Se
ha dicho que leer un libro es habitarlo. Cabría añadir que al leer
un libro dejamos que su autor nos habite y se asome a nuestros ojos
ávidos de curiosidad, que es otra forma de decir que hay un pacto
temporal en el que dos extraños pueden conocerse y reunirse en
términos de igualdad, en una relación vis a vis, autor y lector,
colaborando juntos.
En
la poesía, ese acuerdo tácito es aún más misterioso. Quien
escribe poesía es un elegido, un sujeto que se propone decir lo
máximo con lo mínimo, que se empeña en emocionar, alegrar, mejorar
o salpicarnos de barro si fuera preciso. La poesía es agua mineral,
agua que moja por donde pasa, que acaricia, pero también agita y
chorrea.
Itziar Mínguez Arnáiz
(Baracaldo, 1972) es una poeta que lleva más de diez años mostrando
sus andanzas poéticas cumpliendo largamente con el lema ineludible
de Pound: “Lo
esencial de un poeta es que nos construya su mundo”. En su primer
libro, La vida me persigue
(2006), un diario fatalista en verso, en el que el protagonista deja
testimonio de su empeño en aspirar a ser el poeta que siempre lleva
dentro de sí, harto de dar cuerda a un reloj a deshoras. Después
llegarían dos poemarios complementarios: Luz en ruinas
(2007) y Cara o cruz
(2009) que se sumarán a su apuesta de contar historias a pinceladas,
poesía elíptica extraída de las calles y aceras, del metro, de las
rutinas, de las derrotas y anhelos que supone vivir. Más tarde, con
Wikipoemia
(2014) da un viraje hacia otras intuiciones poéticas a través del
significado particular de las cosas. Con Cambio de
rasante (2015) retorna a
reivindicar sus poemas nacidos en los confines domésticos, en los
asuntos cotidianos, fuente de inspiración y de escepticismo
permanente donde las tormentas, la lluvia, los charcos, los paraguas,
los platos rotos, las prohibiciones, la mirada introspectiva y la
melancolía contenida se hacen ver: Un
poema sin rima/ todavía/ pero sin lluvia/ no es un poema.
Con su siguiente libro, Que viene el lobo
(2016), gana el Premio de
Poesía Nicanor Parra,
un poemario emocionante y desnudo bajo el discernir del tiempo y de
la justicia poética, en un diálogo crudo y persistente sobre la
vida y sus amenazas.
QWERTY
(La Isla de Siltolá, 2017), su última propuesta literaria, es otro
salto poético, arriesgado, pero feliz, desde dentro de la creación,
desde el propio taller literario, una ventana para el lector donde
merodear por la génesis y anatomía de la composición e inspiración
de su poética, a veces, bajo la apariencia de “búnker” o bajo
la arquitectura de un “tetris” o, también, renacido por una
historia de amor inducida por la escritura, como concluye su autora
en estos versos: La vida
es/ lo que sucede/ entre el primer/ y el último verso,
sin tenerse que rasgar las vestiduras ni sobrevalorar el oficio
inacabado del poeta: En
la vida / como en la escritura
–subraya–/ hay
que fallar muchas veces/ para acertar una/ y en ocasiones ni eso.
Tratando
de buscar respuestas, Itziar
Mínguez
indaga en este poemario sobre el porqué de la escritura por medio de
la desnudez de sus composiciones “en clave de historia de amor”,
como dice ella misma en la nota final del libro en la que desvela lo
que significa el binomio establecido entre escritura y vida: “La
poesía es para mí una disyuntiva que me hace optar unas veces por
el poema y otras por la vida. Pocas veces coinciden pero cuando se
dan al mismo tiempo es la leche”.
QWERTY
es un teclado compositivo que aguarda en sus piezas la autobiografía
poética de su autora, sin retórica ni aspavientos, concebido desde
la vocación y la consciencia de que El
de poeta/no es un oficio/ del que puedas salir/ indemne,
como refrenda el poema Riesgos
Laborales.
La singularidad expresiva de la voz poética, tan propia suya, remite
a un modelo estético basado en la sencillez del poema, ese que
entiende a la poesía como una miniatura verbal, como un hecho
lingüístico que no precisa alzarse sobre una estructura elevada, ni
necesita ningún sustento artificioso para su autosuficiencia y
validez.
Itziar
Mínguez
le hace guiños permanentes al lector de su poesía y, a la vez, lo
toma amistosamente de la mano para animarlo a acabar sus elipsis o lo
induce a experimentar reticencias. Estamos ante un libro inteligente,
apasionado, aforístico, sin puntos ni comas, ni falta que le hace,
lleno de humor, irónico y transparente. Sus poemas sitúan al lector
de pronto en el ámbito de la confidencialidad, en la realidad del
sujeto poético que los conforman, sin apenas ruido, pero con una
audacia sobresaliente.
QWERTY,
en suma, participa y continúa de esa entonación poética de rango
sencillo y contenido tan propio de la vizcaína, pero en esta
ocasión menudea, sin rodeos, por el territorio portátil de la
creación poética poniéndolo a la suerte o al dictamen del lector,
eso sí, sabiendo, que el
poema manda/ es él quien tiene/ la última palabra.
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