El libro en sí está concebido bajo la idea de que la poesía está en todas partes. Cada ruta, como dice en el primer poema, sugiere voces perdidas que reclaman el recuerdo vivo de una estancia. Bajo este sentir, de esclarecer lo vivido, entona en el siguiente: Debo sentir la tierra como un todo, / mirar a las ciudades desde el faro / sensible del asombro. Con sencillez y honestidad, Tapia busca explicarse a sí misma en su periplo creativo para tratar de comprender e interpretar sus remembranzas y asomos que, a modo de cuaderno de viaje, lo atraviesa: puertos, islas y parajes emotivos, como las Islas Canarias, la Playa de Vera, Setenil, Baeza, Granada o el mirador de Priego.
En la medida en que el libro nos lleva de un lugar a otro, la poeta confiere al contenido del poema un enfoque memorable, buscando transmitir que el sonido del mismo se convierta en la sede del tiempo en el poema, como telón de fondo: Pero nunca me alejo: / todo pueblo comienza a vivir / completamente en mí / cuando me marcho. Cada poema es un viaje, o el final de un viaje por el que entramos en otra noción del tiempo y, también, en otra manera de vivirlo. Así lo deja ver al final de uno de sus poemas más extensos y reveladores que tiene por escenario Fuente Vaqueros: Yo vine para ser / voluble como el sol sobre la fuente, / para dar lo que pide / cada hora del cielo, / cada verso en que estoy contenida.
En Islario hay toda una travesía en la que, como bien subraya Agustín Pérez Leal en el prólogo, se convierte en un viaje de la imaginación y del espíritu en el que “la autora busca estar, encontrarse, ser, y no simplemente visitar”. Ahí lo condensa todo, o casi todo. Escribe desde su presente mirando atrás. En sus versos hay ensoñación, fulgor, espejismo y perplejidad, que le valen para otear paisajes vívidos y razones para evocar sus ecos y confluencias. Tiempo, amor, memoria, paraísos anhelados, destino, consuelo, señales, vestigios, son temas presentes en su poesía, en la palabra como hacedora de mundos para que se cumpla aquello que decía Rilke: «Para escribir un solo verso hay que haber visto muchas ciudades».
La poesía de Tapia, bien jalonada en versos endecasílabos y heptasílabos, exprime los surcos más cercanos a la evocación y a las estancias de un recorrido vital, sin gritos ni susurros, hablando siempre a media voz. Así es como se hace notar. No como trinchera, sino como iniciación al examen de un discurrir, como paseo por lo indecible. En ese sentido, Islario es un poemario que no cierra el paso a nadie, a condición de que quien se adentre en él lo haga sin prejuicios, sin ataduras, sin importarle acometer una expedición por lugares costeros y rincones de tierra adentro, dando paso a la realidad desbordante del otro, la del poeta que habla desde su irreductible individualidad y afectos, con suma naturalidad.
Cada lector tiene la posibilidad de convertirse en otro fingidor, como diría Pessoa, y este hermoso libro de Marina Tapia se presta a ello. Cartografiar con gozo su lectura, sacando punta entre verso y verso, requiere dejarse llevar por lo que sopla dentro de sus palabras, tono y cadencia.