lunes, 31 de marzo de 2014

La realidad trastocada


Desde que leí El desorden de tu nombre (1988), hasta la publicación de sus Articuentos completos (2011), Juan José Millás (Valencia, 1946) siempre ha tenido presencia en mis lecturas. Leer a Millás es prepararte a entrar en otro mundo, en una especie de gabinete donde se psicoanaliza la palabra o se disecciona la lengua, como las entrañas en la mesa de un quirófano. Millás tiene la habilidad de pasar de cirujano a prestidigitador del lenguaje, capaz de sorprenderte con un número jamás visto, a base de juntar palabras para contar historias de la vida cotidiana, porque para el escritor levantino no hay nada más recurrente para escribir una historia que despojar a la realidad de sus vestidos corrientes, las palabras, y exhibir los otros significados que guardan.

A Juan José Millás le gusta ejercer de periodista narrativo y convertir su columna de reportero en microrrelatos de actualidad, y cuando se empeña en la ficción, su tarea de novelista transita entre un extraño reportaje y una rara novela. La conexión de estos ámbitos es lo que parece haber surgido con mayor intensidad en su última novela, La mujer loca (Seix Barral, 2014), un libro curioso y extravagante donde la realidad y la ficción alternan su corriente narrativa para jugar con el lector.

Con esta propuesta literaria, el autor valenciano entra en el terreno de la experiencia de la fabulación que tantas veces nos ocurre al yo que llevamos dentro y que no para de invertarse situaciones. Todos nos narramos en silencio, viene a decirnos Millás, y a veces como protagonistas de historias inverosímiles, pero reales como la vida misma. En La mujer loca nos encontramos a tres Millás: el autor, el personaje y el narrador. Esta trinidad literaria se conjuga para que el creador y su obra nos hable de ese espejismo que hay entre lo verdadero y falso por donde transcurre nuestra vida común. Esto es algo consustancial a su escritura y es que las novelas de Millás, si tiene algo propio e inconfundible, no es otra cosa que el desdoblamiento de sus personajes. La protagonista de La mujer loca es una pescadera de un hipermercado que estudia lengua, anda enamorada del encargado de la gran superficie (filólogo sin ejercicio) y que, también, cuida de una mujer que espera que le apliquen la eutanasia. Millás, el personaje, acude a visitar a esta enferma terminal para escribir un reportaje y allí conoce a Julia, la pescadera, que le llevará a la frontera de la ficción y transformará su proyecto periodístico en novela, hasta el punto de empujar al lector a unos inciertos coloquios filológicos que, además de divertirnos, nos conduce al terreno que Millás, el escritor, quiere llevarnos, valiéndose de la herramienta más preciada, la lengua: ...la lengua vuelve locos a los que descubren que es como manosear a la madre, por eso hay tanto loco entre poetas, tanto borracho, tanto cocainómano, tanto maldito, tanto pobre hombre. Volvió loco a Verlaine, a Rimbaud, a Poe y vuelve locos a quienes, sin escribir, revelan sus secretos... Y el loco, según creencia general, no informa, deforma (Pág. 212,213).

La vuelta de Millás a la novela con esta historia viene a situarnos en el vértice de una encrucijada donde el propio lector tendrá que decidir qué hay de verdadero y falso en el relato. Eso es lo que pretende el mismo autor de La soledad era esto (Premio Nadal, 1990), dejarnos a la deriva del lenguaje con la advertencia y el ojo avisor de que el lenguaje no está en nuestra mano, sino nosotros en la suya (pág. 186).

La mujer loca es un libro divertido y reflexivo, surrealista y transgresor, que seduce por la incertidumbre de la trama y la manera de contar la historia del secreto de sus personajes, a modo de taller de escritura, desmenuzando la frase, los sustantivos, la discutible compañía del adjetivo o la importancia de la conjugación heteróclita...

Juan José Millás trastoca la realidad del lenguaje para embaucarnos y mostrarnos los otros significados de la gramática de la vida, esa que juega con las palabras y los silencios de nuestra fútil existencia.

jueves, 27 de marzo de 2014

Living, thinking, looking


Ayer por la noche finalicé el libro Vivir, pensar, mirar (Anagrama, 2013) de la escritora norteamericana Siri Hustvedt (Minesota, 1955). Esta obra incisiva y fascinante ha sido un buen estreno para conocer a esta autora brillante y sagaz que, además, posee una belleza magnética irresistible. El título da las pistas fundamentales de las tres partes en la que se estructura este interesantísimo texto que reúne treinta y dos ensayos escritos entre 2006 y 2011. En estos trabajos, la ensayista estadounidense disecciona, con la determinación y precisión de un cirujano, el tejido de la percepción y la conciencia: en Vivir, encontramos ensayos que trazan directamente la vida de la escritora. En el capítulo de Pensar, explora la memoria, la emoción y la imaginación. Y, por último, en Mirar, Siri nos introduce en el arte visual.

Hustvedt utiliza todas sus herramientas y experiencias intelectuales para reflexionar sobre la migraña que padece, para indagar en las relaciones con su padre, para debatir sobre dos ejes tan polémicos en la literatura como son la autenticidad y el realismo, para hablar de su admiración por Goya, desde la mirada crítica que exige la obra de arte. Este es el camino trazado que encontramos en este suculento libro, que no es más que un viaje por la literatura y el psicoanálisis.

Vivir, pensar, mirar es un conjunto de ensayos que van de la experiencia personal al análisis del pensamiento, pero teniendo estas mibres, ¿qué hace la escritora neoyorquina para atrapar al lector?, ¿cómo lo logra? Lo sorprendente de este libro, una obra ensayística que trata temas filosóficos y neurocientíficos, es la manera de encandilar al lector profano para que no se diluya en abstracciones. Siri lo consigue gracias a la construcción híbrida del texto, con diferentes discursos y empleando el método narrativo, con sus metáforas, elipsis y digresiones. Tiene claro que no existe un solo modelo teórico que pueda contener la complejidad de la realidad humana y admite sus limitaciones: Mis ensayos son una especie de periplo mental, una andadura en busca de respuestas con la plena conciencia de saber que nunca llegaré al final del camino (pág. 12). Y esta declaración no le impide desfallecer porque para Hustvedt dar sentido a las cosas puede que sea la seducción última de los seres humanos (pág. 24).


En estos deliciosos ensayos, sin estilo rebuscado y escritos con frescura, Siri Hustvedt viene a decirnos que en realidad hemos nacido dentro de una estructura de significados e ideas que conforman la relación de nuestra mente en el mundo (pág. 371), a base de repeticiones que van y vienen por todos los capítulos del libro: ¿cómo vemos, recordamos y sentimos?, ¿cómo nos relacionamos con los demás?, ¿qué significa soñar?, ¿qué es el “yo”?, hasta llegar al enigma irresoluto de siempre: ¿qué significa ser humano?

Resumiendo: Vivir, pensar, mirar es una obra reflexiva sobre la moral, la identidad y el funcionamiento complejo del cerebro en la que la novelista Siri Hustvedt derrocha inteligencia y sagacidad sobre esos tres conceptos, sin autocomplacencia, pero con una escritura profundamente personal, refrescante y sencilla que sostiene el tono entero de su discurso. Un libro para lectores inquietos.




domingo, 23 de marzo de 2014

Un microcosmo palpitante


Es una experiencia excitante e inolvidable la que se produce con determinados hallazgos literarios en las librerías que frecuentas. Uno, que es asiduo de estos santuarios y conoce los recovecos y secretos de sus anaqueles, sabe que el rastreo es el único modo de dar con ese libro sorpresa capaz de calmar nuestra insaciable curiosidad. La última de estas sorpresas me sucedió recientemente cuando me tropecé, por puro azar, con la novela Del color de la leche. El libro estaba en el suelo de la mesa de novedades y lo recogí para no pisarlo. Empecé a hojearlo al tiempo que me venía a la memoria unas palabras de Virginia Woolf que decía: el único consejo sobre la lectura que puede dar una persona a otra es que no acepte consejos, que siga sus propios instintos, que use su propia razón, que saque sus propias conclusiones... Este pensamiento, sabio y oportuno, sumado al de la prologuista del libro, la joven escritora mexicana Valeria Luiselli (tan sincero y persuasivo como el de la memorable escritora londinense ) que afirma que hay ciertos libros -muy pocos- que nos dejan con la sensación de haber tocado un fondo del cual no podemos y no queremos salir siendo el mismo lector..., fueron razones convincentes que me animaron a llevarme el libro que sostenía con mimo entre mis manos.

Del color de la leche es una novela hermosa y sobrecogedora, escrita por Nell Leyshon (Glastonbury, Inglaterra), una dramaturga muy reputada, con muchos premios en su haber y desconocida en nuestro país. La apuesta que el sello Sexto Piso ha llevado a cabo con la publicación de esta novela breve ha sido, sin ningún género de dudas, un acontecimiento literario muy celebrado y destacado por lectores y reseñistas.

La escritora británica narra la historia de una adolescente de 15 años, Mary, en un tiempo que se remonta al año 1830, una época, tan difícil como opresiva, donde la mujer tenía que someterse ciegamente al patriarcado dominante de aquella sociedad atávica de la Inglaterra rural. La narradora y protagonista de la historia advierte al lector que lo que va a leer es el libro escrito por sus propias manos. Esta narración en primera persona, a modo de un diario, se sucede entre la primavera de 1830 hasta la siguiente de 1831, y nos cuenta la vida que lleva Mary en su pequeña granja familiar hasta su traslado inesperado a la casa del vicario para trabajar como criada y cuidadora de su mujer que está muy enferma. Lo significativo del relato es el estilo sencillo y sincero de la escritura desplegada por la narradora, sin artificios, tan natural como cruda, donde incluso la protagonista no disimula sus carencias y no le importa no distinguir entre mayúsculas y minúsculas.

Nell Leyshon ha escrito una novela magnífica que no deja indiferente al lector y que atesora la voz narrativa de Mary, una joven tan eficiente como inocente, que acaba de aprender a escribir y que nos va a revelar en 174 páginas el transcurrir de su vida en el último año. La emoción del relato es contagiosa para el lector. La escritora británica ha sido capaz de elegir un tono narrativo verosimil, metiéndose en la cabeza de una granjera de apenas quince años que cuenta sus quehaceres diarios, sin cortapisas, de manera primitiva y llana, acorde con las normas de vida que rigen la vida de los campesinos de la Inglaterra decimonónica. El lenguaje utilizado en la novela por sí mismo es un personaje y, por tanto, el logro más destacable de la obra de Leyshon. La protagonista escribe como habla, directa al grano, despachándose a golpe de sentimientos. Dice lo que piensa y contesta con el corazón del candor de su inocencia y eso la hace acreedora de las simpatías de quienes le rodean. Mary recrea un universo hostil y frío que aparece y desaparece al compás de las estaciones tan presentes en la vida del campo.

Nell Leyshon

Del color de la leche es una narración lírica que atrapa por esa voz clara y potente de la joven Mary que solo sabe mirar de frente, capaz de conmovernos por la adversidad de su situación o por las lamentaciones que refiere, como: A veces tener memoria es una buena cosa, porque ahí está la historia de tu vida y sin ella no habría nada, pero otras veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber nunca y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza, siempre vuelven (Pág. 140). Un libro delicioso y emocionante, con un final desgarrador y sorprendente.

Nell Leyshon ha sido capaz de construir un personaje con una voz memorable, tan poderosa como seductora, que te impide dejar de leer el libro hasta rendirte al párrafo final.

En resumen: Del color de la leche es un relato de límpida naturalidad, a pesar del entorno cruel y miserable en el que se desarrolla, escrito con maestría y solvencia narrativa, que logra envolver al lector en un microcosmo palpitante de literatura con sabor a clásica, esa que, al final, deja al lector con la sensación de salir trastornado de sus páginas.



martes, 18 de marzo de 2014

Andar por la cuerda floja


Hace diecisiete años leí Muntaner, 38 de José A. Garriga Vela (Barcelona, 1954), una novela entrañable que rescata la dirección de la casa donde el autor vivió su infancia y en la que la figura del padre encarna el dolor y dignidad del bando de los vencidos. Garriga Vela, que nació un 20 de noviembre, cuenta en este libro cómo su padre le recordaba que había nacido en el día de todos los muertos: la fecha en la que murieron José A. Primo Rivera, Buenaventura Durruti y, veintiún años después, Franco... Con esta novela descubrí a un narrador magnífico y evocador que había logrado conmoverme.

El cuarto de las estrellas (Edit. Siruela), Premio de Novela Café Gijón 2013, es lo último publicado por el autor barcelonés y confirma que Garriga Vela sigue estando en estado de gracia. Con esta novela, el escritor catalán despliega una historia donde un hombre tiene un accidente fortuíto que le provoca un borrado total en la mente, exceptuando los episodios más remotos. Son tantas las evocaciones del pasado que brotan de su cabeza, que se traslada al lugar de su niñez para escribir una novela sobre todos esos recuerdos inusitados. El escenario del relato se situa en La Araña, un lugar opresivo y anodino ubicado en ninguna parte, según dice el narrador, pero que se sitúa cercano al mar y es archiconocido por su cementera asfixiante. Y es aquí, en este paraje extraño y gris, entre el mar y el polvo, donde el narrador se dedica a contar la historia familiar que envuelve un misterio bien guardado y que se desvelará después del giro de los acontecimientos venideros. La vida de la familia da un repentino vuelco cuando el padre resulta agraciado en el sorteo del premio gordo de la lotería de navidad en 1973, y emprende un viaje familiar a Nueva York, su ciudad añorada. En el transcurso del mismo, desvelará a su hijo un secreto que no puede guardar por más tiempo. De manera que esos secretos callados configuran la piedra angular del relato e irán tomando cuerpo conforme el narrador va removiendo las cenizas del pasado. La memoria, que se ocupa de ello, traerá ese pasado familiar, en ocasiones para recrear momentos hermosos y, otras veces, para ajustar cuentas pendientes. El relato, conforme avanza, se va transformando en una indagación sobre las extrañas historias sentimentales de la madre y su amante.

El cuarto de las estrellas es una historia melancólica y triste por donde transitan los asuntos que preocupan a Garriga Vela: la infancia, la familia, el presente, el azar y la muerte; temas fundamentales que le obsesionan y que sólo la ficción tiene ese poder de sacar a la luz lo que la intimidad, en la vida real, se reserva. “Sin memoria no somos nada”, dice el narrador de este libro, y es que el paso del tiempo es una obsesión que se acentúa con el devenir de los años, afirma el propio escritor en una reciente entrevista.


José A. Garriga Vela ha escrito un libro intimista, con un meritorio pulso narrativo, capaz de dar saltos en el tiempo y desvelar los secretos familiares, esos que andan por la cuerda floja del pasado más recóndito, valiéndose de la memoria y de la importancia que tiene en su narrativa la figura fundamental del padre.

El cuarto de las estrellas es una novela espléndida y hermosa que acredita la calidad literaria de su autor, un escritor que profesa el oficio como pocos, ése que exige la atención literaria del lector a cambio de recibir una buena historia como recompensa.


jueves, 13 de marzo de 2014

Cuentos de la edad madura


Leer a Sergi Pàmies (París, 1960) es un pasaporte para habitar un mundo cotidiano lleno de ironía y humor. Pàmies, articulista, traductor y crítico de televisión es un escritor polifacético que se siente a gusto en el relato breve y confiesa, de forma muy ingeniosa, que el cambio de su mundo narrativo al cuento sucede cuando llegaron sus hijos al hogar. La novela -afirma- es tan posesiva que absorbe al ciento por ciento, mientras que el cuento, que es más promiscuo, permite que el tiempo sea más elástico y, en caso de encallar en la resolución de una historia, pues comienzas con otra.

Canciones de amor y de lluvia (editorial Anagrama) es lo último que el barcelonés vierte al castellano. Se trata de 26 relatos que transitan por la vulnerabilidad y los quehaceres más absurdos de la edad madura en los que recoje muchos episodios de su autobiografía, como la muerte de su madre o la visita que hizo a Paul Auster en Nueva York. Esta incursión familiar ya la experimentó en su anterior libro, La bicicleta estática, donde testimonia la pérdida de su padre.

Los libros de relatos de Pàmies se leen rápido y dejan un regusto que invita irresistiblemente a una relectura, algo propio de todo buen relato. En Canciones de amor y de lluvia hay cuentos de temática variada: cuentos de amor y desamor, relatos de encuentros absurdos e historias de guerra rescatadas de las experiencias familiares del escritor catalán. Hay una melodía subyacente sobre el amor que se hace visible en, al menos, seís de estos breves relatos que, como en el cine, cuando chispea se abre el paraguas para acercar a los enamorados. El cuento Dos coches mal aparcados sostiene que el amor puede terminar en un pispás. Sin embargo, el titulado Nicho es un drama familiar autobiográfico que ocurre durante la Guerra Civil. En otro relato, Fu Manchú, se cuenta cómo unas mujeres republicanas entran en el cine a interrumpir la sesión. Con Bufanda, Sergi Pàmies hace un homenaje a su madre a modo de crónica de los últimos meses de su vida. Pero, sin duda, Última canción deslumbra con la historia de una pareja que se desinfla y derrumba, capaz de vivir de espaldas a una vida en común ya sin pálpitos.

Los cuentos de estas Canciones de amor y lluvia rezuman melancolía y acidez, sin dejar de ser refrescantes, gracias a esa escritura ágil e imaginativa donde no falta la parodia y la caricatura. Se percibe la visión agridulce que tiene Pàmies del mundo. Lo que si se constata es que Sergi Pàmies se encuentra en plena madurez creativa, capaz de atravesar cualquier frontera con su sesgo único, pues a pesar de la dureza recóndita de las historias del libro, nos depara alegría a los lectores con sus remedios: ironía ante el desencanto, esperanza sobre lo inútil y aceptación del mundo de manera discreta.



Con Canciones de amor y lluvia Pàmies se aúpa por méritos propios en el podio de los escritores españoles del género breve, gracias a su talento narrativo, de inimitable humor contenido y serio, que le confiere el don de ser un cuentista inclasificable, que hechiza y no se parece a nadie.

lunes, 10 de marzo de 2014

La memoria del cuerpo


Conocí a la escritora Marta Sanz (Madrid, 1967) en unas jornadas organizadas por la Fundación Caballero Bonald, en su sede en Jerez de la Frontera, hace dos años, bajo el título: Transgresores y heterodoxos de la literatura española. El congreso se dejó resentir debido a algunas ausencias notables, principalmente la protagonizada por el veterano heterodoxo Juan Goytisolo, el mayor de los transgresores que flanqueaba el cartel de invitados. Sin embargo, a pesar de lo accidentado del congreso, las intervenciones de Marta Sanz y José María Ridao sorprendieron al auditorio; fueron lo más sobresaliente que desfiló por la sala aquellos tres días, aparte de la dedicatoria del libro Black, Black, Black (una novela negra sobre la violencia en el seno familiar) que Marta me autografió con ese toque de intriga que requiere el género: Para J., esperando que haya subido con placer hasta el final de esta escalera...

He vuelto al cabo de un tiempo a leer un nuevo libro de Marta Sanz: Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013), nada que ver con asesinatos y, mucho menos, con la presencia del peculiar detective Zarco de la novela anterior. Catalina es Daniela Astor, y la caja negra, la seductora crónica del momento. La historia de Catalina es una proyección de las famosas del momento, una evasión para convertirse en Daniela Astor, la actriz imaginaria a semejanza de aquellas otras que se exhiben por revistas y programas televisivos. Un retrato de época que transita entre la historia íntima de su protagonista y la historia pública que sucede en la realidad. Con esta novela de iniciación, Sanz rememora la fascinación por las revistas del corazón dando vida a una muchacha de doce años que juega imaginariamente a ser actriz del destape en la España de 1978. La narradora, que tiene cincuenta años intercala episodios de su adolescencia para explicar su paso a la madurez y, de camino, contarnos la trayectoria de las musas de la Transición (como Susana Estrada, Amparo Muñoz, Maria José Cantudo o la indomable Bárbara Rey) y sus tristes declives.

Marta Sanz advierte de la importancia que tienen en nuestras vidas ilusas las apariencias que ofrecen la vida de los famosos en la formación de nuestra personalidad, que no hay nada inocuo en esas vidas ajenas que son noticias por todo y por nada, y que llevan una carga de intencionalidad que obedece a intereses determinados. Sanz combina el testimonio histórico con el análisis que propone el libro: concluir que los años del destape es la punta del iceberg que oculta la degradación del deseo sexual como sometimiento machista.

Daniela Astor y la caja negra es una narración amena e hipnótica, donde se conjuga la ficción con el documental, como si fueran dos estratos de la misma historia, una estructura atrevida que añade originalidad a la novela; una historia que habla de mujeres, pero en un escenario de dominio del hombre que transita por una metamorfosis política de innegables consecuencias.


Marta Sanz abre una herida no cicatrizada de nuestro reciente pasado con este libro lleno de crítica, violencia y ternura, que destaca por su gran desparpajo y brillantez. Un relato sugerente, original y revelador, que contrapone lo público y lo personal. Daniela Astor y la caja negra encaja perfectamente en esa literatura de emergencia que lleva un trasfondo de denuncia y ajuste de cuentas.

Tengo la sensación de haber leído una novela con fuerte hálito feminista, muy meritoria y oportuna en estos tiempos de retrocesos sociales, que desvela la importancia que tiene en la vida la memoria del cuerpo.

viernes, 7 de marzo de 2014

Back to the classics (2)


En noviembre del pasado año, incorporé al blog un resquicio sui géneris para destacar algunas publicaciones imprescindibles de clásicos inmortales, bajo el epígrafe Back to the classics, entre las diferentes entradas que configurarían esta bitácora de lecturas.

Nada mejor para celebrar el primer aniversario del nacimiento de El Fescambre que hacerlo con la propuesta que la editorial Sexto Piso lanzó, no hace mucho, de la novela Memorias del subsuelo, todo un hito de la literatura universal del genial Fiódor Dostoievski. Una apuesta digna de encomio, revitalizada con una reedición hermosa, gracias a las ilustraciones de Jorge González que dan al texto un toque de modernidad, sin olvidar recrear la atmósfera de esta historia de humillación que refleja el espíritu atormentado del escritor ruso. El propio sello editorial subraya, en una nota previa, que la edición de la obra nace de la vieja traducción de Rafael Cansinos Assens, de 1935, conservándose los arcaismos y modismos que el escritor sevillano introdujo deliberadamente para acercarnos a la época del autor.

Memorias del subsuelo fue el primer libro que leí de Dostoievski en mi juventud, y tanto me persuadió aquella lectura que fue el preludio de las siguientes, como Crimen y Castigo y Los hermanos Karamazov, dos novelones que contrastan con esta obra breve que nos ocupa.

Cuando el libro apareció, allá por el año 1864, Dostoievski se hallaba sumergido en una crisis existencial que le hizo mucha mella: la muerte reciente de su mujer y su hermano, el acoso de sus acreedores, la persecución zarista por sus artículos de prensa... Pero fue su adicción al juego lo que le arrojó irremediablemente al precipicio. De manera que con estos antecedentes, Memorias del subsuelo es la consecuencia de un hombre de alma en pena que conjura con la escritura el exorcismo de sus propios demonios.

Esta nueva relectura me ha servido para constatar que, a pesar del tiempo transcurrido, he podido reconocer el desasosiego de ese narrador tan ofendido y humillado. Memorias del subsuelo es un relato conmovedor e irrepetible, una novela que arranca como saben hacerlo esas historias que atrapan al incauto lector en las primera líneas:

Soy un enfermo... Soy malo. No tengo nada de simpático. Creo estar enfermo del hígado, aunque, después de todo, no entiendo de eso, ni sé a punto fijo, dónde tengo el mal. No me cuido ni nunca me he cuidado...”

Lo terrible del narrador de estas memorias es que, a pesar del desprecio que profesa a todo ese catálogo de personas despreciables que se topan con él por la calle, al final, los envidia, sin importarle cambiarse por ellos, aunque solo fuera un día; eso sería mejor que soportarse en esa lucha letal que lleva consigo mismo.




Escrita por una voz amarga, Memorias del subsuelo es la historia de un hombre colectivo al que el propio Dostoievski le concede indulgencia cuando afirma que sería injusto echar sobre él toda la culpa, puesto que: Sólo una cosa necesita el hombre: querer con independencia... cualquiera que fueren las consecuencias..., después de todo, el diablo sabrá lo que el hombre desea... (pág. 50).

En síntesis: Memorias del subsuelo es un libro intemporal, imprescindible de (re)leer, una obra magistral habitada por un antihéroe empeñado en emborronarlo todo y que, con esta cuidada edición de Sexto Piso, añade un plus de belleza a su inmortalidad.


martes, 4 de marzo de 2014

Dios no siempre provee


Cuando lo vi en la mesa de novedades, me lo llevé a casa. Conocía al escritor colombiano por la única novela que leí de su autoría: Los ejércitos (2007), una historia de violencia y desapariciones en la que Evelio Rosero (Bogotá, 1958) explora la barbarie y el estado de indefensión en que se encuentran los habitantes de un pueblo tomado por las armas. Pero es que, además, el título de la nueva publicación me atraía sobremanera: Plegaria por un papa envenenado (Edit. Tusquets). De manera que el buen recuerdo de Los ejércitos y mi interés por la historia de Albino Luciani, el fugaz y malogrado papa Juan Pablo I, me espolearon a sumergirme en las insidias vaticanas alrededor de la muerte del pontífice.

Rosero muestra a Luciani como el cura sencillo de la más humilde parroquia. Un hombre piadoso, atareado en ayudar a los pobres, acostumbrado a las pequeñas cosas y entregado a la lectura y al silencio. Pero aquel fatídico día de septiembre de 1978, Albino Luciani fue encontrado muerto por Sor Vicenza, a los 66 años de edad, solo treinta y tres días después de su nombramiento como papa. La trama secreta de este fatal desenlace es recreada por el narrador mediante un artefacto literario que recuerda a la técnica del teatro clásico griego: un coro de viejas prostitutas de Venecia se dirije al protagonista de la historia y le airea el devenir de su tragedia.

Plegaria por un papa envenenado es un alegato en el que se plasma cómo toda la filosofía de un nuevo papa, resumida en un pontificado de humildad, se rebelará contra los intereses oscuros de algunos miembros de la curia romana que manejaban los fondos de la todapoderosa Banca Vaticana. Evelio Rosero monta una evocación literaria sobre las intrigas del Vaticano y le da crédito a Luciani por haberse mantenido firme y dispuesto a atajar los tejemanejes financieros que se producían en el seno de su iglesia infectada de dólares procedentes de la mafia.

Esto es en sí el escenario de la novela y el enfoque argumental que encierra. Sin embargo, los recursos utilizados por el autor, como la fragmentación temporal o el uso anteriormente nombrado del coro de las viejas venecianas que vocifera y modifica la línea argumental del narrador, no parecen que aunen la fuerza narrativa que demanda la historia, más bien la inhabilitan. Pero lo que realmente se echa en falta es la veracidad de los personajes que aparecen: Luciani habla en un lenguaje poco concreto, es como un eco del propio narrador, y no digamos de su antagonista, el cardenal Marcinkus, que solo se deja ver como un malvado por referencias, pero ni actúa ni tiene voz propia. Y podíamos seguir con el resto de los personajes que apenas tienen apariciones en la fabulación de la historia.



Lo que parecía un asunto con bastante munición para desplegar una trama narrativa sustanciosa, el escritor abandona esa ambición y nos ofrece un documental más cercano al género periodístico que a la ficción; nada añade o modifica a lo que se sabía.

Plegaria por un papa envenenado es una novela caduca que pasa más bien por una necrológica extensa que viene a decirnos que, incluso tratándose de obituarios, dios no siempre provee al escritor desarmado.