Con
algunos libros tiene uno la sensación de haber tocado suelo y techo.
El equilibrista es uno de esos libros, donde se siente
esa volumetría delimitada que consigue despertar perplejidad. Hojeé
este pequeño volumen de aforismos y microensayos en mi librería
habitual, hace unos días, y decidí comprarlo, al tiempo que
recordaba el elogio encendido que Savater hacía de esta obra
de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) hace dos años, o quizá más, en su
columna periodística de El País. Esa misma tarde empecé a
leerlo con fervor, sin dejar de subrayar hallazgos y destellos
conforme avanzaba en la prometedora lectura; y es que este género de
lo escueto me predispone de una manera inusitada. Me encanta
descubrir los pequeños tesoros que brotan entre las páginas de un
libro dedicado al género corto de la sentencia, que obliga a leer
con sosiego y es capaz de arrancarte una mueca sardónica con la chispa de un
alumbramiento.
Neuman
es un portento literario que no para de crecer, poseedor de una
retórica brillante, acorde a su inteligencia natural. Había
escuchado al autor argentino en tertulias, presentaciones de libros y
entrevistas y os aseguro que es soberbio. Cuando lo escuchas sabes
que estás ante un literato impresionante, pese a su juventud. Hace
más de una década que lo descubrí con su primera novela, Bariloche
(1999) que escribió con tan solo veintidos años. A partir de ahí
seguí interesandome por su poesía, cuentos y microrrelatos, que
llegaron como epifanías a traerme la buena nueva de este granadino
adoptado al que profeso admiración.
El
equilibrista es el primer volumen de esayo de Andrés
Neuman, y propone un itinerario por la vida cotidiana y sus
vicisitudes, además de adentrarse en la estética, el arte y la
literatura. El autor de Hacerse el muerto nos incorpora
al mundo de las paradojas con sutileza y tino. El libro contiene en
la parte final una serie de microensayos que sopesan asuntos propios
del lenguaje literario, así como de los distintos tipos de lectores
existentes, hasta aterrizar en el realismo y en la estética
posmoderna. La escritura de esta pequeña joya literaria se sustancia
en el carácter vitalista y enérgico de los chispazos de sus
aforismos, como evidencian estas muestras escogidas:
El
alma es un laboratorio.
Mucho
más que nuestras opiniones, nos delatan nuestras conjeturas.
El
tiempo no se ahorra: se ordena o desordena.
No
confundir la moral con quienes la defienden.
Cada
muerte es una lección de vida.
Terminar
una obra es una proeza. La única mayor es empezarla.
Tras
el estudio, algo incluso más lento: desaprender.
Hay
má literatura en la vida de cualquier lector que en las lecturas de
cualquier vida.
El
cuento es un dardo. La novela, un radar.
Neuman
ya había mostrado su veneración por los géneros concisos
publicando libros de microrrelatos y haikus. Para él, la literatura
es como un umbral que cruzar o un lugar de residencia, pero -advierte
el porteño- “nuestro interior es el lugar que alberga las
dependencias más inexploradas”. Le encanta definirse más que como
un buen escritor, un buen corrector de lo que escribe mal.
El
equilibrista, en suma, es una colección de sentencias
reflexivas y agudas que destilan precisión, a través de las cuales,
Neuman transita por la vida, sus costumbres y, sobre todo, la
literatura, esa gran sede verbal de la imaginación del hombre, capaz
de aventurarse al funambulismo del lenguaje y a la emoción del
riesgo.