viernes, 24 de octubre de 2025

Escribir para responder


La literatura tiene mucho que ver con este aserto. Porque responder es ponerse a escribir y estar dispuesto a oír voces. Por eso mismo, conviene tener presente que la literatura se aprende también desde el oído. Por otro lado, tiene que ver bastante con el reconocimiento de los demás o de la propia soledad, territorio íntimo donde se fragua lo que podemos hacer, lo que podemos ser, lo que deseamos y lo que no. La vida reflejada en los libros viene a ser esa referencia inexcusable e inasible del mundo que nos rodea, esa mirada que se engancha con todo lo que surge alrededor de quien la protagoniza, estableciendo un diálogo, silencioso muchas veces, pero en el que se traduce siempre el sombro y la lectura de lo que somos, de lo sabido, de lo aprendido con los años, de lo insólito y de las muchas respuestas no dadas.

Escribir es siempre un ejercicio de incertidumbre. Algo a lo que todo escritor, de forma inevitable, se enfrenta con cada frase que va apareciendo en el espacio en el que escribe. La literatura y la vida, y viceversa, van así de la mano, expuestas la una con la otra para ser interpeladas. La escritura de Jordi Doce (Gijón, 1967), poeta, ensayista, crítico y traductor, encarna todo ese ejercicio vital sentido por la literatura y la vida que, para él, tiene que ver con conectar con cierta longitud de onda que emana de uno mismo. Y a este respecto, matiza, como deja escrito en Perros en la playa (2011), un extraordinario libro de notas, apuntes y aforismos, que, además, “hay que apartarse un poco del yo y orientar la antena en su dirección. Por eso el que escribe no es yo, sino quien le escucha, y por eso lo escrito no es el relato del yo, sino del otro, de ese que lo transcribe, que escribe al dictado en medio del tumulto cotidiano. Y, por si fuera poco, resulta que ese no siempre es el mismo”.

Y a todo esto, en su nuevo libro, La insistencia (Pre-Textos, 2025), el poeta viene a decirnos que la vida corre y vuela, con sus contrariedades pequeñas, medianas y realmente grandes, las que suceden cada hora, cada día de la semana, con sus esperanzas e incidentes, pobladas de sorprendentes conjuros, paradojas y espacios vacíos: “Los descampados de la mente. Los conozco muy bien. Ya pasaba por ellos cada día rumbo al colegio”, escribe. Doce escoge un formato literario misceláneo de textos discontinuos, muy propio de su quehacer literario, de líneas o párrafos sueltos y arropados por espacios en blanco que invitan a que cada cual lo reinterprete o amplíe. Su libro es un semillero de pensamientos que promueve una escritura en la que el contenido y el lenguaje utilizado para expresarlo forman una unidad inseparable de la realidad y del mundo, pero advirtiéndonos de que “la actualidad es una trampa; se sale de ella a fuerza de presente”.

El autor presenta un cuaderno de notas escrito entre marzo de 2022 a marzo de 2024, en el que traza, además, un hilo de supervivencia que le mantuvo en lucha durante dos años de ventisca personal. Todo el libro responde a un trabajo de escritura, convertido en cuaderno de campo, en reflexiones ensayísticas, notas sueltas y aforismos, sin ningún tipo de jerarquías, que le hizo compañía durante un periodo difícil, convertido, a su vez, en una necesidad de rebeldía, de búsqueda de respuestas desde lo más íntimo, casi desde la oscuridad, según vamos leyendo, como un mecanismo de protección y de desacato ante contratiempos vitales y de vacío al que alude sutilmente en la nota final del libro. Así lo comparte, como destino y aprendizaje en este aforismo tan luminoso: “A estas alturas del camino, lo que no se hace esperar nos da esperanza”.

Sin embargo, La insistencia de Jordi Doce deriva por sí misma hacia otros reclamos, a modo de revoltijo fragmentario del día a día, bajo ese saber mirar, de estar en el mundo que distingue al poeta, como resistir a los temporales de la vida, sobreponerse al dolor que causan y escribir, como contrapunto, consciente, en busca de respuestas frente a lo indecible. El libro se implica también en ofrecer una mirada más amplia sobre otras cuestiones importantes del momento que vivimos: el ecocidio, el nuevo orden tecnofeudal establecido, la defensa necesaria de la libertad individual ante los excesos del poder, el pensamiento crítico y otros temas, como la importancia de los libros, la soledad, la épica de asumir que “vivir es ir acumulando territorios vedados”.

Las claves de este jugoso libro se encuentran en la propia vida, en la mirada sencilla, pero disidente que arremete sobre lo sentido y lo vivido para asumir que los elementos esenciales de la vida cotidiana de cualquiera pasa inexorablemente por lo aprehendido, por la experiencia, y, todo esto, supone vivirla bajo una cosmovisión personal de afectos, vislumbres y entereza. Aquí también se citan mucha lecturas, aunque sobresale la antorcha luminosa de El Quijote por encima de todas. Otros artistas recalan igualmente y se dejan ver entre sus páginas como Alejandra Pizarnik, Hannah Arendt, Cavafis, George Steiner, Antonio Gamoneda, Edward Said, Robert Graves, Tsvietáieva, William Blake o W. B. Yeats, afilando lo que el poeta expresa y trata de decirnos.


La insistencia es un libro impregnado de luces y silencios, en el cual escritura y vida se arremeten, apelan entre sí, un libro que se lee a sorbos, una lectura que nos lleva sin rumbo cierto, pero con tanteos y reflexiones que aspiran a explicarnos o a entrever esa red de sentido que hay detrás de las apariencias, un paseo circular sobre lo que conforma el día a día de nuestras vidas, sujeto a los vaivenes de las luces y sombras del destino, del paso del tiempo de nuestro ser, de nuestro estar en el tiempo. Podría sintetizar la lectura de este admirable libro de Jordi Doce en los mismos términos que hace de su lectura el poeta León Molina, y así lo hago y subrayo: “Inteligencia y sensibilidad unida a la finura del pensador y poeta, expresado en un lenguaje diáfano, fluido y elegante”. Un libro, en definitiva, de vuelo filosófico que dice mucho sobre la insistencia en vivir.


jueves, 9 de octubre de 2025

Sumisión muda


Estamos hechos de azar e incertidumbre, de inconfesables secretos, de deseos imposibles, de recuerdos y de silencios. Uno no escoge sus raíces, ni el seno familiar que le ha tocado en suerte, pero escoge, una vez asimilados, aceptarlos o rechazarlos, separarse y mirarse en ellos para entender que lo mejor es irse a otra parte, a otro lugar, lejos de un padre opresor que provoca desconcierto y sometimiento, en busca de un destino más propicio que le sirva de liberación y tantear una nueva vida. Cuando todo se manipula y pervierte en el hogar de una familia, lugar que, de puertas para adentro, goza de una permisibilidad portentosa y sin control, cabe preguntarse: “¿Es posible abandonar a los padres? O, mejor dicho, ¿podemos sustraernos a ellos, quitando sencillamente nuestro cuerpo de en medio con un gesto rotundo y definitivo?”

Vivir acompañados de esta inquietante presencia de hostigamiento y de vacío, ¿esto es existir? No se puede vivir sin la esperanza de que algún día sea uno escuchado por otro. Desearlo es afirmar la vida, decir sí a la vida. El deseo del narrador de El aniversario (Anagrama, 2025), del escritor Andrea Bajani (Roma, 1975), obra galardonada recientemente con el prestigioso Premio Strega, y traducida bajo el cuidado de Carlos Gumpert, surge, precisamente, de una enmienda a la totalidad, de esa pregunta abierta de abandonar la contienda familiar por un ser escindido, cuyo mundo ya no coincide con su vida, y que, después de diez años, decide contarnos por qué dijo adiós para siempre, tras una comida familiar intrascendente, dando un portazo al infierno doméstico que vivió y padeció junto a su madre y a su hermana, bajo el yugo imperativo del padre, como única salida viable de salvarse él.

Bajani es un autor versátil que ha publicado cuentos, reportajes, obras de teatro y novelas como Saludos cordiales (2005), Mapa de ausencia (2007) o El libro de las casas (2022). Vuelve ahora al género que, según él, más le sacude literariamente para narrar los preámbulos y la decisión tardía de un hijo por romper con su familia, marcada por un padre dominante y una madre sumisa y silente. El aniversario es una novela que cuestiona y zarandea el tabú de los lazos de sangre. Destaca por su tono íntimo y colectivo, su honestidad al exponer sin tapujos la violencia patriarcal y el férreo control familiar que impone. Al propio tiempo, es una historia que apela, como un clamor, a la autoprotección y a la liberación, por medio de una prosa persuasiva, clara e implacable. La novela se centra en los detalles que el lector irá conociendo a través de la voz narrativa de un hijo que no sabemos su nombre, pero que está inclinado por tomar la decisión drástica de alejarse de una vez por todas de su familia. Salir de aquel núcleo dominado por un padre autoritario y una madre, cuyo silencio y sumisión marcan la dinámica del hogar, ese es el fin último perseguido.

Mi madre –dice el hijo– era más fuerte que mi padre y, en el fondo, le ganó la partida. Y perdió la de la vida. Mi padre convirtió en polvo y escombros todo tipo de vínculos, fueran familiares o no. Convirtió la vida de su mujer en un desierto sin vida en el horizonte. Solo que ella era la única capaz de habitar ese desierto, la única que había expresado una renuncia tan total, tan definitiva, a todo”. Este retraimiento consciente hace que el acto de ruptura surja de la necesidad de liberación, de historia colectiva, también, algo que el propio autor quiere dejar ver para desentrañar las dinámicas de poder y el peso de la herencia patriarcal en el seno familiar. En esa misma perspectiva cabe destacar esta otra observación sobre los malentendidos entre los padres de esta historia: “él quería que ella no fuera nada para poder ser él algo, y ella no quería ser nada porque ser nada al menos era algo”.

Andrea Bajani plantea en su novela la pregunta de por qué no se pueden romper los lazos familiares de la misma manera que se deja una relación abusiva en otros ámbitos de la vida, desafiando la idea de que la sangre no es un vínculo inviolable que nos encadene. Por otro lado, la presencia ausente, casi muda, de la madre, una mujer sumisa y ninguneada, es una figura fundamental para entender la dinámica existencial, el comportamiento de la familia y el dolor del narrador. Aunque está escrita en primera persona, es una historia de conciencia colectiva, como también, una novela política, de autoprotección, de necesidad de liberar ataduras, incluso si estas implican un doloroso alejamiento y abandono de los padres.

En El aniversario hay vida sesgada, vida interrumpida, que corta, hiere y contradice la vida echando por tierra lo que parece impensable en pos de una vida nueva. De acuerdo con la historia aquí escrita en diecinueve capítulos incisivos, feroces y reveladores, lo que se cuenta realmente no es solo un retrato familiar, quebrado de afectos, sino un ajuste de cuentas que combina el malestar existencial con una voluntad de liberación necesaria, que, además, es una estupenda incursión al epicentro del hogar en la que se postula que hay verdades en el seno familiar que claman por salir de su escondrijo, muchas, que dejan al descubierto la sumisión muda de sus miembros.


Una novela, en suma, en la que Bajani llega a consumarla con la reconciliación de su protagonista con su propia historia convertida en testimonio, fuga, memoria, herida y salvación, una forma de resistencia y redención de su vínculo familiar, ese que nunca o casi nunca desaparece de nuestras vidas y al que todos estamos obligados a proteger, pero que aquí, finalmente, salta por los aires.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Lugar y escritura


Si pudiéramos establecer una teoría del viaje, o mejor dicho, una poética de la geografía de los lugares que visitamos o en los que residimos a lo largo de nuestra vida, nos exigiría poner la memoria a tope para soltar amarras. Emoción, afectos, entusiasmo, asombro, sorpresa y alegría todo se mezclaría en el ejercicio de recordar y trasladar en escritura aquello de lo que somos portadores. La experiencia y la imaginación se conjugan en el recuerdo, se confabulan con la certeza de estar frente a uno mismo incesantemente, porque todo viaje y toda estancia velan y desvelan una reminiscencia. Uno mismo, ese es el gran asunto del viaje. Uno mismo y nada más. O poco más. Supone, en verdad, una experimentación que fija la propia identidad de quien lo lleva a cabo y su capacidad de advertirlo, como deja dicho Olga Tokarczuk: “cualquier viaje es, sobre todo, interior. A uno mismo”.

Geografía escrita (Candaya, 2025), el nuevo libro de Álex Chico (Plasencia, 1980) repara en su epígrafe eso mismo que apunta la escritora y ensayista polaca y, a su vez invita a cristalizar ese viaje interior aludido, para que cobre más sentido cómo el viaje gana con su paso por un trabajo de fijación, de comprensión y, sobre todo, de memoria emocional y travesía con palabras, para dejar por escrito experiencias y asombros vividos, de la manera más cabal consigo mismo. Por otra parte, como resalta Álvaro Valverde en el prólogo: “este libro encierra una verdadera enciclopedia. Es, digamos, una biblioteca circulante donde se suceden las lecturas que anteceden durante sus múltiples estancias por el ancho mundo. En resumen, lugar y escritura: dos caras de la misma moneda. Una misma «fe de vida»”. El libro reúne veintitrés crónicas o artículos escritos entre el 2015 y 2023 que fueron publicados en su mayoría en la revista Quimera, aunque algunos otros aparecieron en diferentes publicaciones, como Revista de Letras o Clarín, entre otras.

Uno encuentra sintonía y entendimiento con las palabras que por aquí aparecen, ya sean referidas a Praga, Salamanca, Plasencia, La Provenza, Buenos Aires, Londres, Tánger, Berlín, Iowa, Granada o La Habana, que interpelan y ponen de manifiesto esa carga sentimental que impulsa a escribir a Chico y que vivifican su literatura desde la propia estancia en cada ciudad, con algo de conjuro sobre el paso del tiempo, desde la soledad que representamos, mediante “una confederación de lugares”, que es lo que somos, según Pessoa. De cada sitio por donde deambuló encontramos vestigios de sus calles y de su ambiente, a partir de recuerdos y anotaciones, de obras y autores que nutren y conviven por toda esta geografía desplegada en el libro: “Somos los lugares que habitamos”, escribe.

Por aquí transitan el eco de escritores como Xavier de Maistre y su Viaje alrededor de mí, Clara Obligado con La biblioteca del agua, Julian Barnes con La única historia; La vida de Lazarillo de Tormes, también. Ricardo Piglia y su novela La ciudad ausente, así como Roa Bastos con El fiscal, Contravida o Madame Sui. Y muchos otros más que conforman un extraordinario catálogo de voces recurrentes citadas para resaltar historias de lugares reales, aunque también se escoren a territorios imaginarios cargados de vigencia y de literatura. Igualmente, encontraremos un despliegue misceláneo en el que irrumpen revelaciones, citas y aforismos sobre asuntos como la escritura, la lectura de los clásicos, el tiempo, el espacio y la memoria: “Porque una ciudad no solo se habita, también se imagina y se recuerda”, anota en uno de ellos.

En Geografía escrita convergen textos que rumian ese ámbito privilegiado de libertad por donde la verdadera literatura se da a valer. Por eso mismo, Chico le da la razón a Xavier de Maistre en que «nuestro cuarto es un encantador país de la imaginación». Deja ver incluso que a un escritor le basta con un cuarto para percibir el universo y le permita albergar nuevos mundos en miniatura. Y añade: “Sin salir a la calle, somos capaces de recorrer cualquier espacio, cualquier esquina y plaza que evoquemos”. No se olvida de proclamar y acudir a esa realidad literaria que conforma la propia esencia del ser humano con estas certeras palabras: “Estamos dentro de un lugar y estamos habitando nuestro propio interior”.


En estas crónicas, que también tienen mucho de diario íntimo y de ensayos fragmentarios, se condensan aprendizaje, reflexión y experiencia, bajo el sentir de un escritor vocacional, al que solo le interesa la revelación que aflora del propio desplazamiento, del acto de escribir, consciente de que “la literatura –como él mismo sostiene– se convierte así en un reflejo del territorio”, dicho también de esta otra manera: “uno no escribe al margen de lo que le rodea, porque lo que le rodea siempre acaba condicionando nuestra forma de entender el mundo”.

Geografía escrita es un diario itinerante, ameno e intenso que atrapa, un periplo sagaz y apasionante, en el que se entrelazan lugares y escritura, que desvela, en buena medida, los linderos por donde transcurre la concepción literaria de Álex Chico, los libros leídos y lugares pateados que nos hablan de él mismo. Por aquí, fluye vida y estancias, fundidas con la memoria y con la presencia de ciudades, que conforman un caleidoscopio errante, tan significativo, como literario. En resumidas cuentas, un libro de abundante luz y claridad para hacer un recorrido de lectura provechoso.


sábado, 20 de septiembre de 2025

Curso imaginario polifónico


José María Merino (A Coruña, 1941) es un escritor que procede de la creación poética. A comienzos de los años setenta da el salto a la narrativa y, desde entonces, aunque sin dejar de lado su faceta lírica, han sido la novela y el cuento los géneros que han ocupado mayormente su esfuerzo creativo y los que le han proporcionado, tras una próspera y dilatada carrera literaria, el renombre del que hoy justamente disfruta, especialmente, gracias a su narrativa breve. Merino no es solo un formidable escritor de ficciones, sino un maravilloso promotor de explicar los secretos del cuento, un empeño que sigue estando muy presente en su poética narrativa, en la trama oculta que lo promueve y que, al mismo tiempo, muestra la llave de su origen y de su escritura.

En un librito publicado hace un año, bajo el título de La belleza de los cuentos, abunda en este menester, afirmando que «es posible que el cuento sea uno de los elementos que más ha complacido al oído y al espíritu de la humanidad desde nuestros orígenes como especie, y acaso fue componente fundacional, en los aspectos iniciales, del “pensamiento simbólico”, porque sin duda servía para explicar al homo sapiens la misteriosa realidad». No cabe duda de que los cuentos de calidad, para Merino, son un tesoro literario de incalculable valor, capaces de mantener su misterioso poder absorbente para que el lector siga dentro de ellos, podríamos decir, toda la vida. Para el escritor gallego, además, la naturaleza del cuento reside en el movimiento, un movimiento que debe expresarse en forma de tensión y perplejidad.

En Yo y yo en breve (Alfaguara, 2024), su libro más reciente, incide con más argucia en esta peripecia creativa. Se trata de una colección de relatos en los que explora la identidad, la fusión entre realidad y ficción, y los límites de la percepción, por medio de historias que se asemejan a un taller de escritura creativa que, más bien, parece una sucesión imaginaria de relatos donde interactúan voces narrativas a modo de caja de sorpresas que, una vez abierta, no cesa de depararnos nuevos misterios que se van enzarzando hasta no saber uno muy bien dónde radica el límite del yo, ni dónde está la frontera que separa las experiencias tangibles de lo imaginado o soñado. Con su maestría habitual, Merino combina humor, extrañeza e inquietud en torno a setenta y seis cuentos capaces de embaucarnos, llevándonos a un mundo con aire raro, entre la realidad y lo fantástico, lo cotidiano y lo extravagante, el sueño y la razón.

Merino propone un juego muy rompedor y divertido gracias a ese maravilloso desdoblamiento entre él y sus supuestos alumnos de escritura que campan por el libro como autores sometidos, eso sí, a su ojo crítico en las notas finales que culminan los cuentos para afianzar, entre otras cosas, que “la literatura tiene que servirnos para intentar entender –o mejor descifrar, como siempre lo ha hecho– la realidad”. De la misma manera que en otra nota se subraya que “muchos aspectos de la realidad, por no decir todos, podrían convertirse en cuentos, o novelas”. Hay en todos ellos un aire de referencias y reflexiones en las que viene a decirnos que escribir tiene mucho que ver con adentrarse en la desobediencia del lenguaje, y quizá pensar que todo lo que sabemos de nosotros proviene de cada una de nuestras ignorancias.

Los escritores parece que viven con el detector narrativo siempre activado. Saltará la alarma en su interior en cuanto tropiezan con una idea con posibilidades. Ideas que pueden convertirse en relatos de muchas maneras: a través de un paisaje, de un saludo a un vecino, de las noticias de la prensa, de algo cotidiano o de su mismo interior, invocados por la memoria. Pero también puede surgir, como ocurre en Yo y yo en breve, del propio taller de escritura, como espejo de quienes participan en él. Le basta a Merino con rastrear y observar su propia vida y proximidad, para esbozar montones de acontecimientos susceptibles de ser convertidos en relatos: la apariencia fortuita de alguien que no sabe si es real o invención de un relato, un recuerdo de un hombre traspasando el umbral de realidad y ficción, dos gemelas intercambiando vivencias e identidad o, simplemente, una situación absurda entre la vigilia y el sueño.

Yo y yo en breve es un buen ejemplo de toda esta complejidad inherente a la ficción para la experimentación creativa sobre la existencia, los dobles, los estados de conciencia y, también, la inteligencia artificial. Merino posee una habilidad extraordinaria y de aparente sencillez para la oralidad en su escritura que, sin embargo, está muy perfilada, mediante un lógico y equilibrado sentido de la construcción con el mínimo de palabras posibles, o con preguntas incisivas sobre la propia realidad como esta: “¿Quién está realmente seguro de no ser imaginario?”


José María Merino sigue dándonos alegría con su literatura recia, con su proyecto narrativo de seguir indagando en la esencia del cuento, explorando en sus obsesiones compositivas el desdoblamiento de la personalidad como escritor sucesivo, para reencontrarse consigo mismo y airear sin menoscabo el arte de la fabulación. Merino es un autor que explica lo justo, apenas interpreta y jamás adoctrina. Simplemente asiente su perplejidad por la ficción y es capaz de contarlo en un curso imaginario y polifónico con gusto, sutileza y garbo.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Conductas aparentes


Nada le es ajeno a Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) para esbozar relatos y pasajes en donde el lector también pueda reconocerse. La infancia, el hogar, los primeros escarceos amorosos, la enfermedad, los palos de la vida, la mirada al prójimo, son fuentes de provecho literario para alumbrar el paso del tiempo, para poner valor al tránsito de la vida y reconciliarse con ella misma. Diría también que su mapa narrativo alberga la identidad de un escritor que viene a mostrarnos el imaginario de una época, de un tiempo suyo provisto de reflexiones y matices, pero con la convicción de que la inquietante normalidad que lo rodea es el espacio donde el deseo puede seguir conspirando con el absurdo descarnado de la existencia, mediante la disparidad de conductas y extrañezas domésticas que fulminan, de manera insospechada, la realidad cotidiana.

En otros libros anteriores, Aramburu ya proponía relatos de esta realidad cotidiana aludida, para mostrarnos su paisaje sentimental que fue creciendo en su deambular narrativo y reflejar, a través del entramado de sus historias y de su atención en lo ajeno, un afán interesado por indagar los avatares de la vida, sin apartar la mirada del lugar donde vivimos. Uno sale turbado y conmovido de la lectura de Los peces de la amargura (2006), un estupendo libro de relatos, crónicas y testimonios que a mí como lector me sacudieron, por su intensidad, dramatismo y su fuerza narrativa. También salí un tanto trastabillado de la lectura de El vigilante del fiordo (2011), otro meritorio libro de cuentos, en el que están muy presentes el miedo, el dolor, la convivencia y la catadura moral circundante. No me olvido de Patria (2016), su libro más leído, que lo encumbró más allá de nuestras fronteras, una novela escrita sobre el conflicto vasco, un sólido testimonio literario con personajes verosímiles y potentes, retratados con una audacia narrativa impecable.

Su nuevo libro, Hombre caído (Tusquets, 2025), publicado hace unos meses, deja ver ahora a un Aramburu más pendiente de percutir su mirada narrativa en lo descarnado de la existencia humana, mediante una suerte de realismo, a veces delirante, donde los acontecimientos no obedecen a la naturalidad común, sino que refutan el disparate de lo absurdo y la insensatez de nuestra existencia cuando se somete al escrutinio de una mirada minuciosa que profundiza en la disparidad de la conducta humana y lo que enmascara su naturaleza. Son catorce relatos de diferentes matices que abordan las conductas sorprendentes de sus protagonistas. En el primero de ellos, nos encontramos con una inquietante historia de final sorprendente en la que una mujer anda más ensimismada en fotografiar ardillas que en atender a sus padres enfermos. En el siguiente, bajo el título de La tercera mano, asistimos a una tremenda historia en la que nos revela que la venganza es tan tentadora como esquiva para quienes no son amigos de la violencia, aunque, excepcionalmente, la venganza incite a la rebelión, a ser más expeditivo que la justicia.

En el corazón de todos estos cuentos, hay un trasfondo moral que se transforma en ausencia irreparable y clamorosa, que sobrevuela todo lo que rodea a sus protagonistas. Y así, por ejemplo, la compasión y el horror, la pena y el espanto se dejan ver en Dilema, un relato cautivo al tomar conciencia de que, a veces, la vida nos arrastra ante la disyuntiva de escoger lo conveniente, o la dificultad de elegir por dónde tirar ante una tragedia fortuita. Hay que señalar que Aramburu sortea con brillantez y mucho oficio el peligro de caer en un vano patetismo, llevando el relato por la senda de la contención, sin perder la capacidad de impregnar al lector de empatía y compasión. Así sucede en Combate, un cuento en el que la fortuna también cae del lado del más débil, una historia de lucha tan singular como extraña entre dos púgiles que combaten con una bicicleta alzada entre los brazos para arrojársela al contrincante.

Algunas veces, el humor toma protagonismo, como ocurre en Culo subido, un relato jocoso de una pareja que lleva una vida dispar, con una voz predominante, la de la mujer, que proyecta una vida social de más interés que la que su marido le ofrece en casa, un hombre sujeto, eso sí, a sus órdenes. Otra historia hilarante y curiosa es la que ofrece Última noche de pobre en la que un hombre y una mujer sueñan con ser ricos y orquestan secuestrar a un viejo poseedor, al parecer, de una estimable fortuna oculta. La fechoría tendrá un final sorprendente para ambos, sobrepasados por la pericia del anciano. El protagonista del siguiente cuento, El suicidio de Richi Pardal, uno de los más extensos del libro, prepara su suicidio de forma pública, de manera deliberada, con el objetivo de dar escarnio a sus insatisfacciones personales, familiares y laborales, pero todo se trastoca y queda supeditado a otra posibilidad apenas probable.

También me detengo a mencionar a dos de los relatos más emblemáticos del volumen. Uno narrado en un ambiente de empatía entre vecinos. Me refiero a Klaus, el cuento más largo de la colección en el que se narra la relación solidaria entre dos matrimonios de chalets contiguos cuando se llega a destapar la enfermedad y deterioro de su protagonista, un profesor universitario y lector impenitente, que resulta ser una historia conmovedora. El otro, mucho más breve, pone título al libro. Hombre caído es un cuento que relata el alcance tremendo que el odio acapara, ya sea entre hermanos o, incluso, el propio institucional, capaz de no ayudar, ni mostrar compasión a un viejo hombre caído en la acera, sin saber los motivos.


Fernando Aramburu atesora agudeza y un río de buenos relatos en Hombre caído, un libro que explora la compleja y, a menudo, oscura naturaleza humana, valiéndose de la cotidianidad urbana como telón de fondo, historias diversas que combinan el realismo con toques surrealistas, abordando temas como la soledad, las rivalidades, los secretos inconfesables y las contradicciones del ser humano. Por medio de una prosa elegante, precisa e incisiva, Aramburu recrea situaciones y conductas que, pese a su dureza y crueldad aparente, también desparrama momentos de compasión, humor y empatía.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Las horas y los días


No me cabe duda de que la lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad con que cuenta el ser humano. Los libros constituyen la posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros pensares que los reiterados esquemas que nuestra mente se ha ido haciendo a lo largo del tiempo. Los libros son puertas que nos enseñan a mirar mejor el mundo. Nos leen también porque sus palabras son miradas que reflejan la realidad de lo ajeno en lo propio nuestro. La lectura es, por eso mismo, un refugio y un poder: el poder del goce de la soledad. En ese sentido, la escritura también es un vínculo necesario que interviene para tal fin, un trabajo preciso en ese mar donde todos los recuerdos nadan en busca de una revelación para contar lo indecible de la vida de cualquiera.

Para José Luis Cancho (Valladolid, 1952), autor de cuatro novelas: El viajero junto al mar (1999), Grietas (2001), Indicios (2004) y Lento proceso (2013), así como el libro autobiográfico Los refugios de la memoria (2017), contar lo indecible tiene mucho que ver con ese afán de vivir y de escribir, de rebeldía y de reflexión que el escritor lleva consigo. En su reciente libro publicado, El murmullo de los otros (Papeles Mínimos, 2025), hermoso título con el que debuta en el género del diario, destaca esa interrelación permanente entre la vida y la escritura, como así refleja en estas palabras suyas: “la vida como raíz de la escritura, la escritura como apuesta esencial de la vida”. Lo primero que encontramos aquí, algo muy propio de un diario, es la voz narrativa del autor. Esa voz, además, nos va a acompañar desde la primera página hasta la última, y nosotros, los lectores, debemos creer en ella. Como mínimo, debería hacernos sentir algo que nos permitiera concebir una opinión concreta y constante sobre su verdad, su idiosincrasia y su naturaleza.

Cancho se deja ver en su esencia, y, también, como lector entusiasta de diarios, un género que, como subraya, “te mantiene atento, alerta, a la escucha”. Su libro recoge entradas que van desde diciembre de 2022 hasta diciembre de 2024 y, en ellas, lo que predomina es la literatura por encima de todo, no como artificio que se desentiende de la vida al imitarla, comentarla o ironizarla, sino como la propia vida en sí. La literatura y la vida, la vida y la literatura andan aquí bien cogidas de la mano, como si tal cosa. Ambas también se explican por sí mismas. Cualquier ejemplo de sus ochenta y cinco páginas sería válido para abundar en ello: “Tengo la impresión de que cada día que pasa me vuelvo más huraño, más solitario, más duro, menos accesible a los demás... Me refugio en mis pensamientos, en la contemplación privada de la naturaleza... Por ahora, solo me queda aceptar los ritmos que la creación impone, estar atento a la necesidad interna de escribir”, escribe, valga la redundancia.

Cancho aspira a explicarse por tanteo y aproximación, condensando, a fuerza de tomar experiencias del día a día, con muchas citas y alumbramientos de los libros leídos. En ese sentido, su diario se convierte en un cuaderno de notas, una suerte de cuartel de invierno, una alacena de hallazgos donde abastecerse. En ellos hay estancias e imágenes en las que se han ido colocando trazos de palabras que revelan cosas de lo que le importa de verdad, de lo que le conmueve: “Me pregunto si esto que he empezado a escribir acabará convirtiéndose en un diario de lecturas o en un cuaderno de citas o en un diario de muertos. Posiblemente, los tres a la vez”, nos dice. El murmullo de los otros, en su esencia, es un libro breve e intenso, lleno de detalles literarios y personales extraídos de las horas y los días, que muestran instantes seleccionados, momentos reveladores en los que el propio escritor se interpela con ese mecanismo de evocación de una realidad vivida, y de muchas lecturas, consciente de que cuando lo hace no se puede quitar de en medio.

Abunda Cancho en ese alegato sobre los libros y la lectura con apasionante empeño. Y lo hace con atención y deleite: “Afirma Kierkegaard que para vivir la vida hay que mirar hacia delante, para entenderla hay que mirar hacia atrás.... La memoria es en rigor nostalgia, deseo de encontrarse como en casa en todas partes, afirma Novalis”. En esa misma analogía asienta su manera de entenderse con el mundo a la hora de escribir y verse reflejado en los demás: “Ocultarse en el lenguaje, habitar en él”. En cada entrada encontramos mucha vida arremetida en esa continuidad que supone vivir lo cotidiano, explorando, a modo de ensayo, lo que sucede ante los ojos de quien escribe a poco que fije su mirada sobre el mundo que le rodea.

Un diario siempre dice mucho de la realidad de quien lo escribe, tanto con la palabra escrita como con los silencios guardados entre líneas. El murmullo de los otros es un pretexto para hablar de la inquietud por la literatura y por la vida, para hablar del paso del tiempo y de su huella. Todo en él parece observado con deleite y miramiento, pero, a su vez, con una pátina bienhumorada de regusto por los libros que hace más amena y jugosa su lectura. Ningún género, y mucho menos un diario, puede escapar a la subjetividad del autor, a su propia condición y a sus legítimas motivaciones.


Este libro sintético y reflexivo nos hace pensar que estamos ante un escritor que observa el mundo con una mirada sutil y serena, capaz de contagiarnos el placer de leer, el gozo de lo cotidiano y, especialmente, el sabio interés de acometer la realidad a través de la memoria de los libros. José Luis Cancho encuentra aquí un terreno fértil para explorar los límites de su escritura y, al propio tiempo, compaginar el discurrir cotidiano al son de la palabra y de la vida. Más de lo que parece.

domingo, 10 de agosto de 2025

Paralizado por entero


Hanif Kureishi (Londres, 1954) es un escritor conocido por sus novelas y guiones en los que explora la identidad, la multiculturalidal y, sobre todo, las crisis personales de la propia sociedad contemporánea. Entre sus obras destacan El Buda de los suburbios, una novela medio autobiográfica que aborda la adolescencia y sus conflictos identitarios, así como Intimidad, una novela intensa y emocionante sobre la crisis de la mediana edad y la ruptura familiar. Es, además, un autor muy reconocido por sus guiones para películas como son por ejemplo Mi hermosa lavandería o Sammy y Rosie se lo montan, dos obras cinematográficas chispeantes que rastrean temas de similar calado humano que sus novelas, bajo el mismo estilo mordaz e irónico, tan característico de su narrativa.

Muchas de sus obras sacuden las relaciones de pareja, familiares y de amistad, sin olvidar los demonios interiores del individuo, que siempre aparecen mostrando su complejidad y contradicciones. Volviendo a Intimidad, un relato intenso y apasionante, encontramos muchas reflexiones interesantes y lúcidas que el propio Kureishi pone en la palestra del relato por medio de su propia voz narrativa, como esta que alude a la experiencia vital y al mismo proceso creativo: “Es nuestra imaginación la que construye el mundo; nuestros ojos le dan vida y nuestras manos forma. Los deseos lo hacen prosperar; el sentido se lo da lo que uno pone, no lo que saca. Uno sólo ve lo que está predispuesto a ver, nada más. Debemos crear lo nuevo”. En todo su imaginario está muy presente la necesidad de entender las cosas de la vida, las claves de su interpretación, consciente de que la literatura nace de la vida y es inseparable a ella.

Ciertamente, los yoes literarios que aparecen en sus libros son caminos por los que transitan las historias, como pasajes sin retorno, donde el futuro es el presente y el pasado también es presente. Sin embargo, algo inesperado y terrible trastocó muchos de sus planes. Todo sucedió repentinamente en aquel fatídico año del 2022. Andaba de paseo por Roma con su mujer, durante unas vacaciones de Navidad y, ya de vuelta en el apartamento, sentado en la mesa de comedor, tomando una cerveza y viendo un partido de fútbol, sufrió un mareo. Al poco tiempo recuperó la conciencia, eso sí: “rodeado de un charco de sangre, con el cuello torcido en una postura grotesca”. Un año más tarde de aquel fatal accidente, y tras haber pasado por cinco hospitales, Kureishi seguía paralizado por entero del cuello para abajo.

A pedazos (Anagrama, 2025) es el libro que recoge este terrible acontecimiento, una crónica conmovedora, hermosa, reflexiva, cabal, honesta y rotunda sobre la fragilidad de la vida, la pérdida de movilidad y, también, sobre la lucha por seguir manteniendo la creatividad y la conexión de los demás en medio del desamparo y la adversidad. Kureishi acude a ese rasgo inquebrantable de la escritura como forma de encontrar las claves que expliquen, no solo la realidad del mundo, sino la suya propia de lidiar con lo sobrevenido hasta encontrar un nuevo giro que dé sentido a su vida. Todo remite a percutir en un relato autobiográfico en el que la dificultad de adaptación a una nueva realidad ya no consiste en escribir en un cuaderno o en el ordenador, sino que es imposible realizar tareas cotidianas sencillas, como rascarse la nariz, llamar por teléfono o sujetar un libro.

Por otro lado, el libro destaca, además, la relación que el escritor mantiene con Isabella, su esposa, imprescindible colaboradora, soporte de superación y ayuda en cada menester. Kureishi se adelanta a manifestar que, ciertamente, ninguna enfermedad de relevancia, como la que él está viviendo, jamás se queda atrás en el olvido: “Ojalá lo que me ha ocurrido no hubiera sucedido nunca, pero no hay familia en este planeta que pueda esquivar el desastre o la catástrofe. Sin embrago, de estos giros inesperados tienen que surgir también nuevas oportunidades para la creatividad”. Por eso mismo, y a pesar de la gravedad de su estado, no rehúye del humor y la ironía, dejando testimonio de que la escritura es un trabajo creativo que libera. Y escribe: “Hacemos una aportación al mundo; nuestro arte es para los demás, no solo para nosotros mismos; establecemos una conexión. Esa es la chispa de la vida, una surte de amor”.

Todo el libro en sí está concebido bajo un caparazón literario liberalizador, presentado a modo de diario, en el que no faltan grandes autores reseñados, como Kafka, Dickens, Chéjov, Graham Greene o su amigo Salman Rushdie, entre una larga lista de ellos, bajo una cronología de escritos en los que el autor combina su experiencia personal con su afinidad por la escritura, por medio de una prosa directa, concisa y emocionalmente intensa, en la que está muy presente su lucha interior y una visión humana esperanzadora.


A pedazos se suma a la rica producción literaria de Kureishi (sin olvidarnos del cuidado formidable de traducción de toda su obra a cargo de Mauricio Bach), dejando ver a las claras la vocación inquebrantable de su autor. Nos encontramos con un libro honesto, valiente, jugoso en el que la literatura se desparrama a gusto, y conecta, ya lo creo que sí, con el lector como interlocutor y confidente del impacto emocional de un hombre trastocado por el destino, paralizado por entero, pero empeñado en seguir escribiendo. Un libro memorable.