miércoles, 27 de agosto de 2025

Las horas y los días


No me cabe duda de que la lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad con que cuenta el ser humano. Los libros constituyen la posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros pensares que los reiterados esquemas que nuestra mente se ha ido haciendo a lo largo del tiempo. Los libros son puertas que nos enseñan a mirar mejor el mundo. Nos leen también porque sus palabras son miradas que reflejan la realidad de lo ajeno en lo propio nuestro. La lectura es, por eso mismo, un refugio y un poder: el poder del goce de la soledad. En ese sentido, la escritura también es un vínculo necesario que interviene para tal fin, un trabajo preciso en ese mar donde todos los recuerdos nadan en busca de una revelación para contar lo indecible de la vida de cualquiera.

Para José Luis Cancho (Valladolid, 1952), autor de cuatro novelas: El viajero junto al mar (1999), Grietas (2001), Indicios (2004) y Lento proceso (2013), así como el libro autobiográfico Los refugios de la memoria (2017), contar lo indecible tiene mucho que ver con ese afán de vivir y de escribir, de rebeldía y de reflexión que el escritor lleva consigo. En su reciente libro publicado, El murmullo de los otros (Papeles Mínimos, 2025), hermoso título con el que debuta en el género del diario, destaca esa interrelación permanente entre la vida y la escritura, como así refleja en estas palabras suyas: “la vida como raíz de la escritura, la escritura como apuesta esencial de la vida”. Lo primero que encontramos aquí, algo muy propio de un diario, es la voz narrativa del autor. Esa voz, además, nos va a acompañar desde la primera página hasta la última, y nosotros, los lectores, debemos creer en ella. Como mínimo, debería hacernos sentir algo que nos permitiera concebir una opinión concreta y constante sobre su verdad, su idiosincrasia y su naturaleza.

Cancho se deja ver en su esencia, y, también, como lector entusiasta de diarios, un género que, como subraya, “te mantiene atento, alerta, a la escucha”. Su libro recoge entradas que van desde diciembre de 2022 hasta diciembre de 2024 y, en ellas, lo que predomina es la literatura por encima de todo, no como artificio que se desentiende de la vida al imitarla, comentarla o ironizarla, sino como la propia vida en sí. La literatura y la vida, la vida y la literatura andan aquí bien cogidas de la mano, como si tal cosa. Ambas también se explican por sí mismas. Cualquier ejemplo de sus ochenta y cinco páginas sería válido para abundar en ello: “Tengo la impresión de que cada día que pasa me vuelvo más huraño, más solitario, más duro, menos accesible a los demás... Me refugio en mis pensamientos, en la contemplación privada de la naturaleza... Por ahora, solo me queda aceptar los ritmos que la creación impone, estar atento a la necesidad interna de escribir”, escribe, valga la redundancia.

Cancho aspira a explicarse por tanteo y aproximación, condensando, a fuerza de tomar experiencias del día a día, con muchas citas y alumbramientos de los libros leídos. En ese sentido, su diario se convierte en un cuaderno de notas, una suerte de cuartel de invierno, una alacena de hallazgos donde abastecerse. En ellos hay estancias e imágenes en las que se han ido colocando trazos de palabras que revelan cosas de lo que le importa de verdad, de lo que le conmueve: “Me pregunto si esto que he empezado a escribir acabará convirtiéndose en un diario de lecturas o en un cuaderno de citas o en un diario de muertos. Posiblemente, los tres a la vez”, nos dice. El murmullo de los otros, en su esencia, es un libro breve e intenso, lleno de detalles literarios y personales extraídos de las horas y los días, que muestran instantes seleccionados, momentos reveladores en los que el propio escritor se interpela con ese mecanismo de evocación de una realidad vivida, y de muchas lecturas, consciente de que cuando lo hace no se puede quitar de en medio.

Abunda Cancho en ese alegato sobre los libros y la lectura con apasionante empeño. Y lo hace con atención y deleite: “Afirma Kierkegaard que para vivir la vida hay que mirar hacia delante, para entenderla hay que mirar hacia atrás.... La memoria es en rigor nostalgia, deseo de encontrarse como en casa en todas partes, afirma Novalis”. En esa misma analogía asienta su manera de entenderse con el mundo a la hora de escribir y verse reflejado en los demás: “Ocultarse en el lenguaje, habitar en él”. En cada entrada encontramos mucha vida arremetida en esa continuidad que supone vivir lo cotidiano, explorando, a modo de ensayo, lo que sucede ante los ojos de quien escribe a poco que fije su mirada sobre el mundo que le rodea.

Un diario siempre dice mucho de la realidad de quien lo escribe, tanto con la palabra escrita como con los silencios guardados entre líneas. El murmullo de los otros es un pretexto para hablar de la inquietud por la literatura y por la vida, para hablar del paso del tiempo y de su huella. Todo en él parece observado con deleite y miramiento, pero, a su vez, con una pátina bienhumorada de regusto por los libros que hace más amena y jugosa su lectura. Ningún género, y mucho menos un diario, puede escapar a la subjetividad del autor, a su propia condición y a sus legítimas motivaciones.


Este libro sintético y reflexivo nos hace pensar que estamos ante un escritor que observa el mundo con una mirada sutil y serena, capaz de contagiarnos el placer de leer, el gozo de lo cotidiano y, especialmente, el sabio interés de acometer la realidad a través de la memoria de los libros. José Luis Cancho encuentra aquí un terreno fértil para explorar los límites de su escritura y, al propio tiempo, compaginar el discurrir cotidiano al son de la palabra y de la vida. Más de lo que parece.

domingo, 10 de agosto de 2025

Paralizado por entero


Hanif Kureishi (Londres, 1954) es un escritor conocido por sus novelas y guiones en los que explora la identidad, la multiculturalidal y, sobre todo, las crisis personales de la propia sociedad contemporánea. Entre sus obras destacan El Buda de los suburbios, una novela medio autobiográfica que aborda la adolescencia y sus conflictos identitarios, así como Intimidad, una novela intensa y emocionante sobre la crisis de la mediana edad y la ruptura familiar. Es, además, un autor muy reconocido por sus guiones para películas como son por ejemplo Mi hermosa lavandería o Sammy y Rosie se lo montan, dos obras cinematográficas chispeantes que rastrean temas de similar calado humano que sus novelas, bajo el mismo estilo mordaz e irónico, tan característico de su narrativa.

Muchas de sus obras sacuden las relaciones de pareja, familiares y de amistad, sin olvidar los demonios interiores del individuo, que siempre aparecen mostrando su complejidad y contradicciones. Volviendo a Intimidad, un relato intenso y apasionante, encontramos muchas reflexiones interesantes y lúcidas que el propio Kureishi pone en la palestra del relato por medio de su propia voz narrativa, como esta que alude a la experiencia vital y al mismo proceso creativo: “Es nuestra imaginación la que construye el mundo; nuestros ojos le dan vida y nuestras manos forma. Los deseos lo hacen prosperar; el sentido se lo da lo que uno pone, no lo que saca. Uno sólo ve lo que está predispuesto a ver, nada más. Debemos crear lo nuevo”. En todo su imaginario está muy presente la necesidad de entender las cosas de la vida, las claves de su interpretación, consciente de que la literatura nace de la vida y es inseparable a ella.

Ciertamente, los yoes literarios que aparecen en sus libros son caminos por los que transitan las historias, como pasajes sin retorno, donde el futuro es el presente y el pasado también es presente. Sin embargo, algo inesperado y terrible trastocó muchos de sus planes. Todo sucedió repentinamente en aquel fatídico año del 2022. Andaba de paseo por Roma con su mujer, durante unas vacaciones de Navidad y, ya de vuelta en el apartamento, sentado en la mesa de comedor, tomando una cerveza y viendo un partido de fútbol, sufrió un mareo. Al poco tiempo recuperó la conciencia, eso sí: “rodeado de un charco de sangre, con el cuello torcido en una postura grotesca”. Un año más tarde de aquel fatal accidente, y tras haber pasado por cinco hospitales, Kureishi seguía paralizado por entero del cuello para abajo.

A pedazos (Anagrama, 2025) es el libro que recoge este terrible acontecimiento, una crónica conmovedora, hermosa, reflexiva, cabal, honesta y rotunda sobre la fragilidad de la vida, la pérdida de movilidad y, también, sobre la lucha por seguir manteniendo la creatividad y la conexión de los demás en medio del desamparo y la adversidad. Kureishi acude a ese rasgo inquebrantable de la escritura como forma de encontrar las claves que expliquen, no solo la realidad del mundo, sino la suya propia de lidiar con lo sobrevenido hasta encontrar un nuevo giro que dé sentido a su vida. Todo remite a percutir en un relato autobiográfico en el que la dificultad de adaptación a una nueva realidad ya no consiste en escribir en un cuaderno o en el ordenador, sino que es imposible realizar tareas cotidianas sencillas, como rascarse la nariz, llamar por teléfono o sujetar un libro.

Por otro lado, el libro destaca, además, la relación que el escritor mantiene con Isabella, su esposa, imprescindible colaboradora, soporte de superación y ayuda en cada menester. Kureishi se adelanta a manifestar que, ciertamente, ninguna enfermedad de relevancia, como la que él está viviendo, jamás se queda atrás en el olvido: “Ojalá lo que me ha ocurrido no hubiera sucedido nunca, pero no hay familia en este planeta que pueda esquivar el desastre o la catástrofe. Sin embrago, de estos giros inesperados tienen que surgir también nuevas oportunidades para la creatividad”. Por eso mismo, y a pesar de la gravedad de su estado, no rehúye del humor y la ironía, dejando testimonio de que la escritura es un trabajo creativo que libera. Y escribe: “Hacemos una aportación al mundo; nuestro arte es para los demás, no solo para nosotros mismos; establecemos una conexión. Esa es la chispa de la vida, una surte de amor”.

Todo el libro en sí está concebido bajo un caparazón literario liberalizador, presentado a modo de diario, en el que no faltan grandes autores reseñados, como Kafka, Dickens, Chéjov, Graham Greene o su amigo Salman Rushdie, entre una larga lista de ellos, bajo una cronología de escritos en los que el autor combina su experiencia personal con su afinidad por la escritura, por medio de una prosa directa, concisa y emocionalmente intensa, en la que está muy presente su lucha interior y una visión humana esperanzadora.


A pedazos se suma a la rica producción literaria de Kureishi (sin olvidarnos del cuidado formidable de traducción de toda su obra a cargo de Mauricio Bach), dejando ver a las claras la vocación inquebrantable de su autor. Nos encontramos con un libro honesto, valiente, jugoso en el que la literatura se desparrama a gusto, y conecta, ya lo creo que sí, con el lector como interlocutor y confidente del impacto emocional de un hombre trastocado por el destino, paralizado por entero, pero empeñado en seguir escribiendo. Un libro memorable.

domingo, 3 de agosto de 2025

Relatos en miniatura


Decía Ribeyro en sus Prosas apátridas que para escribir no veía necesario ir a buscar aventuras: La vida, nuestra vida, –señalaba– es la única, la más grande aventura. Es la soledad del escritor, una soledad imprescindible sin la que lo escrito no se produce. Sobre esta realidad reflexionaba, igualmente, Marguerite Duras en su libro Escribir que “si se supiera algo de lo que se va a escribir antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena”, sentenciaba. Lo importante, o mejor dicho, la condición esencial de la literatura consiste en seguir produciéndonos emociones, alegría, diversión o una sacudida que, de algún modo transforme nuestra visión del mundo que nos rodea. El escritor se obliga a ello con su habilidad para poner una palabra detrás de otra en un orden eficaz y persuasivo.

Para Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968), guionista y director de películas muy celebradas, como Barrio, Los lunes al sol o El buen patrón, entre otras muchas, el cine, según confiesa, ha sido el eslabón que ha tenido siempre para entrelazar su imaginario con la realidad. Refugiado en la aventura de vivir, de la que extrae sus ficciones, escribir guiones le permite entenderse con el mundo con libertad y desenfado. Autor también de dos libros de relatos: Contra la hipermetropía (2010) y Aquí yacen dragones (2013), con los que abordó su incursión narrativa, con muy buena acogida por parte de la crítica, que destacaba su habilidad para crear historias que conectan con lo cotidiano, la profundidad emocional y el humor sutil que utiliza para abordar temas complejos, así como la naturalidad de su estilo y su enfoque en la relación entre la realidad y la ficción, donde lo improbable puede ser tan poderoso como lo real.

En los cien cuentos reunidos en Leonera (Seix Barral, 2025), su nuevo libro, encontramos el mismo espíritu narrativo que refleja pensamientos, recuerdos y soplos de ese imaginario suyo que merodea en la realidad confusa del vivir y la finitud de las cosas, el transcurrir del tiempo y cómo la vida va pasando a medida que uno también va cambiando. León arranca con una cita de Ray Bradbury, como portal de entrada, para destacar la necesidad de escribir para seguir vivo y no estar muerto. Le sigue un epílogo, colocado como introducción, según explica, que “responde a la necesidad de poner cierto orden en mi leonera”, con la intención de mostrar el propósito de “inventar al sprint”. Declara que estos cuentos cortos, extraídos, a medias, de la realidad cotidiana y de su imaginario, están escritos para “encontrarse uno mismo en lo ajeno” o quizá mejor, para “entender que lo ajeno no existe”.

Resalta especialmente el  humor, también, las pérdidas, entre parques y barras de bar. Hay, por tanto, un interés por el escenario en observación, al igual que por el lenguaje, cuando se vuelve sombrío o inoportuno. Hay también pequeños hallazgos o epifanías en lo cotidiano, tratando de localizar lo que hay de excepcional en ellos, dándoles forma de cuento inesperado que brota en ese instante. En esa forma de pequeño relato, de una o dos o páginas, encontramos una extrañeza por aquí, una celebración por allá, o una paradoja que tal vez expliquen la lógica misteriosa de las cosas, incluso exprimidas en afinados aforismos, como estos: “Certeza: Con los ignorantes, nunca se sabe”; “Coherencia: La novia del guionista es puro conflicto”; “Sospecha: ¿Y si el cielo fuera, en realidad, un falso techo?”; “Pájaro: ¿Sigue el pájaro siendo pájaro aun cuando no vuela?”

En Leonera la ficción y el manejo de sus herramientas están muy presentes. Bien es cierto que hay algunos cuentos algo más despojados, donde la ficción se constriñe por su transformación en breve pensamiento, donde parece que tienen menos elaboración narrativa. O, por decirlo de otra manera, como si un requiebro se apoderara del cuento y se antepusiera el yo pensante al yo ficcional. Pero lo que sí se evidencia es que la mirada de León recala en todo lo que escribe, ya sean guiones, películas o cuentos. Una muestra más de que su ficción, al fin y al cabo, no es más que una herramienta que está ahí al pairo de la propia realidad, para ser interpelada y aspirar a alcanzar alguna conclusión, alguna revelación o alguna paradoja luminosa destacable que recale en el lector.

El paso del tiempo, el amor, la juventud, la muerte, son temas que se entrecruzan por estas piezas narrativas que exploran la condición humana y adoptan la forma de relatos mínimos, para decirnos que la vida pasa por nosotros y nos demuestra, una y otra vez, que la memoria es, casi siempre, más engañosa que la imaginación. Dada la naturaleza cambiante, poética y abierta de estos microrrelatos, son muchos los temas que en ellos convergen, a menudo salpimentados con gracia y sentido del humor. Muchas de sus cuentos se ambientan en un hotel, en una habitación o en un parque infantil, una sucursal bancaria o en ciudades como Nueva York o Atenas, incluso en territorios conflictivos. Entre los personajes destaca la presencia de las novias de los boxeadores, tan vivarachas que encarnan el gozo de vivir, más allá de lo ocurrido en el ring. También resalta en Las despedidas, un cuento con aire machadiano, el saludo esperanzador de sus dos personajes, un miliciano y un campesino, que toman caminos opuestos en sus vidas inciertas.


Y por eso mismo, los que hemos leído estas minicontiendas narrativas también hemos percibido el sentido de su escritura como reto del lenguaje que da opción a otra mirada, a otra vuelta de tuerca, y si es menester, a ponerlo todo del revés. Fernando León da lugar a ello, al recrearnos unos relatos chispeantes, jugosos y hasta descerebrados, temerarios, diría yo, capaces de trasladarnos a un mundo de historias cercanas, dictadas bajo su prisma constreñido, empeñado en mostrar que la literatura nunca debe dejar de ser el lugar en el que se disputa la forma de cómo se va a escribir una historia. Aquí en Leonera encontramos un buen repertorio de relatos en miniatura. Aquí lo imprevisible nos pellizca y nos hace sentir vivos y disfrutones.