El libro recoge, por tanto, una amplia ristra de aforismos, casi quinientas miniaturas, que abarcan un largo bagaje de la actividad de su autor en el género, en esta forma de escribir sobre las cosas del mundo, que se caracteriza por su condensación mediante un breve esbozo. Dividido en dos partes: El pensamiento errante y La vida por dentro, Neila incluye, en ambos apartados, todo un muestrario de agudezas que responden a sus asombros, desconciertos, alegrías, intuiciones y complejidades que han ido conformando su discurrir por este territorio fascinante en el que lo inesperado sucede a cada instante. En muchos de ellos, los sentimientos, el tiempo o la felicidad dejan sus destellos, como en estos: “En materia de sentimientos, todos somos autodidactas”; “El tiempo fluye igual para todos los hombres. Y cada hombre flota en el tiempo de distinta manera”; “La felicidad no tiene pasado ni futuro; el tiempo de la felicidad es el presente, es decir, el tiempo de la experiencia sensible”.
Vemos cómo hay en su mayoría un talante filosófico que también se aproxima al decir poético, sin dejar por ello de preguntarse qué ver y qué decir y cómo se relaciona la vida con el lenguaje. Gran admirador de Antonio Machado, Neila reúne en estas “breverdades”, como le gusta llamar a sus aforismos, ese espíritu de escribir sin dogmatismo, pero con afán de provecho: “Nacemos por azar; es decir, de puro milagro”; “El uso de la razón puede curar de espantos, pero no de dudas”; “El buen acusador de aforismos no dictamina, constata. O, en el peor de los casos, toma dictamen de sus propios errores”. En su escritura deja ver una suerte de eslabón que tiene como finalidad aunar la inteligencia creadora con la propia sabiduría de la vida. Y a este respecto le importa el procedimiento, es decir, cómo trasciende, vislumbra o ironiza el sentir de lo dicho: “La actitud del aforista no es en modo alguno la del que sabe, sino la de quien decide compartir sus asombros”.
No cabe duda de que Neila, además es un gran estudioso del género, como ya dio cuenta en sus ensayos recogidos en La levedad y la gracia (2016) y en la muestra antológica sobre diez aforistas en su libro Bajo el signo de Atenea (2017). Sabe que el trabajo en el aforismo es una tarea de zapa, subterránea y silenciosa en busca de una estela de sentido. Y ese sentido de la vida, de las palabras y su fluir, del aprendizaje, de la escucha y del humor saltean por aquí y por allá en sus recapitulaciones aforísticas, como por ejemplo estas: “De poetas, músicos y locos, todos tenemos un poco. Si es así, como parece, procuremos que no sea lo peor de cada uno”; “Los pensamientos palpitantes no sólo dan qué pensar, también dan qué sentir”; “Procura que el idiota que hay en ti no se convierta en el protagonista de tu vida”; “El amor, incluso el amor propio, siempre nos coge por sorpresa”; “Hay un tiempo para aprender y un tiempo para desaprender. El primero conduce al conocimiento; el segundo, a la sabiduría”.
Este libro de Manuel Neila es un corolario jugoso que pone en valor su producción aforística. Aquí hay muchos destellos filosóficos y sentido moral al son de la palabra, un despliegue de perspectivas, de matices y acentos que convergen en la vida que pasa, con sus pórticos, recapitulaciones y entredichos.
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