Agustín Fernández Mallo, poeta, físico, ensayista y narrador, siempre ha mantenido en sus ficciones ese espacio mental necesario para que su inteligencia lo ocupe de forma soberana. Lo hemos podido comprobar con Nocilla Dream (2006), una novela que va haciéndonos saltar por los fragmentos del texto con insólita sensación de vértigo, o con Trilogía de la guerra (2018), un libro intenso y ambicioso que no da tregua al lector y lo empuja a unos escenarios en los que se juntan la ciencia, la antropología y la propia cultura popular. Llega ahora el turno de El libro de todos los amores (Seix Barral, 2022), su nueva novela, para que podamos establecer esa conexión de los tres elementos antes citados y la forma de un estilo narrativo que ha seguido manteniendo su autor a lo largo de toda su trayectoria, pero en esta ocasión abordando un asunto universal por medio de un relato en el que una pareja, constituida por un hombre y una mujer, se refugian en Venecia durante una crisis mundial, mientras ella escribe sobre el amor y sus variantes.
La trama de la novela no es otra que hablar del amor, pensarlo y catalogarlo desde infinidad de puntos de vista y esferas que van conformando todo un directorio de microensayos sobre su esencia y cómo se manifiesta: amor paquete, amor mascota, amor lenguaje, amor navaja, amor llama doble, amor diferido.... El libro establece ese mecanismo para explorar los rastros y presencias del amor que se dan y observan en la vida cotidiana, partiendo desde la idea del autor de entender la literatura como trayecto de lo personal a lo universal. En ese Gran Apagón aludido en el libro, todo parece impregnado de silencio, de ausencia de olores y luz ambiental. Y partiendo de esa circunstancia, el lenguaje se convierte en la sustancia propicia para pensar, indagar y rastrear la evolución del amor, como hace la arqueología, escarbando en los orígenes para seguir estudiando.
Lo conceptual sigue estando muy presente en la obra de este autor, al igual que su aire poético, como se refleja en los diálogos amorosos que establecen Ella y Él, nomenclatura con la que aparecen sus protagonistas, hasta desvelarnos al final del libro sus nombres, diálogos encadenados con suma originalidad significativa en los que el mundo de pareja parece que se alimenta y desarrolla bajo un código particular de recuerdos, palabras y guiños fuera del alcance de los demás, como así deja dicho Ella con cierta satisfacción: “Amar nada tiene que ver con mirar al cielo y quedarse pasmado en las demandas de los dioses. Amar es bajar la mirada y con la punta de la lengua escribir en el orificio del deseo”.
En El libro de todos los amores encontramos un artificio narrativo que, lejos de pretender escribir una novela realista al uso que se sostenga sobre la estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace, quiere exponer y desarrollar el sentido histórico, poético, filosófico y físico del amor, jugando con todas estas particularidades y materias que conforman las opiniones, sentires y correspondencias de una pareja, sus dos protagonistas, personajes coherentes con la ambientación y propósito del autor para encontrarse y ceñirse a las divagaciones de un yo capaz de generar estímulos que se prestan a discernir sobre todo lo que el amor contiene de arqueología, realidad, lenguaje y ficción.
Más que una novela, El libro de todos los amores es un texto nacido de la confluencia de varios géneros, un libro atravesado por una poética filosófica que trastea en la representación del amor y sus reflejos en metáforas, un libro que destaca que “la ficción no oculta las cosas; por el contrario, las hace emerger tal como son”. Sin embargo, sostiene en lo que llama Amor máscara que: “Sólo el amor se salta esta norma, le quitas la máscara y siempre encuentras otra, que es la misma, su identidad es la del infinito desvelamiento de lo idéntico”.
Este libro, tan insólito en su arquitectura como magnético en su forma, es, en definitiva, un relato perspicaz, erudito, poético y ameno que se suma al bagaje de la obra de un autor que se caracteriza por la originalidad de su estilo y la frescura de sus textos. Tan solo por esto mismo merece la pena tener a punto nuestra brújula lectora para no perderle el norte.