Desde
que leí El desorden de tu nombre (1988), hasta la
publicación de sus Articuentos completos (2011),
Juan José Millás (Valencia, 1946) siempre ha tenido
presencia en mis lecturas. Leer a Millás es prepararte a
entrar en otro mundo, en una especie de gabinete donde se
psicoanaliza la palabra o se disecciona la lengua, como las entrañas
en la mesa de un quirófano. Millás tiene la habilidad de
pasar de cirujano a prestidigitador del lenguaje, capaz de sorprenderte
con un número jamás visto, a base de juntar palabras para contar
historias de la vida cotidiana, porque para el escritor levantino no
hay nada más recurrente para escribir una historia que despojar a la
realidad de sus vestidos corrientes, las palabras, y exhibir los
otros significados que guardan.
A
Juan José Millás le gusta ejercer de periodista narrativo y
convertir su columna de reportero en microrrelatos de actualidad, y
cuando se empeña en la ficción, su tarea de novelista transita
entre un extraño reportaje y una rara novela. La conexión de estos
ámbitos es lo que parece haber surgido con mayor intensidad en su
última novela, La mujer loca (Seix Barral, 2014), un
libro curioso y extravagante donde la realidad y la ficción alternan
su corriente narrativa para jugar con el lector.
Con
esta propuesta literaria, el autor valenciano entra en el terreno de
la experiencia de la fabulación que tantas veces nos ocurre al yo
que llevamos dentro y que no para de invertarse situaciones. Todos
nos narramos en silencio, viene a decirnos Millás, y a veces
como protagonistas de historias inverosímiles, pero reales como la
vida misma. En La mujer loca nos encontramos a tres
Millás: el autor, el personaje y el narrador. Esta trinidad
literaria se conjuga para que el creador y su obra nos hable de ese
espejismo que hay entre lo verdadero y falso por donde transcurre
nuestra vida común. Esto es algo consustancial a su escritura y es
que las novelas de Millás, si tiene algo propio e
inconfundible, no es otra cosa que el desdoblamiento de sus
personajes. La protagonista de La mujer loca es una
pescadera de un hipermercado que estudia lengua, anda enamorada del
encargado de la gran superficie (filólogo sin ejercicio) y que,
también, cuida de una mujer que espera que le apliquen la eutanasia.
Millás, el personaje, acude a visitar a esta enferma terminal
para escribir un reportaje y allí conoce a Julia, la
pescadera, que le llevará a la frontera de la ficción y
transformará su proyecto periodístico en novela, hasta el punto de
empujar al lector a unos inciertos coloquios filológicos que, además
de divertirnos, nos conduce al terreno que Millás, el
escritor, quiere llevarnos, valiéndose de la herramienta más
preciada, la lengua: ...la lengua vuelve locos a los que descubren
que es como manosear a la madre, por eso hay tanto loco entre poetas,
tanto borracho, tanto cocainómano, tanto maldito, tanto pobre
hombre. Volvió loco a Verlaine, a Rimbaud, a Poe y vuelve locos a
quienes, sin escribir, revelan sus secretos... Y el loco, según
creencia general, no informa, deforma (Pág. 212,213).
La
vuelta de Millás a la novela con esta historia viene a
situarnos en el vértice de una encrucijada donde el propio lector
tendrá que decidir qué hay de verdadero y falso en el relato. Eso
es lo que pretende el mismo autor de La soledad era esto (Premio Nadal, 1990),
dejarnos a la deriva del lenguaje con la advertencia y el ojo avisor
de que el lenguaje no está en nuestra mano, sino nosotros en la
suya (pág. 186).
La
mujer loca es un libro divertido y reflexivo, surrealista y
transgresor, que seduce por la incertidumbre de la trama y la manera
de contar la historia del secreto de sus personajes, a modo de taller
de escritura, desmenuzando la frase, los sustantivos, la discutible
compañía del adjetivo o la importancia de la conjugación
heteróclita...
Juan
José Millás trastoca la realidad del lenguaje para embaucarnos
y mostrarnos los otros significados de la gramática de la vida, esa
que juega con las palabras y los silencios de nuestra fútil
existencia.