martes, 28 de septiembre de 2021

Escenas de la vida



Dicen que a los poetas solo los leen los poetas, pero hay gente fuera de ese ámbito que también se siente atraída por el poder seductor de la poesía, por su musicalidad, por la cercanía a un ajuste de cuentas con la realidad, por probar encontrar una cierta hospitalidad en las palabras del poeta, como si descubriéramos que en lo entredicho del poema hubiera algo nuestro o se acercara a nuestras inmediaciones. Por eso a muchos no nos importa reconocer que, aun teniendo una vida más prosaica, participamos también de ese proceso de creación y ejercicio de conciencia que tiene la poesía por el puro placer de leer. Es la paradoja de merodear por la casa de otro, como huésped curioso.

Confieso que, aun siendo mayormente un lector de prosa, mantengo algunos lazos estrechos con la poesía de un escogido y limitado número de autores que confluyen en ese sentido de la hospitalidad que busco, realista, o, mejor dicho, a ras de suelo. En ese rango, la poesía de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) tiene una presencia continuada en el tiempo, su forma se ajusta con inusitada facilidad a ese modelo de poeta realista, de verso claro y desnudo que invita a mirar y a sacar nuestras propias conclusiones, una poesía que habla de las cosas importantes de la vida, en un tono de confidencia que denota inmediatez y cercanía.

En El escenario (Visor, 2021), su nuevo poemario, Karmelo viene a confirmar una vez más que su poesía es comedida, que necesita pocas palabras para expresar su relación con el mundo y consigo mismo. Viene a decirnos también que en la nostalgia y en los sentimientos temporales duermen los recuerdos y las metáforas más importantes de la vida, las vivencias realmente sustanciales del día a día: Me acerco a un mundo / en el que mis recuerdos / no van a tener dónde ocurrir. Por eso mismo le interesa tanto el tiempo y su devenir, porque todo está hecho de material de tiempo. Aunque deja claro, como en estos otros versos del mismo poemario, que las cosas siguen igual y nos hablan, que somos nosotros quienes cambiamos: Las cosas están ahí para servirnos, / y son felices haciéndolo. / Pero también nos observan. / Algunas seguirán aquí / cuando no estemos, / y hablarán de nosotros.

La poesía de Karmelo es el pálpito de un tiempo, de un trayecto y de una vida que sucede cada día. Es un poeta fácil de entender, porque es capaz de describir la complejidad de la existencia con palabras sencillas, de las que usamos todos los días: Mi poesía/ y yo/ nos parecemos tanto/ que hay gente que nos confunde. Pero, a su vez, también es difícil, porque sabe cómo infiltrar esas palabras en la conciencia del lector, cómo persuadirle hacia la pesadumbre del tiempo, de la nostalgia y del descreimiento: Los amigos / pueden ser un bálsamo / durante un tiempo, / pero la vida / acaba con ellos: / al final / siempre resulta que no lo eran tanto. La poesía de Karmelo, seca y desnuda, desprovista de solemnidad y retórica, es la voz íntegra de un paseante, de una flâneur de Donosti que ciñe sus pasos hacia el crepúsculo del mar, que se sostiene por las aceras y encuentra consuelo en la mesa de un bar mirando mientras toma un café.

Sus ochenta y cuatro poemas no aparentan saber más del mundo de lo que en realidad sabe el poeta, más bien emiten algo personal sobre las complicaciones de la vida, a través de un recuerdo, un paisaje, un escenario: los parques, el paseo marítimo, la noche, las calles de su ciudad, las aceras, un gorrión, un mirlo o una gaviota, la lluvia y el bar. Sus temas giran en torno a la soledad, el amor, el deseo, el desamor, la infancia, la condición urbana, el paso del tiempo, la muerte. Todo ello desde la perspectiva de un paseante ya más viejo, con visión escéptica e irónica de la vida, que escribe en papel o de memoria en el reducto y mirador de la mesa de un bar, consciente de que la vida nos es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa.

La jerarquía de la poesía de Karmelo se circunscribe a la observación y a la experiencia de su propio protagonismo pensante, capaz de ver las cosas y desmenuzarlas con esa claridad real que supone vivirlas personalmente como poeta autobiográfico: Cruzar un puente / sirve para llegar al otro lado, / pero mientras lo haces suceden otras cosas. Dice en otro poema que con su poesía no sabe bien lo que pueda pasar: que va a su ritmo, a su aire,/ y que, al igual que la vida,/ tiene sus propios planes. Y en otro poema de título A jornada completa refiere cómo llega y se comporta en él la poesía: Tiene algo de tirana / y de ama de llaves estricta. / Algo también de amante en celo.


El escenario, como bien dice Pablo Macías en la contraportada del libro, “es un libro de ausencias, y de unas pocas –aunque innegociables– certezas”. Dentro de su habitáculo encontramos a un sujeto poético que camina a la intemperie por las calles de su ciudad bajo el paraguas de su monólogo interior intimista, alejado de abstracción y propenso a utilizar la ironía como fórmula de escurrir lo que incordia. Todos los poemas discurren por el ahora y lo inmediato, como forma de presentarse y de estar. Y lo más significativo, propio de su firma, es que en ese acontecer diario se replican cada uno de ellos en clave emocional, para dejar ver las preocupaciones, temores, confidencias, paradojas y deseos de un tipo descreído, de un poeta cercano, sobrio y sagaz que se llama Karmelo C. Iribarren, que emociona y conmueve, capaz de convertir en poema cualquier detalle mínimo que sucede en las entrañas de su ciudad, un maestro del detalle y de la concisión.


viernes, 24 de septiembre de 2021

Un escenario maldito


“Había oído hablar mucho de D’Annunzio antes de llegar a Italia. Por entonces se vertían todo tipo de opiniones sobre él: desde que era un genio insatisfecho y ególatra a que era el mejor escritor de principios de siglo. También se decía que era un nacionalista o un militarista demente. Sin duda era el personaje más complejo que había dado su patria en generaciones y representaba bien el deseo de recobrar en el terreno de las armas el empaque que habían forjado otras naciones mayores...”

El narrador de Fiume (Pre-Textos, 2021) condensa en este párrafo, que el lector encontrará en las primeras páginas del libro, el motivo que le induce a fijar la pericia de su relato sobre este personaje y lo que derivaría después. Su autor, Fernando Clemot (Barcelona, 1970) que ha publicado varios libros de cuentos entre los que destacan Estancos del Chiado (2009), con el que fue galardonado con el Premio Setenil, y La lengua de los ahogados (2016), dirige la revista Quimera, y también ha editado un interesante ensayo sobre narrativa creativa titulado Cómo armar y desarmar un relato (2014). En esta ambiciosa e intensa novela de ahora, indaga la historia convulsa de la fundación del Estado de Fiume en 1919, un escenario auspiciado por el escritor Gabriele D’Annunzio con tan solo doscientos voluntarios, que concita a una reflexión necesaria sobre el discurso enardecido, sus consignas, alcance y consecuencias del fascismo.

Estructurada en nueve capítulos, la figura de D’Annunzio alternará con pasajes de la propia vida del narrador protagonista que nos contará su experiencia y su realidad de ahora. Remarcará sin tibieza que lo que surgió de aquella impronta patriótica se convertiría, inevitablemente, en un movimiento reaccionario sin precedentes que buscaba la imitación gloriosa del pasado, pero que, a su vez, luchaba contra el fracaso de las políticas del presente. Il Vate, como se le conocía en su época, así como los primeros teóricos del fascismo, aprovecharon el desencanto popular del momento para dotarlo de una pátina fuerte y atractiva para sumar y seducir a una importante masa de la población que pedía algo nuevo y diferente a la realidad circundante.

El narrador, Tristram Vedder, es un periodista norteamericano ya retirado, un hombre escéptico y nada engreído, con mucho mundo visto, que regresa al escenario de treinta años antes para desempolvarnos aquel movimiento que despertó tanto interés internacional, y que a él le fascinó en sus inicios, pero del que acabó horrorizado por sus fechorías, excesos y fanatismo. Clemot toma como narrador a un hombre de otro continente y cultura. Con esta elección, poniendo además la distancia necesaria del tiempo, consigue, y eso es uno de los logros destacados del libro, reportar un juicio ajustado y una mirada más valiosa con la que mostrarnos mejor el relato de lo que verdaderamente sucedió en aquella ciudad de la costa croata.

Por otro lado, la novela contiene en sí misma un paisaje emocional en el que se mira Tristam, un hombre que en su madurez tardía se halla envuelto en un laberinto de nostalgia en el que el dolor se rememora. La compañía de Cynthia, su mujer, ya no parece satisfacerle, el amor presenta ya costuras de desgaste. A esto se añade el escenario en decadencia por el que ambos pasean juntos, y a pesar de la belleza de una Italia que siempre expresa la hermosura de su luz y su clasicismo, sus sombras se proyectan dentro de él. Aflora, por tanto, el vacío familiar ocasionado por la muerte de su hijo en la campaña de Italia de la Segunda Guerra Mundial, motivo de su regreso allí para conocer el lugar donde perdió la vida. Todo esto hace que la novela sea en realidad una vuelta al pasado, pero, a su vez, un paseo sentimental por el tiempo, el amor y la pérdida.

El hilo narrativo intercala los tiempos de la acción conforme se presta al capricho de la memoria. Hay pasajes contundentes en la novela, escenas indelebles, así como recuerdos vividos. Destaca entre otros el retrato de un D'Annunzio teatral y engreído, los caballos muertos en el frente bélico del Somme, el ambiente de celebración en las calles de Fiume, pero también el aire amenazador se deja notar en el transcurso de los acontecimientos. Momentos frenéticos contados con detalle y chispa poética, un ardid narrativo en el que se funde el dramatismo vertiginoso con la belleza descriptiva de la ciudad, como si todo lo antiguo tuviese las horas contadas.


Las descripciones, por tanto, y la forma de narrarnos lo que pasó, así como nos va situando en aquel lugar histórico es tan verosímil que reverbera el buen trabajo de documentación que el autor ha sido capaz de reunir y clasificar para contarlo con esa cercanía que otorga el relato en primera persona y darnos a conocer la vulnerabilidad del ser humano, la capacidad manipuladora que tiene el poder para manejarnos a su antojo, para arrastrarnos, aunque nos consideremos meros espectadores, como Tristam Vedder.

Fiume es una novela sólida y bien escrita, comprometida, no solo con la historia, sino con la técnica para contarla con efectividad a través de una voz narrativa potente y portadora de un doble viaje por el tiempo y la memoria personal de su protagonista. Creo, además, que existe una ética en su lectura, como indagación hacia dónde vamos, un compromiso que es tanto político como privado, que tiene también que ver con el sentido de pasar sus páginas y seguir sus renglones. Igual que creo que, más allá de las intenciones del autor y más allá de las esperanzas del lector, un buen libro, como le ocurre a este, puede lograr acercarnos a una mejor perspectiva de la historia conjugando con eficacia la verdad literaria que lo impulsa.


domingo, 19 de septiembre de 2021

La vida en rosa


La vida entera es un experimento. De ahí a que, la realidad, como no se cansaba de recordarnos Nabokov, es la única palabra que no quiere decir nada si no va entrecomillada. Por eso mismo, lo que el biógrafo debe ofrecer al lector para encandilarlo no es más que tener la habilidad de persuadirlo sobre lo que el narrador intenta, lo más honestamente posible: llegar al fondo de la vida de alguien, al fondo de una experiencia dada. Un libro biográfico es, al fin y al cabo, un relato tomado de la vida.

Harry y Caresse Crosby, una joven y rica pareja norteamericana de principios del siglo XX, nacida en Boston y Nueva York respectivamente, estaban predestinados a llevar una existencia convulsa y arrolladora en la que la vida nocturna, el dinero, la libertad sexual y la pasión por las letras conformarían la razón de su forma de ser. La vida, en sí misma, iba a consistir en lo que ambos pensaban hacer en cada momento del día. Además, eran conscientes, cada uno a su manera, de que, si no se interesaran tanto en sí mismos, la vida se volvería poco interesante, y no la soportarían. A veces, incluso, debían perderse para encontrarse.

El libro Black Sun (Fórcola, 2021) de la periodista y novelista francesa Dominique de Saint Pern (1950), autora también de la biografía novelada sobre Karen Blixen, contiene todos los entresijos de la vida apasionada, salvaje y extravagante de esta singular pareja bon vivant. La obra arranca con una cita del poeta y amigo de ambos personajes, Hart Crane, que viene a constatar el ámbito y modo de vida con el que se identificaban Caresse y Harry, dos seductores imparables y hábiles anfitriones: “Cenas, fiestas, poetas, millonarios lunáticos, pintores, traducciones, langostas, ausenta, música, paseos, ostras, jerez, aspirina, cuadros, herederas sálicas, editores, libros, marineros. ¡Tantísimos!”

La obra de esta edición, bajo la traducción de Gabriela Torregrosa, contiene además un impecable prólogo a cargo del escritor Jordi Doce, un pórtico que resume muy bien aquellos apasionantes años veinte de París que, para el bien de las artes, convocó, valiéndose de la música y el espectáculo a una buena cantidad de gente variopinta, mucha de ella proveniente de Nueva York y Boston. A la capital francesa arribaron jóvenes americanos, muchos de buenas familias, con aire de idealismo triunfalista. Como bien subraya el prologuista, “esta biografía de los Crosby se titula, con un guiño a Hemingway, Black Sun. Cuando editar era una fiesta”. Por otro lado, también hay una parte importante del libro dedicado a la tarea obstinada y fascinante que llevaron ambos protagonistas para la creación y puesta en marcha de su sello editorial, su logro más destacado y perdurable.

El lector se va a encontrar en estas páginas con una abundante crónica social de la época, muy dinámica y con muchos personajes, artistas la mayoría de ellos, pero también aparecen diplomáticos, abogados y financieros de la élite americana, así como pintores, escritores anglosajones y editores afincados en París. Los Crosby entendieron que la capital francesa era un centro artístico mundial donde recalaban artistas de todas las latitudes, y allí tenían que estar ellos para edificar sus sueños.

Previo al devenir trágico de Harry que ya se anticipa en la introducción del libro, la autora nos cuenta pasajes familiares de su infancia y juventud, y de cómo se alistó, sin el consentimiento de sus padres, al ejército para combatir en la Gran Guerra europea, tal vez impulsado, no solo por un arrebato juvenil heroico, sino quizá para dar satisfacción a su admirado tío y padrino Jack Pierpont Morgan, el banquero más poderoso de toda América, fiel partidario de que EE.UU. entrara en guerra para pararles los pies a Alemania. Tío que intervino para que su sobrino no estuviera en primera línea de fuego. Harry fue adscrito al Destacamento de ambulancias.


Llegado el armisticio, Harry regresa a América y se matricula en Harvard. Más tarde conoce a Polly Peabody, mujer casada y con dos hijos, que se convertiría, después de divorciarse, en Caresse Crosby, su legítima esposa. Al poco tiempo Harry trabajaría en Boston en la Banca Morgan. Pero lo que ambos perseguirían con tenacidad y orgullo, su afán literario: la poesía y la edición, algo que llegaría rodeado de infidelidades y de licencias extra matrimoniales. Compartirían salón y compañía en París con Silvia Beach, Peggy Guggenheim, Maurice Sachs, Man Ray, Picaso o Gertrude Stein. Su sello editorial, Black Sun, se convertiría en un referente elitista de la época, de culto para coleccionistas. Allí se publicarán libros en edición limitada de autores de la talla de Oscar Wilde, Marcel Proust, D. H. Lawrence o James Joyce.

Black Sun es una biografía impresionante e intensa, que se deja leer a velocidad de vértigo, acorde con el ritmo de vida de sus dos protagonistas, seres dispuestos a vivir a tope su hedonismo, hasta sus últimas consecuencias. Este es un texto bien armado que enseña el ayer de una época como si de otro hoy se tratara, especialmente, en esa manera de acercarnos a una pareja espléndida y emprendedora que convirtió su andanza literaria en una extensión de la propia vida.


jueves, 9 de septiembre de 2021

Libros, vida y lecturas


Dice Roberto Calasso, al que echamos tanto de menos, en Cómo ordenar una biblioteca, último libro publicado antes de que nos dejara el pasado mes de julio, que respecto a este asunto de ordenamiento y disposición de los libros “el orden perfecto es imposible, sencillamente porque existe la entropía. Pero sin orden no se puede vivir. Con los libros, como con todo lo demás, es necesario encontrar un término medio entre esas dos afirmaciones”. Según él, quien procura ordenar su biblioteca debe reconocer y, quizá, transformar el mapa mental de sus preferencias y pasiones, enfrentándose a sorpresas y, desde luego, sin esperar soluciones definitivas.

El protagonista de la novela de El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021) del poeta y crítico literario Juan Marqués (Zaragoza, 1980) anda inmerso en estos asuntos, eso sí, pero se en cuentra muy lejos de establecer un método de clasificación universal. Se ocupa en ofrecer un servicio personalizado de asesoramiento y búsqueda de libros a la medida de la visión íntima y gusto personal de quien lo contrate para completar y mejorar su biblioteca. Depende, por tanto, de clientes antojadizos dispuestos a descubrir libros cuya existencia no sospechaban y libros deseados que no se dejaban encontrar. Él es alguien consciente de su rol, que sabe que la aspiración de todo amante de los libros no es otra que seguir un hilo o muchos a la vez, de manera que desaten y prolonguen caprichosa e ininterrumpidamente su biblioteca en marcha. Sabe que pocos objetos como el libro despiertan tal sentimiento de absoluta propiedad. Igual que sabe que toda biblioteca es autobiográfica.

Es más, este es un libro en el que su autor se sumerge por primera vez en una novela experimental sobre algo que le fascina, es decir, los libros y su lectura, para centrarse en la vida de otro, sospechosamente parecido a él, alguien que va a cumplir cuarenta años y denota un cimbreo existencial en su interior, un estado de crisis que viene a confluir con su vocación libresca y su sentido práctico de satisfacer lo que la vida en ocasiones le niega o dificulta. Su protagonista condensa cavilaciones y conjeturas sobre el sentido de su vida, aunque el placer de leer sigue palpitando en él. Solo parece extraviado, con cierta sensación de abatimiento y preocupado por entenderse a sí mismo. No tiene intención de dejar a un lado sus andanzas alrededor de los libros, eso parece irrenunciable y, encima, es su sostén de vida.

Durante ese período de constante interferencia entre su tarea y su estado de ánimo, su precaria economía se agravará por su reciente divorcio. Además, se verá obligado a ajustar sus ingresos para seguir atendiendo a sus hijos. En medio de este sumidero de prioridades aparecerá en su vida un personaje con el que mantendrá una relación de encuentros y diálogos, una suerte de consuelo que lo pondrá en la senda de conocer a un buen puñado de seres estrafalarios, un escaparate de letraheridos con los que, inexplicablemente, sin salir del ámbito de la literatura, encontrará esparcimiento y, al mismo tiempo, interés por su trabajo. Este enigmático personaje le ayudará a rescatar la ilusión perdida y a apaciguar su melancolía, le hará sentirse un espectador de su propia vida. Bajo esta premisa: “Todas las cosas que suceden tienen una explicación sencilla, si se acierta a vislumbrar cómo se comporta la realidad”.

A lo largo de la novela, la parodia del tiempo está muy presente, al igual que la defensa de la libertad. Nos encontramos con un buen puñado de reflexiones provenientes de estos encuentros con los demás personajes que reavivan la laxitud de nuestro protagonista, un tipo, por otra parte, ávido de libertad, que viaja de aquí para allá, que va desde Toulouse a su Zaragoza natal o de Cádiz a Grenoble, sin perder nunca de vista su singular oficio que pone título a la obra, y que deja anunciar en el periódico de esta manera: “ORDENO BIBLIOTECAS. Me adapto a sus gustos y su presupuesto. Busco y compro libros para usted. Completo carencias. No taso bibliotecas, solo las completo o las reduzco, y siempre las mejoro...”

Por otro lado, se complace en afirmar que no hay motivos suficientes en su vida para dejar de leer. Se interesa por “estar al día de lo bueno que va publicándose, y tener tiempo para releer y escribir sobre las obras importantes”. Como ya dije antes, su oficio y vocación no es otro que ordenar los libros de sus clientes: completar sus carencias, reducirlas, mejorarlas. Deja dicho que ha elegido una forma de vida que para él es imposible cambiar, pero se empeña en buscar respuestas a su estado de inquietud a través de sus lecturas, mientras conversa con el hombre misterioso de Toulouse.


El libro de Juan Marqués rebosa de detalles y sutilezas, incluso con algún subrayado nada complaciente, como advertencia: “Los libros también pueden ser una gran trampa, nos confunden, nos alejan”. Algo así se va entretejiendo a lo largo del libro, dejando ver que “la literatura intenta explicar las cosas sin aceptar, o incluso sin saber, que son inexplicables”. Tal vez, por eso mismo, toda vida adosada en cada estante de una biblioteca requiera su relato, y por eso mismo nos empeñemos en ordenarlas de manera distinta según el momento elegido. Quizá sea esta la verdadera metáfora del libro.

El hombre que ordenaba bibliotecas es una narración de sesgo literario intenso, una novela que se deja leer con gusto e invita a la relectura gracias a la levedad sugerente de su prosa, así como al espíritu reflexivo que la impulsa, ese que convoca a los libros y a los que nos gusta habitarlos de manera apasionada y consecutiva.


lunes, 6 de septiembre de 2021

La prueba del tiempo


Un narrador no es solo alguien que cuenta cosas. Un narrador es también un catálogo de voces. Por eso, cuando un escritor comienza un relato debe elegir entre esas voces. A menudo elige la voz del artesano que extrae del interior del barro su historia imaginada. Otras veces recurre a la voz del lector que es, esa que permite extraer un hallazgo sorprendente e insólito de su bagaje de lecturas. Dicen que algunos narradores tratan y, a veces, logran dar voz a quienes no tienen voz. Pero muchas veces suele ser al revés. Son las voces, las otras voces, las que les permite asomarse unos centímetros más allá del borde, allí donde las perspectivas revelan algo diferente.

Bajo el título de La vida anticipada (Adeshoras, 2020), Francisco Javier Guerrero (Córdoba, 1976) ofrece un buen mosaico de historias y voces que obedecen al interés del autor de posicionarlas al borde de un precipicio en el que el extrañamiento y sus circunstancias adquieren un relieve plagado de incógnitas y perplejidades. Historias que relativizan la consistencia de las decisiones que rigen nuestras vidas. Lo que destaca en ellas, por encima de otras consideraciones, es el lenguaje que usa su autor para interesarnos en lo que nos dice hasta lograr que nos metamos en la visión de los acontecimientos narrados por quien nos lo cuenta y hacernos partícipes en la forma como lo hace. Hemos de decir que, además, contiene sugerentes ilustraciones de Lola Castillo.

Los narradores que participan en estos relatos tienen la particularidad de saberse colocar en el lugar que más les conviene, y esa es una característica destacable que encontramos en estos cuentos de Guerrero, un ardid que consigue que imaginemos a cada historia desde el propio ángulo establecido para ello. Nueve relatos conforman la primera parte del libro, bajo el nombre de Las viejas trincheras, inspirados mayormente en acontecimientos o circunstancias reales en los que el autor bucea en lo desconocido, planteando preguntas y enigmas no resueltos. Por ejemplo, en el primer relato que lleva el título del libro es un viaje en el tiempo acerca del misterio en torno a la figura de Philip Taylor Kramer, bajista del grupo de rock Iron Butterfly, o en Radiación, un relato conmovedor, sobre la desaparición de un niño, unas horas antes de la explosión nuclear de Chernóbil, o en La maleta de George Parrot, la búsqueda obsesiva de una maleta de piel humana, son algunas de las historias más destacadas que podemos encontrar en esta primera sección del libro.

En la segunda parte, bajo la denominación de Lo que no somos, nos encontramos con otros nueve relatos de personajes que viven fuera de la lógica, como si el autor nos apelara a aceptar el juego de sus historias. Buena parte de este juego navega entre la estela de la ensoñación y la realidad, entre conjeturas y certezas. En Los mares de Dirac, un cuento maravilloso y complejo, elaborado con un pálpito poético asombroso, nos cuenta algunos entresijos de la biografía del Premio Nobel de Física Paul Dirac. En Maldacena y yo, otro de los destacados, asistimos a la búsqueda y encuentro de un escritor con el físico teórico argentino y maestro de las conjeturas, Juan Martín Maldacena. Y finalmente, como colofón, llegamos a La puerta entornada, para mi gusto, el más sorprendente y borgeano, el que contiene más juego literario. Aquí el relato se convierte en personaje. Quien habla es el relato, consciente de que ser ficción tiene sus ventajas, algo que solo su hacedor tuvo a bien dándole protagonismo y existencia.

Hay también en La vida anticipada un juego por parte del autor entre la ilusión y la realidad, proponiendo una vuelta de tuerca en pos de un planteamiento inverso de cuanto hasta el presente se ha asumido como certero, donde cabe otro orden, otra perspectiva diferente, o simplemente otra manera de mirar la realidad y la historia para convertirla en hallazgo. Hay frases claves en cada relato que apuntan en esa dirección, diría que, tanto en su brevedad, como en su pericia, se identifican con el embrujo, fascinación y balbuceo del aforismo. Vayan como ejemplos estas primeras perlas: “El presente es un tiempo manchado de cenizas. Tiene bordes afilados y duele”. “Un hijo es la mejor invención de uno mismo”. “No hace falta ser muy inteligente para saber que la vida en sí es un juego temible”. “No conviene olvidar que cada uno de nosotros es la suma exacta de todas sus ausencias”.

Encontramos a lo largo de los dieciocho relatos más frases que no pasan desapercibidas al lector, tanto por su encaje en el relato, como por su alumbramiento: “Es por culpa de la mirada que no entendemos lo que nos rodea”. “Todas las guerras se resuelven al final como ejercicios de lógica”. “El destino es una maleta. En su espacio interior está guardado el tiempo”. Y esto que encontramos sobre la importancia de las proposiciones me parece genial: “La vida está llena de preposiciones. Cómo expresar de otra forma el movimiento de los verbos, la dirección o su destino. Lo inamovible pone en marcha la acción. Qué cosa tiene la gramática, tan firme y tan cavernosa”.

Luminosa es esta otra: “Somos como el fuego que deja de arder al unirse a otra llama”. Que no se nos olvide, parece advertirnos esta frase, que “Los mayores misterios son los que se esconden al aire libre”. Y qué me decís de estas tres: “A veces lo que no se ve es lo que nos salva”. “En cierto sentido el gusto es un recuerdo. Y la memoria está llena de esquinas”. “El asombro no nace del individuo, sino que llega hasta él”. Y acabo con esta interesante pregunta que arranca en el relato de Maldacena y yo: “¿Y si la sombra no fuera una proyección de la realidad sino justamente al revés, que la realidad fuera una proyección de la sombra”.


Son muchos los hallazgos y reflexiones certeras que laten dentro de La vida anticipada, un libro de relatos maravillosos que refleja una ambición literaria admirable, cuentos de frases luminosas e incisivas por donde transitan personajes condicionados por las muecas del destino y, al mismo tiempo, supeditados a lo que aspiran ser o de lo que pretenden resarcirse a trompicones.

Guerrero se muestra con un perfil narrativo preciosista, capaz de articular con gusto y maestría unos cuentos sorprendentes, valiéndose de ingeniosas digresiones poéticas, de una belleza sencilla y evocadora, e imbricadas apropiadamente en la trama narrativa. Un libro que se deja querer.