Al
final de la novela, o mejor dicho, de la no-novela de La
mirada de los peces (2017),
de Sergio del Molino,
dice el autor, en el apartado de gratitudes, que entre ese puñado de
personas que le influyeron en la manera de mirar las cosas que se
relatan en las páginas de su libro se encuentra Edurne
Portela (Santurce, 1974), pues
en su obra El eco de los disparos
(Galaxia Gutenberg, 2016) le enseñó que “el relato generacional
nunca está en los blancos ni en los negros, sino en esa maraña
inmensa de grises donde todos somos culpables e inocentes a la vez”.
Esta declaración tan soberbia y contundente de Del Molino
me pareció suficientemente seductora para subrayarla y no olvidarme
que iría de inmediato al rescate del libro de la escritora vizcaína
para su posterior lectura.
Precisamente
hoy hablamos en este diario de lecturas de El eco de los
disparos, un libro híbrido
que lleva como subtítulo Cultura
y memoria de la violencia,
una nomenclatura que aglutina a su vez relato, pasajes
autobiográficos, crónica, memorias y ensayo, un texto reflexivo y
comprometido que aborda el lenguaje de la violencia y del silencio de
parte de nuestra historia más reciente en la que las acciones
terroristas de ETA y sus consecuencias causaron tantas víctimas y
dolor en el País Vasco y, también, más allá de sus fronteras.
Nadie
opina acerca del silencio, porque el silencio es una ausencia, dice
uno de los personajes de La historia del silencio
(1994), una novela de Pedro Zarraluki que
indaga sobre toda esa nebulosa que envuelve el significado del
silencio. “¿Por qué se dice romper el silencio y no liberar el
silencio, o acallarlo, que sería más poético y nos remitiría a
ese zumbido en los oídos, que tan incómodo nos resulta?”, se
pregunta el propio narrador. Quizá el silencio sea solo eso, un
ruido continuo e interior al que nos hemos habituado. Pero hay
silencios que no podemos perdonar o consentir, ni tampoco debemos
olvidar. Solo tienen interés si nos afectan de alguna manera, sean
reales o imaginarios. El silencio, ciertamente, puede ser personal o
colectivo, está en el dormitorio de nuestras casas y en las aceras
de las calles, agazapado, y posee una espantosa capacidad para
devorarlo todo.
Edurne Portela,
especializada en estudios de la violencia en distintos marcos
históricos, dirige, en esta ocasión, su mirada crítica al lugar
donde nació y creció: Euskadi, y abre un cauce analítico e
indagatorio sobre lo cotidiano de la violencia, metabolizada en el
seno de la sociedad vasca durante décadas en las que la amenaza, la
extorsión y el miedo se adueñaron de la atmósfera de la calles,
como si la condición de víctima y verdugo la tuvieran otros, ajenos
al resto. Lo que debe hacer la literatura, desde cualquier género,
según despliega la propia autora, y en palabras de Milan
Kundera, es “mostrar la
complejidad de la realidad”. Hacia esa dirección apunta su
trabajo, consciente de que el silencio, en el ámbito social vasco,
ha sido en gran medida el caldo de cultivo del odio, el resentimiento
y la indiferencia, esa misma que, como se subraya en el libro, “nos
aísla y nos protege del sufrimiento ajeno”.
En
El eco de los disparos
el lector encontrará mucho de ese sentimiento ajeno y a la vez
propio, evocado por los mismos fantasmas del miedo y de la violencia
que impregnaron el ambiente de la sociedad en la que la autora
creció. Aquí se analizan documentos literarios y cinematográficos
que ayudan a entender y reflexionar sobre el conflicto vasco tratando
de sacudir la comodidad de la indiferencia y el silencio de muchos.
Muchos de los relatos, películas y exposiciones fotográficas
desmenuzadas por Portela
puede que incomoden, pero nos acercan a la complejidad de esa
realidad por la que muchos optaron impunemente y otros tantos se
inhibieron.
Este
es un libro que no trata de hegemonizar ningún relato acerca de la
lucha ni de la resistencia sobre el terrorismo, de verdugos ni de
víctimas, sino que procura acercarse a ambas orillas desde una
óptica ética y civil en busca de comprender sus entresijos, más
allá del discurso político y mediático acostumbrado.
El eco de los
disparos es en sí mismo un
relato generacional de mucho alcance moral, un ensayo, aunque
desigual en su estructura, brillante y bien documentado que incide en
la verdad perniciosa del silencio y sus contradicciones, así como en
el terrorismo y la contaminación del lenguaje que lo ampara. Es un
libro que nace de la necesidad de entender sus consecuencias y
mostrarnos el lado menos amable de la indiferencia pasiva general, un
libro armado de razones que duelen y sonrojan.
Dicen
que los buenos libros te llevan a otros. Si Patria
(2016)
de Aramburu ya nos
dio razones de asumir sin prejuicios el drama colectivo del
terrorismo con un relato denso, conmovedor e impecable, El
eco de los disparos añade
otras perspectivas para examinar con detalles el mismo asunto en el
que culpables e inocentes tuvieron su protagonismo activo o pasivo,
según su rol adoptado, a la hora de compartir un mismo espacio de
convivencia minado por tanto resentimiento, hostilidad y dolor.