viernes, 25 de enero de 2019

Nada inocentes


La literatura no es algo absoluto, sino un simulacro, como diría Carlos Pujol. Por eso vamos a su encuentro, porque necesitamos de imaginación y fantasía para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y, también, porque nos gusta curiosear en la vida de los demás. Es difícil acotar este amplio marco. De ahí que escribir historias, desde la conciencia o desde la perspectiva de los otros, sea, probablemente, la tentativa más plausible y seductora que la ficción posee para lograr encandilarnos cuando queremos acercarnos a escudriñar en lo humano. Por suerte para los lectores, mucho de ese provecho y gozo lo encontramos dentro de la literatura y, en esa amplitud, el cuento no para de sorprendernos por esa capacidad suya de concentrar el rastro de la vida en pocas páginas.

Manos de lumbre (Página de Espuma, 2018), de Alberto Chimal (Toluca, México, 1970), es otra prueba más que confirma la buena salud por la que atraviesa el género breve en nuestro idioma, a ambos lados del Atlántico. Su autor, prolífico escritor de relatos, ha publicado una docena de libros de cuentos, entre los que cabe destacar Estos son los días (2004), obra ganadora del Premio Nacional de Cuento en México, Grey (2006), Manda fuego (2013) o Los atacantes (2015). En todos ellos su autor nos recuerda, precisamente, que en este mundo de vanidades es donde ocurre lo que la imaginación recrea e interpela y en él nos encontramos todos.

Con esta nueva colección de cuentos, Chimal nos convoca en torno a sus personajes, un laboratorio de verdades y mentiras por donde se hace un repaso de la maldad, la arrogancia, la estupidez e, incluso, la mala suerte de todos ellos. En ese microcosmo, asistimos perplejos al estado mental de sus protagonistas, fuera de su apariencia normal, para revelarnos lo que se oculta tras dicha apariencia. La sensación percibida conforme se va leyendo cada uno de sus relatos no es otra que estar ante un desafuero en ciernes. Los personajes de Manos de lumbre toman de la mano al lector y lo persuaden con sus voces, para acompañarlos al territorio íntimo de sus vidas azarosas. En México, “tener manos de lumbre” es una especie de mal fario y propensión a destruir cosas, mayormente sin querer. Esas torpes “manos de lumbre” que transitan por aquí no son nada inocentes: manipulan, ocasionan catástrofes, accidentes y torpezas imperdonables.

En el primero de ellos, Los leones del Norte, un arrogante y consagrado escritor, que se enfrenta a una acusación abominable que puede hundir su reputación, se afana de lo mucho que ha creado desde el plagio, como otros, aprovechando la literatura y la música popular. Este es un relato delirante, malintencionado y burlesco que apunta muy certero sobre determinadas obras sobrevaloradas por la crítica, de originalidad más que dudosa. En el siguiente cuento, Una historia de éxito, una madre perversa, desasosegada y acaparadora decide frustrar los logros de su hija menor aislándola de la influencia del mundo exterior. En Marina, el fetiche, la parafilia y los juegos prohibidos se manifiestan con ardor en el protagonista, un joven que, tras una escaramuza de hipnosis pretende atrapar los encantos de su prima, pero la historia deviene en un final inesperado y sobrecogedor.

Los tres siguientes que cierran el volumen continúan en la misma senda de poder y sumisión que atraviesan los relatos anteriores. Todos ellos poseen, igualmente, esa corriente común de destrucción y confrontación de identidades que asolan a sus personajes. Y así, por ejemplo, en La segunda celeste, su relato más extenso y fantástico, con un arranque demoledor, se plantea el poder subyugante en el que el mundo contemporáneo se encuentra bajo ese espeso caldo de cultivo de las nuevas tecnologías y la ciencia, casi siempre reservadas al círculo privilegiado de las élites dominantes, o en Voy hacia el cielo, un entrañable y hermoso relato en el que la narradora cuenta cómo su tío Pablo se sentía secuestrado en cuerpo y alma por la música que amaba, aunque no se supo si en verdad lo que ocurrió con su desaparición fue obra de alienígenas o de los poderes fácticos. Se deja sentir en esta trepidante historia ese clamor social sobre tantas desapariciones que se suceden en la cruda realidad mexicana.

En todo su conjunto, Manos de lumbre reverbera esa mirada común de sus personajes de fuerte impulso destructivo, incluso para consigo mismos. Destaca la importancia de sus voces, en el modo de cómo cada una de ellas, conforme aparece en escena, interfiere en la narración, construyendo su realidad para contarse a sí misma sus penumbras y la inconsistencia de su mundo.

Chimal posee ese enganche de escribir de un modo que al lector le da la sensación de que lo que cuenta tenía que expresarse así, con esas mismas palabras y en ese mismo orden. Sus invenciones tienen alma de significación, misterio y hermosura, llevan dentro al “otro”, que, como decía Proust, es el que escribe de veras.


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