lunes, 21 de enero de 2019

La vida a golpes


Uno se plantea, a sabiendas de que ya lo han hecho otros de acreditada solvencia, si el lenguaje es una herramienta suficiente y rotunda como para transmitir lo que se desea y se quiere contar. Muchos piensan que no por lo que, a veces, tiene de defectuosa. Por eso la literatura siempre es un intento por dar respuestas a lo inefable, a lo terrible, a lo que carece de respuestas, y precisa de visibilidad. De todo ello da cuenta la palabra escrita. Y esto es así porque una vida sin eco ni memoria escrita no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligente.

Si la escritura es un puente, el río que pasa bajo ella no es más que la vida transferida por su autor, que interfiere en la nuestra con los hechos que cuenta o con la revelación de sus palabras, con la intención de encontrar un síntoma, un rastro, o un espejo al que, quizá, hubiéramos preferido no asomarnos y ver reflejada allí una verdad ominosa que define la lógica secreta del mundo en el que, resignados, vivimos.

Hay ciertos libros, y no son muchos, que son rotundos en estas disquisiciones literarias y nos dejan abatidos, con la sensación de haber tocado un fondo del que ya no saldremos siendo el mismo lector. Cárdeno adorno (Períferica, 2018), de Katharina Winkler (Viena, 1979), es uno de esos libros, un texto duro y hermoso a la vez, donde la belleza del lenguaje y la maldad de los hechos se funden en la verdad que cuenta, hasta dejarnos estremecidos y horrorizados, testigos de cómo la infamia y el abuso atávico de la cultura de muchos hombres, a los que no les basta con apropiarse a su antojo de todo lo que le ofrece la propia Naturaleza, y llegan a alcanzar lo más íntimo y sagrado del hogar: sus mujeres y sus hijos.

En ese infierno, Filiz, la joven narradora y protagonista de este relato, pone su voz para contarnos cómo empezó su vida a impregnarse de ese ambiente en el que tiene que sobrevivir frente a la amenaza de la ley impuesta en el hogar por el padre: “Somos rebaños y pastores al mismo tiempo. Nos cuidamos unos a otros. Madre nos cuida de padre, padre nos cuida de los lobos... Cuando padre entra en casa, el silencio lo acompaña. Nos ponemos de pie, nuestros ojos se ponen de acuerdo. Durante la comida permanecemos mudos. Tal como padre nos quiere”.

La historia de esta joven turca fue escuchada, por primera vez, por la autora de la novela cuando tenía apenas trece años. Su padre, médico rural en Austria, se dirigió a la gendarmería del pueblo para denunciar por maltrato al marido de Filiz, después de que su mujer descubriera bajo el niqap de la protagonista los moratones que escondía. Este hecho prevaleció en la memoria de Katharina hasta el punto de que quiso, al cabo del tiempo, plasmar en una novela la vida de esta inmigrante, epígono de tantas mujeres humilladas por esa dominación bárbara y atávica del hombre que pasa de padres y hermanos a más tarde maridos.

En la novela Del color de la leche (2012) de Nell Leyshon la narradora dice que: “Tener memoria es una buena cosa, porque ahí está la historia de tu vida y sin ella no habría nada, pero otras veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber nunca y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza, siempre vuelven”. En el relato de Winkler también está presenta este sentir, pero aquí la memoria de Filiz atesora una humanidad y ternura prodigiosas pese a tanto dolor sufrido, y todo lo que guarda en ella es una historia estremecedora, tan suya como la de la estirpe de cualquier mujer sometida, para quien vivir consiste en construir futuros recuerdos mejores.

Cárdeno adorno no es un título prosaico, sino todo lo contrario. Bajo ese perfil lírico no hay complacencia, sino una metáfora del dolor y de sus secuelas. Winkler ha sabido relatar la épica tremenda de la vida de una mujer, aderezada con el sutil encanto de la palabra justa y precisa, como contrapunto estético a tanta aspereza, violencia y ultraje. Y hay que añadir a esto el esmero con que la autora redacta cada página, con una sintaxis concisa e implacable, marcando un estilo en el que la voz narrativa se aleja de lo pretencioso, en busca de lo espontáneo y auténtico. Winkler logra trasladar de forma vívida y, sorprendentemente poética, el jugo expresivo a su relato, recogido de las cintas en las que había ido grabando el testimonio de Filiz, y la voz encarnada por su protagonista, una mujer que bien podría representar el sentir de tantas otras voces anónimas o silenciadas que, en medio del abatimiento y la desdicha, pueblan cualquier parte del mundo.

Que no sea la memoria, como decía Ernesto Sabato, la temerosa luz que alumbra ese sórdido museo de la vergüenza”, sino la memoria testimonial como resistencia del tiempo. Cárdeno adorno es un estupendo debut literario, una novela que se ocupa de la necesidad de cuidar y transmitir una verdad primigenia, y lo hace de forma asombrosa y descarnada.


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