“En
todas las familias hay mentiras, y también en el amor y en la
amistad, entre otras cosas porque para convivir es necesario que cada
cual tenga sus secretos […], y es que en gran parte somos nuestros
secretos. El perro su pan escondido, el pájaro su nido, el zorro su
cubil, el cura los pecados de sus feligreses, el mandatario los
secretos de Estado, los enamorados el trémulo fervor de sus miradas
a hurtadillas de los demás. No hay nadie que no se lleve un secreto
a la tumba, y no hay mayor gloria para un secreto que morir sin haber
sido desvelado”.
Cuando
destacamos algunos subrayados de una obra leída, como este que
antecede, sacado de la nueva novela de Luis Landero
(Alburquerque, Badajoz, 1948), Lluvia fina
(Tusquets, 2019), marcamos sus epifanías y las señales que
despiertan nuestro interés y curiosidad por razones diversas. Nos
dan suficientes motivos para pensar en nuestra propia existencia, los
justos para no dejar de seguir leyendo, como si se tratara de un
viaje sentimental en el tiempo, y de paso, sentirnos próximos al
narrador de la historia que nos confía sus secretos y revelaciones
de los personajes que viven dentro de ella, gente extraña y, a su
vez, muy parecida al mundo que nos rodea. Toda esta pulsión que nos
llega, tanto por las palabras, como por las voces y silencios de sus
protagonistas, a muchos nos produce un arrebato estimulante que nos
obliga a tener bien afilado el lápiz. De alguna manera, en los
buenos libros leídos siempre queda el rastro de lo que fuimos.
La
escritura de novelas, ese género tan híbrido y excitante, es un
arte muy difícil. De hecho, hay tantos detalles que pueden dar al
traste con cada una de ellas, que es portentoso que existan tantos
libros que han salido airosos en su primera tentativa. Landero
es un maestro en ello, un escritor que se dio a conocer con Juegos
de la edad tardía (1989),
un libro memorable, al que siguieron Caballeros de
fortuna (1994), Absolución
(2010) y otras novelas como
El balcón en invierno
(2014) o La vida negociable
(2017). Landero es un
nombre importante de nuestra narrativa actual, no solo por la
destreza y gracia de su escritura, sino por ese don de saber
organizar la narración con perspicacia. De la misma manera que para
surcar el mar se precisa saber remar, gobernar la embarcación y
llevar el timón es algo fundamental, trasladado al arte de novelar
es, precisamente ese engranaje lo que da sentido y valor a lo que se
concibe como literatura de calidad y, a la vez, de entretenimiento.
Lluvia fina
continúa por esa senda tan habitual en Landero.
Se trata de una novela trepidante y sombría en la que una reunión
familiar que discurre con aparente calma verse alterada hasta
convertirse en un río desbordado. ¿Se puede hablar de todo entre
los seres queridos? Esta es la pregunta clave que sostiene toda la
trama de esta historia familiar. Ningún relato es inocente, y mucho
menos todo lo que se cuenta y se esconde en el seno del hogar.
Aurora,
la esposa de Gabriel,
es la narradora de esta novela, conforma el punto de vista y el
espejo donde se paran los personajes para hablar de ellos y de los
otros, la receptora de sus confidencias y discursos. Será ella el
cauce involuntario de una familia donde unos se culpan a otros de sus
frustraciones vitales hasta
desembocar en un final ominoso de fatales consecuencias. Ellas es la
que los escucha.
Gabriel,
el hijo más joven de la familia es el que sigue teniendo una buena
relación con la madre, y se empeña en reunir a todos para celebrar
su octogésimo cumpleaños, invitando a Sonia
y Andrea,
sus dos hermanas con sus respectivas parejas, con la idea de
recomponer sus relaciones que han estado enquistadas durante décadas.
En las confesiones que van surgiendo, el lector asiste a un escenario
familiar en el que se entrecruzan historias que se desmienten entre
sí, y que, a su vez, conforman el hilo de Ariadna por donde cada uno
cuenta al interlocutor lo que sabe del otro hasta desmadejar sus
resentimientos y frustraciones, provocando que la conversación
termine en reproches que nunca se habían echado en cara
Lo
que el hermano presuponía de ensayo propicio para limar asperezas,
se convertirá en un destrozo familiar inadvertido, en el que todos
pondrán de su parte hasta la estampida final en la que cada uno se
marcha sin haber limado las asperezas que lo habían mantenido
distanciados: una madre autoritaria, empecinada y cruel; una hermana,
Andrea,
desquiciada por la envidia y el fracaso; otra, Sonia,
sobreviviendo al drama de su destino; y desde luego, Gabriel,
tan irrelevante e infantil como egoísta.
Lluvia fina
es otra admirable novela de Landero,
un libro que ahonda en el vínculo familiar, ese que aparentemente
nunca o casi nunca desaparece en nuestras vidas, al que todos estamos
obligados a proteger, pero que, en este caso, al final salta por los
aires. Queda una sensación sombría de advertencia final, mediante
la que se deduce que siempre es más conveniente no decir todo lo que
pensamos de los demás, ya que, en cualquier hogar, la discreción es
la única salvaguarda de la convivencia, y la mejor manera de
cohesionar la familia se halla más en los silencios que en las
conversaciones. Quizás sea así.