Los
que no leen, dice Ramón Eder,
ignoran lo que se pierden. El lector que descubre un buen libro acaba
contagiándose del germen propicio para seguir en la senda de buscar
otros. Todo lo que se necesita para leer es más el deseo que el
tener tiempo. Sin esa dosis de interés, de curiosidad y de
entusiasmo, que nadie se piense que el tesoro oculto de un libro
aparecerá delante de sus ojos por arte de birlibirloque. Hay que
ponerse en ruta leyendo de forma atrevida, dejándose seducir por lo
que los propios libros hablan de los otros libros, probando,
dejándose llevar sin prejuicios, incluso como si se tratara de un
botiquín de primeros auxilios. Leer, en palabras de Juan
Villoro, es como el
paracaidismo: en situaciones normales solo unos espíritus
arriesgados lo practican, pero en una emergencia le salvan la vida a
cualquiera.
Para
Antonio Basanta
(Madrid, 1953), doctor en Literatura Hispánica por la Universidad
Complutense de Madrid, articulista, conferenciante y autor de muchos
libros dirigidos a fomentar la afición a la lectura, “leer es
siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse.” Para un
entusiasta propagador de la lectura, como él, que ha dedicado gran
parte de su vida a esa encomiable vocación pedagógica, su nuevo
libro, Leer contra la nada
(Siruela, 2017) es otra oportunidad para que siga manifestando que
los libros son una fiesta y un laboratorio de la experiencia. Leer,
subraya, es interpretar, tejer, surcar, elegir y, especialmente, una
forma de emancipación. Todos los que somos partícipes de esta
aventura, y muchos que llevan décadas sin bajarse de su locomotora,
celebramos este diagnóstico. Es verdad que nunca se termina de
aprender a leer. Aceptar esta afirmación que Basanta
resalta no es más que asumir que en esa verdad se encuentra el
atractivo de leer ininterrumpidamente. Su libro, además, es una
declaración en toda regla de gratitud entusiasta a los libros que ha
leído y a lo que ha significado en su vida el ejercicio de la
lectura.
Por
estas páginas reflexivas, llenas de guiños literarios y también de
frases felices, a modo de aforismos, Basanta
despliega buena parte de su experiencia lectora, mostrando un amplio
abanico de fragmentos de libros y citas de autores para propagar lo
que se dice acerca del verbo leer y avivar su radiación. Somos
memoria y lenguaje, nos viene a decir. El libro es, sobre todo, el
recipiente donde reposa el tiempo. Por aquí asoman pensamientos de
escritores que resaltan el valor y la importancia del discurrir de
los libros a través de su inmersión lectora. Kafka,
por ejemplo, dice que “leer es siempre una expedición a la
verdad”; Proust,
por otro lado, acude al recuerdo de su niñez y señala que “quizá
no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta
plenitud como aquellos que creíamos dejar sin vivir, aquellos que
pasamos con un libro preferido”; C. S. Lewis,
autor de La experiencia de leer
(Alba, 2001), responde a la pregunta de uno de sus alumnos sobre por
qué leemos, afirmando que lo hacemos “para saber que no estamos
solos”.
Son
muchos los pasajes señalados en este libro que hablan de esa
experiencia tan excepcional, múltiple y seductora que significa
leer. Y es que, como señala Paul Auster
en su novela Brooklyn Follies
(Anagrama, 2006), “cuando una persona es lo bastante afortunada
como para vivir dentro de una historia, y más si es una historia
literaria, no hay pena de este mundo que no desaparezca.” Somos
consumidores insaciables de emociones, y la literatura es esa gran
alacena que nos aguarda siempre para tomar lo que necesitemos o se
nos antoje.
La
idea que recorre este emotivo e insinuante libro no es ofrecer un
texto de autoayuda, ni nada que se le parezca, sino airear una
auténtica confesión de gratitud hacia los libros leídos, un elogio
de la lectura como vehículo y canal próximos para aplacar esa
incesante sed de consuelo y compañía que tanto demandamos. “Quien
lee –subraya Basanta–
no está haciendo algo; se está haciendo alguien.”
Leer contra la nada
es un libro que resalta la lectura como función vital, más allá de
su función meramente cultural, un hermoso ensayo que tiene un
destinatario múltiple: vale para quien lee moderadamente, o para
quien lo hace de higos a brevas, pero también para quien lee mucho.
El lector ideal de este libro es, por tanto, aquel que siente
curiosidad por conocer en otra piel el goce, las reacciones y los
efectos colaterales que el verbo leer produce en uno mismo y
compararlo con la experiencia ajena, un diálogo interior compartido
y conjugado en modo gerundio: leyendo.
Nunca
se lee lo bastante. Vale la pena hacerlo, como dejó bien dicho el
escritor argentino Bioy Casares:
“porque los libros ocultan países maravillosos que ignoramos,
contienen experiencias que no hemos vivido jamás. Uno es
indudablemente más rico después de una buena lectura”, y eso,
añado, es una recompensa impagable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario