“La
finalidad de la guerra no es matar, sino vencer. La humanidad, cuyos
ideales progresan aunque su realidad siga siendo cruel, busca armas
capaces de torcer el deseo o la capacidad letal del enemigo sin
matarlo. Pero modificar la voluntad asesina de las personas es más
difícil de lo que parece. Por fin se descubre un compuesto que,
diluido en el agua, provoca una violenta crisis de pacifismo. Fuera
de todo cálculo, el compuesto supera toda barrera, escapa a todo
control, se expande por todo el mundo. El enemigo ha sido derrotado,
pero es muy difícil recordar por qué o para qué, ahora que la
guerra ha terminado”.
Antes
que nada, hago un inciso para aclarar que este microrrelato lleva por
título La finalidad de
la guerra,
y lo subrayo porque dicen, con mucho acierto, los teóricos del
género breve que el título de un microrrelato es clave referencial,
que sirve al lector para conjugar y cerrar después el significado
del texto que acomete. De ahí la importancia del título, porque
formará parte del embrujo que promete la narración que le sigue,
hasta el punto de que en él se encuentra el destello que anuncia su
misterio, que no es otro que provocar en el lector una expectativa
que ha de llevarlo a alcanzar el final del texto, probablemente sea
el género que mejor sabe guardar un secreto. El lector de
microrrelatos, viene a decir Ginés
S. Cutillas,
suele leer dos veces el título: la primera al entrar en el texto, la
segunda al salir de él.
Dicho
esto, y volviendo al principio de esta página, tenemos que decir que
la pieza pertenece a La Guerra
(Páginas de Espuma, 2019) de la poeta y narradora Ana
María Shua
(Buenos Aires, 1951), un volumen que contiene, además de este,
ciento treinta microrrelatos más de los que la escritora argentina
se vale para mostrarnos un amplio corolario de historias mínimas que
transitan por los campos de batalla, por las armas y las guerras de
antaño, de ahora y de siempre. Todos los títulos que conforman el
libro se aúnan en esa misma dirección. Muchos merodean por esas
fronteras de someter al enemigo o de resistir a su ataque. Porque en
una contienda todo vale, se lee en uno de ellos: “En la guerra y en
el amor, todo vale. Vale embaucar y mentir: el arte de la guerra es
el arte del engaño, dice Sun Tzu”.
Ana
María Shua ha
reunido una brillante colección de piezas narrativas engatilladas
sobre el escalofrío que nos provoca toda acción bélica, divida en
cuatro bloques: el arte de la guerra, guerreros, armas y estrategias.
Cada epígrafe es un enigma a resolver por el lector, que tendrá que
dirimir si está en uno de los bandos de una guerra justa, en
territorio neutral, o simplemente es un mero espectador.
Indudablemente hay una verdad que siempre trasciende: “la historia
de un pueblo es la historia de sus guerras”. Algunas de estas
narraciones dan indicios de la adversidad que se aproxima, otras solo
equívocos, la mayoría, eso sí, ocultan su misterio y la retranca
que el lector tendrá que captar. Este libro es todo un epítome, un
sumario de todo lo que significa el microrrelato: omnívoro,
claramente breve y elíptico, un género exigente para el escritor y
para el lector que tendrá que resolver el misterio que el escritor
suele dejar en suspenso.
Confiesa
la escritora en una de sus entrevistas que el tema de la guerra
siempre le pareció un asunto de interés que, en cierto modo, define
mucho el tránsito de la humanidad a lo largo de la historia. Esto y
las propias razones literarias de poder reunir en un libro distintas
maneras de abordar la materia bélica, desde los antecedentes del
conflicto hasta sus consecuencias, las víctimas, los agresores, los
combatientes, las armas, el territorio ocupado, la memoria escrita y
los libros sagrados, son parte del material que la han llevado a
concebirlo y, concretamente, bajo el manto del microrrelato. El resto
proviene de sus lecturas del mundo clásico, de la Biblia y, cómo
no, de la inspiración e inventiva.
Digamos que este libro es eso, un arsenal de historias reducidas al ámbito bélico, intensas y maquiavélicas, salpimentadas con un humor negro y lapidario de las que el lector sale cariacontecido, con una mueca inquietante. Este es un libro nada amable y abiertamente beligerante con la guerra y sus artífices. En estos mariscales, guerreros, héroes y heroínas, en sus sinrazones históricas y aberraciones religiosas, en los vencidos y sus pérdidas, encontramos la sutileza de una escritura dispuesta a señalar las malas artes, la humillación y el espanto de sus acciones. Shua fija también su mirada en los mitos y leyendas levantados en torno a la guerra, desde diferentes prismas, partiendo del título de cada pieza hasta su lectura final, con la idea de comprometer al lector a resolver el enigma de cada relato o, al menos, de que rastree en su engranaje narrativo aquellos detalles no dichos.
Saber
elegir nuestras lecturas es tan importante como aprender a sumergirse
en ellas. Este libro es una estupenda oportunidad para ello, una
ocasión para inmiscuirse, de la mano de una maestra del género, en
todo el despliegue argumental de lo indecible de cualquier guerra, la
palabra más gruesa, maldita y lamentable de la que la humanidad ha
hecho uso en todo tiempo y lugar. Lo que aquí se cuenta no deja de
ser un deleite, un goce literario, aunque al cerrar el libro la
actualidad del mundo nos devuelva a la cruda realidad, nada libre de
amenaza.