sábado, 27 de julio de 2019

Autobiografía articulada


Una obra literaria es a menudo la realización de principio a fin de pasajes que se apoyan en la experiencia real, y de otros que solamente responden al capricho de la lengua, sin que el lector encuentre nada que objetar, sin que pueda darse cuenta siquiera de esos cambios continuos de referencias en el orden de la verdad que el autor va desgranando conforme su texto escrito va suscitando su interés y de cuya compañía no desea librarse. En una obra literaria lo que tiene de exclusivo es lo que verdaderamente cuenta para el lector.

Bajo el cuidado expreso y selección de textos a cargo de Leila Guerriero, el nuevo libro de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970), Maniobras de evasión (Libros del Asteroide, 2019) se presenta como una obra que aglutina ese rasgo de exclusividad y esa ambivalencia de escritura en la que las peripecias vitales y la intuición literaria se compaginan con sumo gusto. Decía Einstein que “la única cosa valiosa es la intuición”, y aquí, en toda la ristra periodística de columnas y artículos que conforman este volumen hay mucho de esa tentativa. El propio autor la aprovecha para retratarse a sí mismo en todo su sentido y significado como escritor. Desde esa innata predisposición a abstraerse, a revivir la memoria y los recuerdos de las cosas más pequeñas, a hacer literatura de lo cercano, del tiempo propio, podemos afirmar que lo que el lector se va encontrar en este dinámico volumen de Mairal no es más que una autobiografía articulada en un buen manojo de fragmentos que giran alrededor de su vida.

Hay libros que escribí sin darme cuenta –confiesa en una de sus piezas más emotivas–, distraído, sumando textos que después formaron un volumen. Y hay otros que fueron desde el inicio un proyecto, un programa en el que me enfrasqué durante meses. Este libro me demanda y me demandó las dos formas de trabajo. Tiene algo involuntario y algo voluntario”. Es aquí en este texto donde Mairal, de manera precisa, desmenuza la forma de entender su oficio y los motivos que le llevaron a escribir este libro después de atravesar un periodo de sequía: “No hay vivencia imposible de transmitir. Todo se puede contar”, subraya. Se pregunta a sí mismo si hay algo monacal y de retiro en esto de la escritura: “¿Se elige realmente esa condición o es una tendencia personal, un vicio melancólico?”

Maniobras de evasión está concebido en su conjunto como un ejercicio literario de lo que se viene denominando autoficción, un libro urdido bajo la máscara de un diario en el que la memoria, la vida y el oficio conforman los tres ángulos por donde gravitan sus treinta y nueve piezas. Mairal se muestra sensible con sus devaneos creativos y obsesiones, pero, sobre todo, con sus consecuencias. Y así en uno de sus fragmentos, el que lleva por título La entrega señala que “lo bueno de no saber para dónde vamos es que nos permite salirnos de nosotros mismos por un rato, como esos momentos del viaje en los que uno guarda el mapa y se entrega al enredo de las calles desconocidas, se aleja del circuito trazado previamente...” El lector es consciente de que se encuentra ante un libro que aun no siendo uniforme presenta una secuencia intemporal. Así lo parece pese a que lo escrito proviene de revistas y diarios argentinos, colombianos y mexicanos o incluso del blog El señor de Abajo donde el autor publicó gran parte de sus textos con anterioridad. Escuchamos la voz próxima de alguien que nos anima a leer lo suyo con nuestro propio estilo, como mejor nos parezca, sin tener que atender a ningún patrón, ni advertencia.

Hay mucho poso de memoria en sus páginas en las que evoca momentos de la infancia y adolescencia, la de un joven acomplejado, lampiño y poco desarrollado, que le apartaron de muchos de los juegos que practicaban los demás. Hay momentos evocadores de la niñez en que la presencia de su madre, tan celosa por su bien, es tan persistente que le incomoda. En otro, cuenta sus primeros escarceos amorosos con una compañera de colegio. Los textos van hilando el paso del tiempo y hay lugar para contar dos de las experiencias más fuertes que le sucedieron muy equidistantes. En la primera Mairal nos habla del accidente de autobús sufrido cuando tenía dieciocho años, en un viaje escolar por el sur de Argentina, en el que el vehículo acabó en un barranco con el fatal resultado de la muerte de los dos chóferes. En la segunda, ocurrida diez años después, más divertida y animada, que titula El sobrino de Bioy, tiene que ver con el galardón del Premio Clarín obtenido con su primera novela Una noche con Sabrina Love, y otorgado, nada más y nada menos, por un jurado compuesto por Bioy Casares, Roa Bastos y Cabrera Infante.

Mairal posee ese don literario de la curiosidad, de mirarse como pocos, de ver distinto. Maniobras de evasión es un libro ágil, divertido y revelador que se atiene a ese principio en el que tanto insistía Wislawa Szymborska de cómo se conforma un escritor: “en su interior, en el corazón y en la cabeza”. Nuestro autor responde a ese corolario cuyo resultado no es otro que haber firmado una obra jugosa gracias a esa innata predisposición suya de escribir de forma emocional sobre sus experiencias vitales, con una prosa sencilla y chispeante que fluye con gusto.


viernes, 19 de julio de 2019

A la escucha de uno mismo


El ruido que nos rodea puede parecernos en muchas ocasiones el emblema de lo que pasa a nuestro alrededor. El ruido reside en el contexto de lo humano. Hoy por hoy el ruido ambiente es cada vez más impertinente. Se extiende con voracidad insaciable. Hacerse oír y escuchar algo con sentido es cada vez más difícil, casi imposible. Montaigne decía que el estruendo que hacen los planetas al girar y desplazarse por el espacio es inmenso, pero que no nos percatamos porque estamos acostumbrados a él. Lo mismo ocurre cuando llevamos mucho tiempo al volante del coche, que dejamos de oír el motor. Quizá el silencio sea tan solo eso, un ruido al que nos hemos habituado.

Son muchos los poetas, pensadores y filósofos que han abordado, unos en sus versos, otros en sus teorías e ideas, la importancia que puede llegar a tener el sonido o su ausencia. “El silencio recatado es el refugio de la cordura”, decía Gracián en su Oráculo manual. Ante tanto ruido reinante en la calle y en las casas, la palabra articulada pugna por hacerse oír. La comunicación está amenazada de asfixia, nos viene a decir Daniel Gamper, en su ensayo Las mejores palabras (2019), “pues carece de su oxígeno, el silencio, sin el cual no es posible la combustión”. En estas circunstancias en las que la palabra circula en medio del ruido reinante, reparar en ello, escuchar y guardar silencio se convierten en un acto de resistencia activa.

El verdadero interés del silencio está en su constatación real o imaginaria, sostiene el historiador Alain Corbin (Lonlay-lʼAbbaye, 1936), profesor de la Sorbona, y se vale para sostenerlo en su estudio, que ahora se edita en nuestro país, en el que acomete este paradigma a través de la obra de artistas, escritores y filósofos que postularon el valor del recogimiento y el silencio a lo largo de la historia. Gente relacionada con sus propios silencios y su vida interior como si se tratara de hacerlo con sus propias manos, modelando la palabra y despojándola de ruidos, como aconsejaba Valéry, “para escuchar lo que se oye cuando nada se hace oír”.

Historia del silencio (Acantilado, 2019) es un libro comedido en su extensión, pero que dice mucho en su brevedad, un texto que se adentra en esa búsqueda y en esa relación que mantuvieron muchos de estos intelectuales con el silencio a través de su particular visión de estar consigo mismo, con sus pequeños secretos y sentimientos. Para cada uno de ellos, la habitación es, por antonomasia, ese lugar propicio e íntimo donde recobrar el silencio. “Toda estancia es como un vasto secreto”, subraya Claudel. Dice Corbin que otros muchos autores, como Whitman, Rilke, Proust o Kafka analizaron con detenimiento y esmero las raíces de “este deseo banal del silencio en la propia habitación”. Muchas veces ese refugio fue para ellos algo curativo y esperanzador, el bálsamo indispensable para acallar las propias emociones producidas por los ruidos familiares.

Corbin muestra cómo, desde una extensa indagación de escritos y autores de la segunda mitad del siglo XIX, el ruido de las grandes aglomeraciones urbanas, como París o Londres, se alió con el progreso hasta lograr que estas urbes fueran sucumbiendo a su poder y, por consiguiente, los decibelios de sus calles alcanzaron umbrales de gran perjuicio social. Posteriormente, la sociedad occidental ha ido virando a una reglamentación cada vez más estricta para mitigar los excesos del ruido. Con el tiempo el silencio se ha reivindicado como un valor importante, se ha convertido en un bien escaso y un objetivo para procurar un lugar íntimo en el interior de uno mismo en el que encontrar descanso y recogimiento. Los silencios de la naturaleza están presentes para disipar este desvarío urbano. Así pues, el ensayista francés acude a Thoreau para evocar los beneficios del silencio: “Sólo el silencio es digno de ser oído”. En el siglo XX, nos dice Corbin, Proust vuelve su texto al abrigo del silencio, a su exaltación, como también lo hacen Flaubert o Chateaubriand en sus descripciones de paseos solitarios y silenciosos.

En esa búsqueda múltiple del silencio, tan antigua y universal, Corbin entra también a desvelar la importancia espiritual del silencio al examinar a otros autores consagrados a la meditación, como San Juan de la Cruz o San Ignacio de Loyola. Para ellos y otros muchos que siguieron sus pasos, el retiro silencioso es la condición necesaria para que la plegaria trascienda del alma. A este respecto, el autor del libro toma en consideración la declaración de Margaret Parry: “Si queremos alcanzar una vida auténtica, es indispensable fundar un monasterio del silencio en nosotros mismos”. Y así, más adelante, toma también las palabras del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck para hacer hincapié en la fascinación proveniente del silencio: “en cuanto tenemos realmente algo que decirnos, estamos obligados a callarnos”.

No acabaríamos nunca de citar a todos los autores que por estas páginas hablan y despliegan su atención sobre el silencio, señala Corbin en la última parte del libro, cuya escritura y pensamiento no dejan de alumbrar lo provechoso que produce aprovecharse de sus beneficios y sus diferentes modulaciones.

Uno, como lector, nunca regala su atención a un libro de forma gratuita. Lo hace cargado de esperanzas, con la idea de recolectar su fruto. Historia del silencio, bajo la traducción cuidada de Jordi Bayod, es un texto motivador, jugoso y ameno, un libro cuyo resultado final es de un regocijo indisimulable que nos permite escucharnos a nosotros mismos, y eso es una recompensa que bien merece la pena.