La
literatura no es algo absoluto, sino un simulacro, como diría Carlos
Pujol. Por eso vamos a su
encuentro, porque necesitamos de imaginación y fantasía para
comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y, también, porque nos
gusta curiosear en la vida de los demás. Es difícil acotar este
amplio marco. De ahí que escribir historias, desde la conciencia o
desde la perspectiva de los otros, sea, probablemente, la tentativa
más plausible y seductora que la ficción posee para lograr
encandilarnos cuando queremos acercarnos a escudriñar en lo humano.
Por suerte para los lectores, mucho de ese provecho y gozo lo
encontramos dentro de la literatura y, en esa amplitud, el cuento no
para de sorprendernos por esa capacidad suya de concentrar el rastro
de la vida en pocas páginas.
Manos de lumbre
(Página de Espuma, 2018), de Alberto Chimal
(Toluca, México, 1970), es otra prueba más que confirma la buena
salud por la que atraviesa el género breve en nuestro idioma, a
ambos lados del Atlántico. Su autor, prolífico escritor de relatos,
ha publicado una docena de libros de cuentos, entre los que cabe
destacar Estos son los días
(2004), obra ganadora del Premio
Nacional de Cuento en
México, Grey
(2006), Manda fuego
(2013) o Los atacantes
(2015). En todos ellos su autor nos recuerda, precisamente, que en
este mundo de vanidades es donde ocurre lo que la imaginación recrea
e interpela y en él nos encontramos todos.
Con
esta nueva colección de cuentos, Chimal
nos convoca en torno a sus personajes, un laboratorio de verdades y
mentiras por donde se hace un repaso de la maldad, la arrogancia, la
estupidez e, incluso, la mala suerte de todos ellos. En ese
microcosmo, asistimos perplejos al estado mental de sus
protagonistas, fuera de su apariencia normal, para revelarnos lo que
se oculta tras dicha apariencia. La sensación percibida conforme se
va leyendo cada uno de sus relatos no es otra que estar ante un
desafuero en ciernes. Los personajes de Manos de lumbre
toman
de la mano al lector y lo persuaden con sus voces, para acompañarlos
al territorio íntimo de sus vidas azarosas. En México, “tener
manos de lumbre” es una especie de mal fario y propensión a
destruir cosas, mayormente sin querer. Esas torpes “manos de
lumbre” que transitan por aquí no son nada inocentes: manipulan,
ocasionan catástrofes, accidentes y torpezas imperdonables.
En
el primero de ellos, Los
leones del Norte,
un arrogante y consagrado escritor, que se enfrenta a una acusación
abominable que puede hundir su reputación, se afana de lo mucho que
ha creado desde el plagio, como otros, aprovechando la literatura y
la música popular. Este es un relato delirante, malintencionado y
burlesco que apunta muy certero sobre determinadas obras
sobrevaloradas por la crítica, de originalidad más que dudosa. En
el siguiente cuento, Una
historia de éxito,
una madre perversa, desasosegada y acaparadora decide frustrar los
logros de su hija menor aislándola de la influencia del mundo
exterior. En Marina,
el fetiche, la parafilia y los juegos prohibidos se manifiestan con
ardor en el protagonista, un joven que, tras una escaramuza de
hipnosis pretende atrapar los encantos de su prima, pero la historia
deviene en un final inesperado y sobrecogedor.
Los
tres siguientes que cierran el volumen continúan en la misma senda
de poder y sumisión que atraviesan los relatos anteriores. Todos
ellos poseen, igualmente, esa corriente común de destrucción y
confrontación de identidades que asolan a sus personajes. Y así,
por ejemplo, en La
segunda celeste,
su relato más extenso y fantástico, con un arranque demoledor, se
plantea el poder subyugante en el que el mundo contemporáneo se
encuentra bajo ese espeso caldo de cultivo de las nuevas tecnologías
y la ciencia, casi siempre reservadas al círculo privilegiado de las
élites dominantes, o en Voy
hacia el cielo,
un entrañable y hermoso relato en el que la narradora cuenta cómo
su tío Pablo
se sentía secuestrado en cuerpo y alma por la música que amaba,
aunque no se supo si en verdad lo que ocurrió con su desaparición
fue obra de alienígenas o de los poderes fácticos. Se deja sentir
en esta trepidante historia ese clamor social sobre tantas
desapariciones que se suceden en la cruda realidad mexicana.
En
todo su conjunto, Manos de lumbre
reverbera esa mirada común de sus personajes de fuerte impulso
destructivo, incluso para consigo mismos. Destaca la importancia de
sus voces, en el modo de cómo cada una de ellas, conforme aparece en
escena, interfiere en la narración, construyendo su realidad para
contarse a sí misma sus penumbras y la inconsistencia de su mundo.
Chimal
posee ese enganche de escribir de un modo que al lector le da la
sensación de que lo que cuenta tenía que expresarse así, con esas
mismas palabras y en ese mismo orden. Sus invenciones tienen alma de
significación, misterio y hermosura, llevan dentro al “otro”,
que, como decía Proust,
es el que escribe de veras.
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