Lo
asombroso de los libros es que cobran vida propia en manos del
lector. En el deslumbrante ensayo La verdad de las
mentiras (Seix Barral,
1990), el escritor Vargas Llosa
despliega los entresijos de la ficción con el propósito de mostrar
al lector las intenciones que hay en toda novela. Que nadie se lleve
a engaños universales –nos viene a decir el nobel peruano–, las
novelas mienten, pero esa es una parte de la historia que encierran.
La otra, la más interesante, es que, mintiendo, expresan una curiosa
verdad que solo puede expresarse disfrazada y encubierta de lo que en
realidad no es. Porque querer ser distinto de lo que se es ha sido
siempre la aspiración humana por excelencia. De ella resultó lo
mejor y lo peor que registra la historia. De ella –concluye el
autor de La ciudad y los perros–
han nacido también las ficciones.
Oso,
de Marian Engel
(Toronto 1933-1985), es una novela indisimulada sobre esa realidad
propia del ser humano de no estar contento con la suerte que corre y
querer llevar una vida distinta a la que tiene. Este es el embrión
de la historia que bulle en esta obra que traemos hoy al blog: la
inconformidad de su protagonista, el latido de una pasión
irrefrenable.
Con
una hermosa y reveladora portada, Enrique Redel,
editor de Impedimenta, nos trae esta breve novela inédita en España.
Engel publicó su Oso
en 1976, catorce años antes de que el escritor de Arequipa nos
hablara de la verdad de las ficciones, aunque aquí también la
escritora canadiense invita al lector a asistir de cerca, como
espectador, a la metamorfosis de Lou,
la joven bibliotecaria, de vida anodina y rutinaria, que protagoniza
su insólita historia.
Marian
Engel comenzó a
escribir desde muy joven. Hija de maestros, creció en un pueblecito
del norte de Ontario. Publicó su primera novela a los 35 años, pero
su fama en Canadá le viene dada con la aparición de esta novela
decididamente erótica, todo un escándalo en los ambientes puritanos
de aquellos años. Urdida con los mimbres literarios suficientes, sin
apenas diálogos y con un narrador omnisciente que va desvelando la
relación emocional creciente entre dos seres tan dispares y ajenos,
la autora va despojando a su joven protagonista de toda clase de
prejuicios hasta colmarla de felicidad y desenfreno.
Una
mujer, una isla recóndita, una casa y un oso tierno y complaciente
son los elementos reunidos para configurar esta extraña y excitante
historia. Si a esto
le añadimos que el personaje, una rara
avis
solitaria, ocupada en catalogar libros en un instituto, va a mantener
un desenfrenado idilio con el viejo oso que habita en un lugar
remoto, hicieron que no pudiera resistirme y, mucho menos, una vez
empezado, perderme la lectura de este libro. El morbo por indagar
sobre esta relación, tan fuera de lo común, superaba con creces mi
curiosidad fortuita del principio. Y es que a todos nos gusta que nos
cuenten historias excepcionales, y si estas tienen el aditivo de
extrañas y únicas, aún nos atraen más. Aquí, Engel
narra la transformación experimentada por Lou,
una mujer anodina, a través de la relación que mantiene con el oso
que habita la casa donde se ha trasladado, allá en una isla lejana
al noreste del país, para clasificar los documentos y los libros
legados por un estrafalario personaje llamado coronel Cary.
Oso
es una historia envuelta en la atmósfera narrativa
adecuada
para producir una mezcla de sorpresa e intriga en el lector que se
acerque a sus páginas, eso que tanto celebramos cuando la destreza
narrativa empuja a leer sin detenimiento, hasta acabar un libro.
Leer buenas historias proporciona el pasaporte necesario para
desplazarnos por el mundo y vivirlo de otra manera. Bien es cierto
que por mucho que uno lea, la vida verdadera siempre queda al otro
lado, fuera de la biblioteca, pero leer ficción también nos procura
ese poso de vitalidad gozoso, tan necesario y bienvenido para nuestra
fútil existencia.
Marian
Engel
incide y persiste en el empeño de todo artista por querer escribir
aquello que debe ser contado desde la imaginación y la calidad. Oso
es sencillamente un empeño literario válido y logrado, escrito con
una prosa ágil, sencilla y clara, un libro estupendamente traducido
por Magdalena
Palmer
que merece la pena leerse, a pesar de que las pretensiones iniciales
de su autora, según cuentan algunos, se urdían por un entramado más
propio del género pornográfico que del literario estilísticamente
puro. [Reseña núm. 235]