miércoles, 23 de agosto de 2023

Cuando el cuerpo y la lectura se funden


Los libros se leen individualmente. Aunque haya un lector o haya un millón, siempre hay un libro y un lector, como dice Paul Auster. Es una relación vis a vis en la que el autor y el lector colaboran juntos, mientras que este último lo consienta. Y así ha de ser, porque en ese punto de encuentro en el que dos extraños pueden conocerse y reunirse en términos de igualdad, lo que lo hace posible es el interés de quien lo propicia, que no es otro que la voluntad del lector. Por eso, abrir un libro tiene mucho que ver con adentrarse en un mundo simbólico dispuesto a ser reinterpretado. En toda esta liturgia, no importa tanto lo que se encuentre en sus páginas, sino lo que estas signifiquen para quien las lee.

A todo esto, viene a decirnos la escritora Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), en su ensayo Leer mata (La Caja Books, 2022), que leer no consiste solamente en una actividad de mera interpretación sino, sobre todo y fundamentalmente, de cambio y transformación. Y en este sentido, subraya que “leer es entregarse a los designios del otro”. Acude también a resaltar lo que Roberto Calasso señala al respecto: «Toda lectura deja una marca». Una marca que vislumbra el sentir de lo leído. Esta idea se proyecta a lo largo de todo el libro. Lo mismo que esta otra que la autora mantiene, la de que nada en la vida parece que pueda leerse de una sola manera, igual que las interpretaciones de un mismo hecho parecen ser múltiples, tantas como puntos de vista sobre cualquier hecho.

En Leer mata, Luna Miguel se ramifica en diferentes tipos de lectoras. Toman protagonismo aquí con los nombres que las definen: Bulímica, Enfermiza, Sumisa, Somática y Amorosa. Cada una de ellas encarna una identidad que encaja en esa idea universal que sostiene que “la historia de la literatura es la historia de la lectura”. Cada una de estas lectoras ponen voz a su manera de leer y conectar emocionalmente con las historias. Todas, a su forma, conectan con la historia de alguien, con el deseo de conocerlo todo y, de paso, dar sentido al mundo y a las propias experiencias. En ese discurrir de voces, hay un propósito afilado de resaltar que leer es darse cuenta de que no estamos solos, de que los libros son un mundo de experiencias autosuficiente.

En toda esta exposición de voces lectoras, Luna Miguel trata de reconocer que la lectura nos permite percibir con equidistancia el juego de las representaciones en el escenario de la vida, haciendo valer, como sostiene Savater, que «algunos habitamos la tierra como lectores y que todo el resto de lo que hacemos es una consecuencia de haber leído o un pretexto para seguir leyendo», como si el menester de vivir se supeditara a la ocasión de leer. Tal vez aquí se constate de que el que valga para leer, leerá, y lo seguirá haciendo, por nada y por todo, sin objetivo concreto y con placer, como respirar, como quien se complace con un trago de whisky o se recrea en una puesta de sol.

Estas páginas dejan ver citas curiosas que hablan de libros y de autores, como bien dice la propia autora: “odiados, amados, ojeados, releídos, abandonados, plagiados, subrayados, heredados y consultados”, que hablan de lecturas y de sus ritos, de lo que hay de conjuro y brujería en el acto de leer, y hasta entre coito y coito. Insiste en que los libros son y han de ser muchos más, porque el acto de leer, como el acto sexual, puede llevarse siempre a cabo, en busca de muy diversas recompensas personales, como el deseo espontáneo de “quedarse del lado del que respira con el fin de conspirar lecturas en común”.


Por aquí transita todo un sesgo narrativo en el que el cuerpo y la lectura se funden y se desdoblan en un vuelo que nos hace cómplices de sentirnos lectores sucesivos y entregarnos a los designios de que leer sobre leer tiene su misterio y plegaria: “La lectura sobre la lectura no tiene un final. Se trata de una escritura sobre algo tangible, sobre un acto sencillísimo: poner los ojos sobre el papel e ir pasando páginas; pero al mismo tiempo esa sencillez esconde una sucesión de pensamientos, de mundos y de laberintos que llevan a apropiarse de otras vidas”.

Hay libros que se leen de una sentada, sin importar su género. Este ensayo literario de Luna Miguel lo consigue con mucho desparpajo, mediante un texto apasionado y audaz que engancha sobremanera, un librito jugoso que encandila y que anima a que sigamos leyendo: “Será porque leer nos mata que al cerrar un libro renacemos”.