En
Ávidas pretensiones
(2014), una divertida novela de Fernando Aramburu,
hay un episodio en el que uno de los personajes, poeta atrabiliario,
para más señas, trata de poner la verdadera distancia entre la
poesía y la novela con la siguiente argumentación: “Para que el
poema obre un efecto poético es indispensable que el lector lo asuma
como propio. Si no, no funciona. Ocurre al revés que con las
novelas. En ellas el lector puede a lo sumo identificarse con las
figuras de ficción, en modo alguno asumir directamente la
experiencia de estas. Te puedes reír de don
Quijote, pero nunca
serás el manchego que sale al campo de aquella época lejana vestido
con unas latas de caballero andante. O puedes apenarte de Anna
Karenina cuando se tira
al tren, pero en todos los casos eres el espectador de una historia,
conmovido o no, ese es otro asunto”.
Pero,
¿qué ocurre cuando el lector tiene entre sus manos una historia
introspectiva, una narración poética de alguien que expone su
propia biografía para sacudirse de aquello que lo abrasa y ahoga?
Quizá ya no baste apenarte, como lo hiciste con la heroína rusa, ni
tampoco compadecerte, como sobrellevaste las desventuras del
caballero andante. Los artistas
(Ediciones Baile del Sol, 2011) del poeta Javier Cánaves
(Palma de Mallorca, 1973) es una novela sentimental y
existencialista, con mucha carga lírica, que rompe en buena medida
esa línea determinante que postula el personaje de la novela citada
del escritor donostiarra.
En
esa intersección, Julio
Cantallops, el
protagonista de la historia de Cánaves,
explora la trastienda de sus vicisitudes: necesidad de huida,
apagones creativos, malestar o fracasos amorosos... La voz del
narrador en segunda persona, opresiva y propensa al recuerdo le
interpela incesantemente sobre su inconsistencia artística, a pesar
de haber conseguido algunos premios en varios certámenes literarios,
pero también se invoca permanentemente al lector, no solo como
confidente, sino como si fuera miembro de un jurado popular que
examinara un caso.
A
veces ocurre que llegar tarde a la lectura de un libro publicado hace
tiempo y enlazar la reseña de dicho libro con una cita, escrita con
posterioridad, para engarzarla en la misma, pudiera parecer un
contratiempo, pero el azar propicia caprichosamente estos hallazgos
que favorecen inopinadamente la perspectiva de lo que uno desea
expresar sobre lo último que acaba de leer, especialmente, cuando
obtiene suficientes réditos del mismo. El resultado para el lector
no es otro que verse involucrado activamente en la encrucijada vital
que propone el artista. En esta ocasión, Cánaves
lo logra gracias a su prosa poética y al despliegue que hace de
voces narrativas que vivifican la historia de su personaje, un ser
apesadumbrado que no cesa de cuestionar el sentido de su existencia y
la valía de su obra.
Hay
capítulos, los más breves, narrados en primera persona por boca de
Samantha Roten,
una de las mujeres que Cantallops
conoce en uno de los bares de copas que frecuenta. Los otros
capítulos, trazados en forma de diario, sostienen al personaje en un
estado de vigilia sobre la situación crítica que atraviesa su
autoestima creativa. Aparecen también varios artículos que el
personaje ha publicado en el periódico local, así como algún
poema. Toda esta cadena de recursos literarios parecen anunciarnos un
desenlace que invita a pensar hasta dónde será capaz el
protagonista de aguantar y si resarcirá su incompleta trayectoria o
asumirá directamente su propio descrédito.
Javier
Cánaves ha
escrito una historia que no se asienta en la impostura del mundo
artístico, y eso no quita para que aparezca alguna mácula de
artificiosidad en algunas opiniones de sus protagonistas. Pero
debemos disculparla, habida cuenta de que son expresadas cuando el
alcohol se hace dueño del desencanto que ellos mismos se brindan, y
el autor no repara en evitarlo, dejando actuar como cree que debería
hacerlo cada personaje cuando interviene.
Los artistas
es un libro breve, lírico e intenso, una estupenda novela que tiene
puestas las bisagras narrativas en la autoficción y sus goznes
literarios en la difícil tarea de la creación artística y su
reconocimiento. La adicción a ese vértigo conlleva incluso quemarse
gozosamente.