La
proliferación de la literatura fragmentaria y breve ha tomado un
auge inusitado en lo que va de siglo. Esto podría ser el titular de
la sección cultural de cualquier rotativo de nuestro país o de más
allá de nuestras fronteras. Las circunstancias tecnológicas del
momento actual tienen mucho que ver en todo ello. El impacto del
género breve se ha colado de manera exponencial en nuestras vidas
como usuarios de la redes sociales. No paramos de leer y remitir a
nuestros amigos y seguidores incontables y continuas sentencias,
citas, greguerías y aforismos que aparecen constantemente por
cualquiera de las aplicaciones virtuales de nuestro móvil o tablet.
Además, ese eco imparable se ha colado de lleno en el mundo
editorial. No hay resquicio semanal para que no se anuncie la
publicación de un nuevo libro de aforismos o una antología de
ellos, a pesar de que la literatura breve sigue siendo un género
menor en cuanto a las preferencias del público que lee literatura
siguiendo la tradición más canónica.
Los
lectores entusiastas del género aforístico celebramos este
acontecimiento prolongado y, sobre todo, nos alegramos de que muchos
escritores, especialmente los poetas, se hayan decidido a probar
fortuna en un campo tan sutil como este y tan propicio para el
pensamiento que no desdeña la mirada poética. Algunos de ellos,
como Carlos Marzal
(Valencia, 1961), un veterano en estas lides, lleva una larga
trayectoria literaria unida, en gran parte, al cultivo del aforismo
como síntesis y conjugación de su universo literario en el que la
reflexión y el hervor poético caminan sin soltarse de la mano.
En
su segundo libro de aforismos, La arquitectura del aire
(2013), de hermoso título por cierto, el poeta concluye su colección
de alumbramientos con la siguiente reflexión: Mis
aforismos también son un diario, pero de acontecimientos del pensar.
Anteriormente, en Electrones
(2007), donde se inició por primera vez en el género, Marzal
quiso dejar sentado, a su manera, entre todo el juego de azar reunido
en poco más de cien aforismos, lo que, a su entender, significa el
oficio de juntar letras: Escritor
no es quien escribe para luego marcharse a vivir, sino quien no puede
entender el hecho de vivir sin estar escribiendo.
Ahora, entre estas dos intersecciones que conforman el pensar y el
escribir, el tiempo y la experiencia, el escritor valenciano presenta
un nuevo libro de aforismos en el que la madurez y la ironía se
aúnan y afinan: Con el
tiempo –confiesa–,
se aprende a apreciar el pequeño placer doméstico de estar, cada
día que pasa, más de acuerdo con uno mismo.
Con
Las consecuencias de no tener nada mejor para perder el
tiempo (Frida Ediciones,
2017), su nueva obra, un título casi inacabable e irónico, Marzal
se consagra como uno de los referentes españoles actuales del
género. En esta ocasión, el autor reúne en poco más de doscientos
aforismos un amplio repertorio introspectivo de paradojas,
vislumbres, sentencias y abstracciones alrededor de lo que le rodea,
explorando el mundo de las sensaciones y del pensamiento, con mucho
humor la mayoría de las veces. Cuando
se viaja –dice en uno
de ellos–, las ideas
sobre el viaje pesan más que la maleta;
en otro advierte con gracia que La
erudición también es una ignorancia parcial, pero con conocimiento
de causa;
y en este de aquí sentencia pícaramente: Con
la regla, los hombres también competiríamos para ver quién la
tiene más larga;
Para ser justos
con nosotros –apostilla
con socarronería en este otro–
tendrían que juzgarnos por piezas.
Hay otros muchos donde la edad y el cúmulo de traspiés se hacen
inevitablemente patentes: Se
nos pasa el arroz incluso para las perversiones propias,
dice uno de estos. Entre
las ventajas de la edad
–subraya en otro– se
cuenta esta: hacernos creer que nuestras resignaciones son una
conquista de la sabiduría...
En
esta nueva escaramuza literaria de Marzal
se pone en cuestión, en cierta medida, la frase severa o el
pensamiento solemne y moralista que parece envolver al aforismo
clásico para darle un revés y mostrarnos que los aforismos más
humorísticos, a menudo, son los más graves e incisivos. De ahí a
que cuando leemos en uno de ellos que Hay
pocos placeres comparables al de creerse que los demás envejecen
peor,
no podamos evitar una sonrisa al sentirnos reconfortados.
El
aforismo para Marzal
no es una limitación para tratar asuntos propios y ajenos fuera del
ámbito tradicional y sentencioso. No hay límites estilísticos para
tal fin. En esa frontera compositiva y de concisión necesaria, el
poeta español, con la elegancia y humor que le caracterizan, se
revela como un aforista consumado en argucia y sagacidad, gracias a
ese estilo directo, natural e incisivo tan propio suyo.
Las consecuencias
de no tener nada...
es un breviario aforístico agudo y apasionado que no cae en la
obviedad, capaz de arrancarnos una mudez en nuestro rostro lo mismo
que un cambio repentino en el arco de nuestras cejas, un libro
inteligente que no se corta y que pone su atención y gracia en la
mirada irónica y despojada de pomposidad a tantos asuntos que nos
afectan.
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