La
emoción de las cosas, la memoria y las palabras aglutinan el
espíritu que concierne a Nada que no sepas (2018),
la nueva novela de María Tena
(Madrid, 1953), ganadora del XIV
Premio Tusquets Editores de Novela,
autora también finalista en 2003 del Premio
Herralde de Novela con
su obra Tenemos que vernos.
Las tres citas que la escritora toma al principio de su reciente
libro, proceden de Antonio Machado,
John Updike y
Virginia Woolf, y
resumen esa idea de destellos, sentimientos y recuerdos que cruzan
todo el relato, para poner en antecedentes al lector de que lo que se
va a encontrar en el libro, y que, al final del mismo, dará sentido
a toda la verdad literaria que contiene el texto, gravita en torno al
amor, sus silencios y las obsesiones de los personajes que
protagonizan esta historia.
Alguien
dijo que es muy difícil escribir más allá de uno mismo. Puede que
sea cierto. Porque eso que llamamos la experiencia personal está
impregnando siempre lo que hacemos y lo que imaginamos, tanto para
confirmar lo que somos, como para alimentar la impostura de nuestras
fabulaciones. Desde la nada hay poco que contar, pero, cuando se
trata del amor de los padres y del amor propio, hay un hilo de la
madeja por donde tirar. Aquí subyace eso que decía Lacan
de que el amor solo existe en
el uno por uno. Posiblemente, nadie sabe qué es el amor, y es
precisamente desde esa perspectiva desde la que arranca la novela de
Tena, desde ese
cometido de indagación, el lugar desde el que la narradora quiere
rearmar la historia de sus padres, su vida en pareja, sus entradas y
salidas. Pero también el relato de su propia vida como hija y,
ahora, como mujer en apuros. Por eso vuelve a Montevideo al cabo de
mucho tiempo: para saber qué le pasó a su madre, y qué fue lo que
acabó con su matrimonio.
La
narradora, que atraviesa una profunda crisis de pareja, retorna al
episodio determinante que marcó el final de una época feliz: el
accidente mortal de su madre en Uruguay a finales de los años
sesenta y el regreso de su hermano y ella a España. Llega de nuevo
hasta allí para encontrarse consigo misma, para buscar sus raíces
en el pasado y así poder entender mejor su presente azaroso. Regresa
al lugar de su infancia para destapar secretos familiares y comprobar
que la vida de pareja tiene esa condición de vulnerabilidad e
insuficiencia que ella padece ahora, que se hacen necesarias las
manos del otro, la presencia del otro para preservar la vida, para
protegerla, para sustraerla de la posibilidad de la caída, del
desorden sentimental y del abandono. “Uno también se viste con las
ideas, con los miedos y con todas esas trampas que a veces forman
parte de una educación.” (pág.97).
Todo
lo que sustenta Nada que no sepas
son recuerdos vividos, materia prima de todo el relato que se va
conformando en primera persona. Incluso aquellos que la narradora se
formula involuntariamente, como diría Proust,
sacados por el hilo la semejanza de un instante o de un episodio que
pone cuño de autenticidad a lo que le está sucediendo en ese
momento de su narración. Además, con ese impulso de volver a las
cosas que pasaron, con una dosificación exacta de la memoria de unas
y la estela de otras: “Un mundo fascinante para niños como
nosotros, sin sentido crítico o sensibilidad social, y todavía sin
ideas políticas.” Y así lo refleja: “Cómo cada persona vive su
vida a través de los demás, de los que le rodean, pero también en
que a veces la historia pasa por encima de nosotros y nos aplasta.”
(pág. 139).
El
reencuentro con Ana,
una de sus amigas de la infancia, le irá desvelando cartas guardadas
de su padre y de su madre que desentrañarán las claves de la
extraña muerte de esta y del silencio acordado. La necesidad de
reconstruir los secretos de aquella época de la infancia ya perdida
quedará zanjada con la verdad que ansía satisfacer. Para ella,
ahora su familia, ese pilar medular de su vida, casi siempre presente
en la literatura, con sus secretos y misterios, sus silencios y su
hermetismo casi sagrado, encuentra mejor encaje moral en su memoria.
Sin embargo, sabe que la existencia de la verdad posee esa categoría
moral que no se puede obviar. Existir, buscar la verdad, tomar
conciencia de ello la obligó a hacer lo que tuvo que hacer: volver
al pasado.
Todo
el relato está ceñido a una privacidad de un mundo de afectos y
engaños remotos, contado desde la perspectiva femenina de una
narradora a la que el lector, seducido por su voz, la acompaña en su
búsqueda de la verdad para ser testigo excepcional de una revelación
de aquello de lo que nunca se habló en su casa y fuera era un
secreto a voces, de las heridas y huellas que marcaron aquel hogar de
buena apariencia donde el amor se resquebrajaba.
El
resultado de esta obra que María Tena
nos entrega es una novela entrañable, emotiva y amena, escrita con
ese difícil don de la sencillez que tanto nos gusta a los lectores
hambrientos de buenas historias. Los libros que nos deleitan nos
recorren las venas y establecen vínculos con nosotros con una
familiaridad insólita. Nada que no sepas
se insinúa así, con esa capacidad seductora de atraparnos, gracias
a la eficacia de su prosa, capaz de mostrarnos una verdad literaria
sobre la familia, el destino y, sobre todo, una indagación del
pasado recóndito. Y es que, como dice Landero,
el pasado nunca acaba de pasar.