Ray Loriga
(Madrid, 1967), novelista, guionista y director de cine, ha tenido
una carrera literaria, podríamos decir, mutante, gracias a la
poderosa atracción que ha ejercido en él el mundo del cine. Como
guionista de cine ha colaborado, entre otros, con Carlos
Saura y Pedro
Almodóvar, y como director ha
dirigido las películas La pistola de mi hermano (1997),
adaptación de su novela Caídos del cielo
(1995), y Teresa, el cuerpo de Cristo (2007).
Sin embargo, en su trayectoria artística, lo determinante de su obra
proviene de la creación literaria, dándose a la fama con Lo
peor de todo
(1992), una novela que rompió moldes, un libro que constituyó en su
momento la feliz conjunción de su talento innegable, con la oportuna
coyuntura en la que debutó, un manifiesto acerca del desaliento y el
cansancio de toda una generación. Loriga
se aupó a la cúspide de la fama, como después le ocurrió a Ángel
Mañas
con Historias del Kronen
(1994), dos jóvenes escritores neorrealistas, que en nada se
parecían a lo que imperaba en la literatura en aquella década, y
que se acercaron, cada uno a su estilo: al nihilismo y al desencanto
de los jóvenes de su generación, frente a la euforia de un consumo
desquiciante, perverso y demoledor. Para algunos críticos de
entonces nacía la literatura de la llamada Generación
X
española.
En
su obra posterior, desde Héroes
(1993), Trífero
(2000) o desde sus cuentos urbanos de El hombre
que inventó Manhattan
(2004) hasta Ya sólo habla de amor
(2008) y Za Za, emperador de Ibiza
(2014), el escritor madrileño continuó zigzagueante por esa senda
de inconformismo, desenfreno y fracaso de sus personajes desplegada
brillantemente ya en su ópera prima.
Con
Rendición,
galardonada con el Premio
Alfaguara de Novela
2017, hay un cambio de registro respecto a toda su obra anterior.
Loriga
irrumpe en un escenario distópico para contar una fábula en la que
el narrador se va a enfrentar a las circunstancias alienantes de una
sociedad dirigida bajo un control férreo y atemorizante donde solo
cabe mirar con esperanza hacia el lado de la naturaleza como vía de
liberación.
La distopía es un subgénero temático asociado con frecuencia a un
futuro nada amable, más bien imperfecto y con desencadenante hacia
el caos y el desastre de la humanidad. Por su carácter futurista y
especulativo solemos encuadrarla en el género de la ciencia ficción,
pero muy atada a la evolución política y social del presente, donde
solo queda sobrevivir bajo un poder establecido perturbador y
coercitivo. La voz narrativa del protagonista de esta historia viene
a contarnos el reflejo de un mañana que inspira desconfianza,
incertidumbre y desasosiego, porque lo que se avecina está abocado a
una alienación moral sin precedente y el futuro, más bien, es una
pesadilla programada que no tiene en cuenta la voluntad de quien se
opone a la autoridad opresora.
Ha transcurrido una década desde que estalló la guerra y el
narrador de la novela y su mujer siguen sin saber nada sobre el
paradero de sus dos hijos que fueron llamados a fila, y sin saber
quién inició la guerra. Aun así, ambos siguen amándose y sus
vidas transcurren sencillamente con la esperanza de que el conflicto
acabe y de que el estado les devuelva sanos y salvos a sus hijos.
Mientras tanto, un chico mudo aparece por su propiedad, lo acogen
como a un refugiado necesitado de cuidados y al que, poco a poco,
empiezan a tomarle cariño. Cuando las autoridades comunican a la
población que la zona debe ser evacuada, todo cambia en sus vidas
rutinarias, convertidos en exilados rumbo a una ciudad transparente,
un destino programado hacia el que parten los tres juntos, salvando
escollos y contratiempos.
Llegados al lugar indicado por las autoridades, la metrópolis
cercada muestra a los ojos de los recién legados los cuerpos sin
vida de los traidores. Dentro, la ciudad de cristal está diseñada
casi como un paraíso armonioso para sus habitantes, donde no falta
la limpieza, el orden y la protección. Allí impera la ley, el orden
riguroso y una absoluta transparencia: el secreto y el misterio están
abolidos. No hay paredes que limiten cualquier intercambio visual.
Loriga,
a través del estilo coloquial de su protagonista, un personaje que
se siente estorbo del progreso, pese a su aparente armonía,
establece un diálogo interior para que el lector se posicione como
espectador y sojuzgue la deriva que se avecina ante sus ojos y
modifique su conciencia en la que la naturaleza se va convirtiendo en
el único espacio viable de salvación y liberación personal.
Rendición
es, en síntesis, una fábula amena y cruda, escrita con una prosa
seca y eficaz, y construida bajo unos pilares realistas, a modo de
retro-ficción, para irrumpir en la pesadilla que toda distopía
resulta para decepción de todos. Estamos ante una novela de arranque
portentoso y con un final kafkiano
impactante y logrado.