío y del empeño de
una mujer tenaz y apasionada por realizar un sueño: tener una
librería. Por la cabeza de esta mujer pragmática, tan vinculada al
mundo de los libros, también había sitio para la locura, de manera
que no iba a dejar pasar la oportunidad de regentar un local repleto
de estantes de libros hasta el techo, con un público ferviente por
todos los pasillos, como siempre había soñado. Los libros serán
testigos de sus vicisitudes y contratiempos, compartirán sus
momentos de gloria y otros menos buenos debido a esos caprichos
informáticos cuando dejan de funcionar los ordenadores e interfieren
en el mostrador de los pedidos.
Decía
Claude Roy en El
amante de las librerías,
un delicioso texto sobre el amor a los libros y a las librerías que
“el dinero no hace la felicidad, pero ayuda a comprar libros”. En
el caso de Hartlieb,
sus amigos y el banco prestaron el dinero necesario para otorgarle la
felicidad al poner en marcha su anhelada apuesta: la librería
soñada.
Cada
librería condensa un mundo, no solo para el curioso que se adentre
por sus puertas, sino para el mismo propietario del recinto, el único
capaz de entender de antemano que aquel sitio es un centro cultural
en el que su mercancía propicia la conversación y el debate, la
amistad e incluso los escarceos románticos. Petra Hartlieb
cuenta todo este hechizo y todo lo que acontece más allá de su
horario de trabajo, con la naturalidad de quien confiesa una
intimidad a un amigo. La historia de Petra
y su librería es una narración que muestra su experiencia personal,
un trayecto vital y empresarial cargado de entusiasmo y confianza, un
testimonio literario fresco y honesto, sincero y sin alardes, escrito
en un tono cercano y divertido.
Lo
conseguido por esta insólita y emprendedora mujer está recogido en
este estupendo libro. Creer en los sueños es perseguirlos, aunque
nada es de color de rosa, como se palpa en sus páginas. Tener un
sueño logrado, una familia unida, un perro y una librería no es
nada baladí, más bien es un lindo logro que a muchos amantes de los
libros nos habría gustado y no nos hemos atrevido a llevarlo a cabo.
Iniciar una empresa así no es misión para timoratos. El desafío
que se le presenta al librero en este siglo XXI es un trabajo duro y
de mucho sacrificio, porque en realidad pintan bastos, y a los hechos
me remito: no transcurre una semana en la que algunos de estos
maravillosos locales cierren sus puertas estrangulados por las manos
virtuales de Amazon y otros gigantes de internet.
Mi maravillosa
librería no es solo un
testimonio de una librera aguerrida y entusiasta, sino que también es, sin
habérselo propuesto su autora, un homenaje a los lectores y amantes
de las librerías, a los libros y a todo un gremio de supervivientes
que siguen trabajando a destajo para que estos sagrarios cargados de
libros continúen reconfortándonos. [Reseña
núm. 255]
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