Se
ha dicho alguna vez que los seres humanos somos memoria y lenguaje.
La memoria aglutina y sustenta la experiencia de cada vida. En esos
instantes en que se desgrana el tiempo, de una manera tan clara y
contundente, surge, especialmente en la vida de escritores de raza,
la necesidad de hacer presente momentos del pasado que quedaron
latentes en el poso de la memoria, pendientes de su oportuno rescate.
El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo.
Jose Manuel Caballero
Bonald (Jerez de la Frontera,
1926), uno de los escritores más fecundos e innovadores de las
letras españolas en las últimas décadas, en su amplia vertiente
literaria, que abarca la poesía, la novela, la memoria, el ensayo o
la crítica, sabe y ha escrito mucho acerca del significado
existencial del tiempo y de la memoria a lo largo de su dilatada
carrera literaria. Los libros, para él, conservan la memoria, y, con
ella, la posibilidad de trascender de los instantes de su propio
tiempo hacia el espacio del diálogo, de su liberación, de su
libertad creativa.
Su
nuevo libro Examen de ingenios
(Seix Barral, 2017) viene a corroborar la importancia de la memoria
en su escritura. En esta ocasión, reúne un centenar de retratos de
escritores y artistas hispanos del siglo XX con los que Caballero
Bonald tuvo algún encuentro
excepcional o mantuvo una relación más estrecha, principalmente en
el campo literario. Algunas de las semblanzas aparecieron ya
esbozadas con anterioridad en La costumbre de vivir
(2001) o en los artículos recogidos en Oficio de lector
(2013). Entre ellas hay nombres de músicos, cantantes, pintores y,
sobre todo, escritores de diferentes épocas pertenecientes a grupos
que van desde la generación del 98 hasta la del 50.
A
un escritor de la estirpe del Premio Cervantes 2012, para quien el
acto de escribir supone un trabajo de aproximación crítica al
conocimiento de la realidad, como ya manifestara en 1968, y también
una forma de resistencia frente al medio que le condiciona, este
florilegio literario no le arredra para menguarse y mucho menos para
atemperar su mordacidad e ironía. Cada semblanza tiene su propia
dinámica y matiz, y eso le da una vivacidad insólita que el lector
denota a medida que se adentra en cada una de las figuras retratadas.
Algunos perfiles descritos salen algo mal parados, tales como Baroja,
Eugenio d'Ors, Josep
Pla o Leopoldo
Panero, y otros, aunque
distantes en el trato, salen mejor considerados, como Jorge
Guillén, Juan Rulfo,
Onetti o Lezama.
No son tampoco santos de su devoción José Hierro,
Gil de Biedma o
Cabrera Infante, pero
reconoce la valía literaria de sus obras. No se corta a la hora de
destacar la excelencia de las primeras obras de Vargas
Llosa, así como las de las
novelas Don Juan
y La saga-fuga de J.B.,
de Torrente Ballester,
“dos experiencias estéticas muy válidas”, según su dictamen.
Igualmente ensalza Mortal y rosa,
la cima creadora de Umbral,
su magnus opus,
sentencia si ambages. De Cela,
con el que mantuvo estrecha relación profesional en Palma de
Mallorca en torno a la revista literaria que fundó bajo el nombre de
Papeles de Son Armadans,
dice que era “autoritario y megalómano”. Toda su literatura,
añade, se ordena y gira pro
domo sua.
El
libro tiene, evidentemente, mucho de memorias complementarias, a la
vez que el autor retrata a sus personajes, ellos hacen lo propio con
él, de manera que el lector, a través de este elenco artístico tan
distinguido, además de acercarse a los entusiasmos y reticencias
estéticas que el autor va dejando por el texto a través de un
examen brillante y pormenorizado de cada uno de los artistas que
conforman su álbum de ingenios, también adquiere magníficos
juicios sobre muchas de las obras de estos.
Examen de ingenios
es un libro cuidado y ameno, de prosa admirable, llena de sutileza y
humor. Caballero Bonald
se vale de esa singular destreza, que muy pocos poetas gozan, como es
la de tener una prosa brillante y exquisita. Gimferrer,
gran admirador suyo, afirma que lo más destacable de él es el
lenguaje en la medida en que éste se revela susceptible de ser a la
vez condición y vehículo del conocimiento.
Este
libro corrobora claramente esa determinación. Aquí, el autor de
Manual de infractores
propone un repaso vital en torno a la experiencia vivida y a la
experiencia lingüística y personal de muchas otras figuras
artísticas conocidas en el engranaje de su universo. No estamos ante
una obra mayor, bien es cierto, pero no deja de ser un libro valioso
y sorprendente, escrito con mucha perspicacia y picardía.
Caballero Bonald,
valiéndose de ese caudal estilístico inimitable, se erige en un
consumado maestro de la escritura capaz de cultivarla con esmero y
sabiduría, desde la delicada cepa del lenguaje, y llega a crear un
mundo propio en el que fructifica la palabra, como consigue
sobradamente en esta guía artística y sentimental tan jugosa.
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