lunes, 28 de febrero de 2022

Leer la vida


Vivir es, sin duda alguna, muchísimo más importante que leer, infinitamente más. Pero leer forma parte de nuestra vida, una parte decisiva: nos ayuda a conducirla mejor o peor, a sobrellevarla, a disfrutarla, a entenderla, a aceptarla. En cada instante, somos lo que hemos vivido y lo que queremos vivir; también, lo que hemos leído de verdad”.

En este sencillo y certero párrafo se encuentra aquilatado el sentido que mueve Las cosas de la vida (Fórcola, 2022), el nuevo libro que acaba de publicarse del escritor y crítico literario Andrés Amorós, un apasionado ensayo en el que están muy presentes las grandes preguntas de la vida a través de la memoria de los libros leídos y, en particular, de un extenso carrusel de citas que conforman un continuo diálogo con artistas, escritores y pensadores de todos los tiempos que se ocuparon de poner luz propia a mucho de lo que supone el rumbo de la vida y a mucho de lo que concita sacar provecho de saber vivirla.

Desde esa tentativa, el lector va a encontrarse con un libro que nace del bagaje de lecturas de su autor, así como de las propias concesiones de la experiencia de los años que le llevaron a buscar la necesidad de comprender mejor las cosas de la vida. Pero es, sobre todo, un ensayo sobre las lecturas que le orientaron a leer la vida desde el vértigo de la introspección, bajo esa idea inspiradora de que leer amplía nuestra experiencia, tanto como lo que realmente hemos vivido. Acude el autor a reforzar esta idea transversal del libro apoyándose en la concluyente declaración que Irene Vallejo deja escrita en su celebrada obra El infinito en un junco: «Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido».

Si hay algo, por encima de todo, que celebramos y agradecemos a Andrés Amorós, es su capacidad inusitada de transmitir entusiasmo por los libros. Lo hace sin impostura, con esa naturalidad genuina y contagiosa tan suya, en la que se unen, para gozo del lector, ligereza y eficacia divulgativa en la misma proporción, ya sea para hablar de música, de tauromaquia, de cine o, como es ahora, para ocuparse de las grandes preguntas que todos nos hacemos y que los libros han venido manteniendo desde siempre. Precisamente es eso mismo lo que guía al autor: hacer visible la necesidad de la compañía de los libros, para que siempre se pueda acudir a las voces escritas de quienes resaltaron esos grandes temas que han marcado a la humanidad. Su facilidad de comunicación convierte a Amorós en un autor ameno que, siendo erudito, nunca se aparta de hacerlo de forma sencilla, con el ánimo siempre puesto en sacudir el entendimiento y despertar la curiosidad del lector.

Este libro de Las cosas de la vida va y viene entre esas dos intenciones, necesidad de la lectura y, gracias a ella, la transmisión provechosa de los conocimientos, llevando a cabo una exploración de pensamientos donde los secretos de la vida se dejan seducir y contagiar por la letra porosa y sugerente de la literatura. Viene a decirnos que “la literatura nace de la vida y es inseparable a ella”, y que, igualmente, para que tenga sentido se precisa de la complicidad del lector: “Para apreciar una obra el lector necesita coincidir en algo en el espíritu del creador”. Tampoco desaprovecha la ocasión para dejar sentado que “los libros deben, ante todo, proporcionarnos placer: ese es su sentido básico. Pero no es el único –aclara. Los libros nos dan también, otras muchas cosas. Nos enseñan a ver la realidad y a vernos a nosotros mismos”.

Cada uno de los treinta y seis capítulos de esta Guía para perplejos, como así titula el escritor valenciano a su libro, contiene su sesgo de microensayo. Son piezas en donde está comprimida parte de esa órbita intelectual relacionada con aspectos de la vida, sus afinidades y complejidades, sus interrogantes y certezas. Son apuntes poblados de referencias literarias traídas a propósito para acentuar ideas o señalarlas como motivo de reflexión. El libro en sí mismo opera siempre en torno a la condición del hombre y sus matices, como referente y reflejo del mundo. Así queda dicho en esta cita de Montaigne, autor recurrente a lo largo del libro: «Cada hombre lleva la forma entera de la condición humana». Todo el libro es una suerte de acopio amplísimo de citas escogidas de grandes figuras de las letras como Aristóteles, Durrell, Proust, Oscar Wilde o Antonio Machado, entre un centenar de ellos. Pero si hay que destacar a los cuatro más aludidos o entrecomillados, el orden sería: Cervantes, Montaigne, Shakespeare y La Bruyère.


Todos estos autores clásicos y contemporáneos que acaparan la atención de Amorós acuden a interpelarnos con la palabra, para afirmarnos ese vínculo intemporal con nuestros semejantes, para subrayar que nunca estamos solos y que pensar en las cosas de la vida es siempre animarse a vivir y compartir experiencias. En esa dinámica, logra contentarnos, disponiendo que sea la lectura la que ejerza la acción de leer, de manera que sea el lector quien pasa de sujeto a objeto, convertido en campo de pruebas. Leemos Las cosas de la vida tanto como el libro nos lee a nosotros.

Llegado al punto de concluir, digamos que este es un texto fundido y atravesado por los rasgos fundamentales de estar en el mundo, un desafío divulgativo provechoso sobre el arte de vivir, pero, también, una meditación fértil sobre el sentido del tiempo y la memoria lectora. Un libro escrito con pasión y lucidez.


domingo, 20 de febrero de 2022

El guante de las cosas


El diario no difiere de la vida de quien lo escribe, porque, en su propia esencia, está lleno de detalles extraídos que muestran instantes seleccionados, momentos reveladores en los que el propio escritor se interpela con ese mecanismo de evocación de una realidad vivida, consciente de que cuando lo hace no se puede quitar de en medio. El autor de un diario no puede esconderse. Escribirlo es comprometer su palabra con lo vivido, y viceversa. El diario nos habla en primera persona, sin intermediarios, sin personajes interpuestos, sin que el autor camufle su propia identidad. Me gusta lo que dice al respecto Blanchot, «que el diario es más bien un memorial, un archivo desvelado, por medio del cual, el autor se ata a la vida, a la realidad cotidiana, para revelarnos vivencias, perplejidades y pensamientos suyos».

En los diarios del poeta, crítico y traductor Jordi Doce (Gijón, 1967) subyace esa idea de memorial literario que apunta el crítico francés, pero también de vivencias interrelacionándose entre sí como testimonio de escritura fragmentaria en la que cabe apuntes, poemas, aforismos, citas y reflexiones para establecer vínculos con lo que de verdad invoca, esto es, con la literatura y la vida, con la escritura y con aquellos momentos personales que desvelan algo de sus obsesiones. “Por eso –sostiene en su libro Perros en la playa (2011)– el que escribe no es yo, sino quien le escucha, y por eso lo escrito no es el relato del yo, sino del otro, de ese tú que lo transcribe, que escribe al dictado en medio del tumulto cotidiano”. Tampoco se olvida el poeta de la condición paradójica que tiene en sí mismo el diario para proyectarse en la intimidad cómplice del lector, como deja dicho en La vida en suspenso. Diario del confinamiento (2020): “Porque la intimidad es siempre, por lo menos, cosa de dos”.

Entrando ya en la materia de su nuevo libro, nos vamos a la nota final del mismo para encontrarnos con unas líneas explicativas sobre la continuidad de estos cuadernos, publicados en esta ocasión en la editorial Pre-Textos, para situarnos en su contexto: “Todo esto será tuyo empieza donde se cerraba Perros en la playa”. Quiere decir que su nueva entrega prosigue el lance diarístico de hace una década, pero ceñido a un período que va de 2014 a 2019. Eso sí, en esta ocasión, sin incluir ningún poema, pero con abundantes aforismos, citas, esbozos narrativos y textos que contienen encomiables metáforas, especialmente sobre la lectura y los libros. El tacto es lectura, viene a decirnos en una de ellas: “Esa necesidad de tocar, esas caricias involuntarias que prodigamos al libro, hacen pensar en el frotamiento que requiere otro objeto de leyenda: la lámpara de Aladino, la lámpara del genio”.

Abunda Doce en ese alegato sobre los libros y la lectura con apasionante empeño. Y lo hace con atención y deleite: “Un buen libro lleva en sí las claves de su interpretación, tiene algo de acertijo que espera ser resuelto y que –además– nos muestra sutilmente la forma en que debe resolverse”. En esa misma analogía asienta su manera de entenderse con el mundo a la hora de escribir y verse reflejado en los demás: “Nunca seremos un libro abierto para nadie –subraya–, y menos para nosotros mismos”. Deja lances con impronta poética, como le gusta hacerlo cuando la ocasión lo requiere, como este ejemplo que habla del sentido y significado que le anima a escribir: “La escritura puede ser justamente esa dinamo capaz de recargar la batería que malgastamos diariamente”.

En Todo esto será tuyo (2021) encontramos mucha vida arremetida en esa continuidad que supone vivir lo cotidiano, explorando, a modo de ensayo, lo que sucede ante los ojos de quien escribe a poco que fije su mirada sobre el mundo que le rodea. La vida reflejada aquí no se conforma con la mera contemplación, sino que ahonda en sus detalles, para extraer su lado poético purgada de exceso de realidad. Doce la escribe reciclando sus recuerdos, reviviéndolos, convirtiendo sus reflexiones y recuerdos en materia orgánica, para contarnos sus arraigos, sus certezas e incertidumbres, por medio de textos breves que aspiran a palpar el contexto de lo que toca en suerte hasta llegar al meollo de lo que tiene de inexplicable. Es eso mismo lo que trata de buscar en cada entrada de su diario, por insólito o nimio que resulte: “El contexto lo es todo porque es nuestra vida, escrita y no escrita”.

Y así va enlazando textos depurados que lo mismo irrumpen para reparar en algún alumbramiento o sencillamente para reclamar la atención en divagaciones artísticas. Este es un libro indagatorio que se adentra en esa búsqueda y en esa relación fecunda con el exterior a través de la particular visión de estar consigo mismo. Cada fragmento se sucede propicio para poner sentido a lo que el propio Doce respira y lleva entre manos, su vocación de escritor. Son muchos autores, como Handke, Eliot, Canetti, Hughes, Valente o Anne Carson, entre otros, los que por aquí asoman y prestan su compañía, traídos oportunamente para alumbrar no solo afinidades, sino también para nombrarlos por lo que contienen de referencia y modos de entender un poco mejor la realidad del mundo.


Todo esto será tuyo es un dietario introspectivo ameno y perspicaz, un libro cercano en su concepción, que se lee como una tentativa bienintencionada y provechosa de aproximarse a un género narrativo que obedece más a una razón vital, que a una razón literaria, pero sin renunciar a ella. Su tono íntimo contribuye a eso mismo, a que asistamos al soliloquio de alguien fiado de su intuición y experiencia, alguien preocupado por hablarnos de la vida, la suya y la de los demás, echando el guante a las vivencias y a los hechos de la realidad.

Uno acaba la lectura de este libro con la sensación de haber estado en buena compañía, no solo por la cercanía de la voz que habla, sino con la sensación de una estancia que valió la pena percibir por la manera de contarnos la verdad que da sentido a la otredad del libro.


domingo, 13 de febrero de 2022

Gente acuciada


Es difícil dar título a un libro, como diría Azorín. Tiene su miga encontrar un buen título para un libro, pero cuando se encuentra desde el primer momento, según él, el libro futuro girará en torno a ese hallazgo. Para muchos autores de relatos, poner un título que refleje o concite al lector a vislumbrar lo que se avecina, no es tarea fácil. Muchos de ellos optan por destacar en la cubierta el título de una de sus piezas más reveladoras para acaparar nuestra atención. Otros, los más atrevidos, conscientes de que el título da prestancia al libro, se empeñan en que su chispa no solo alcance la curiosidad del lector, sino que las palabras escogidas alcancen su interés. En cualquier caso, no deja de ser un experimento temerario.

La escritora Emma Prieto pertenece a ese perfil de autor empeñado en exprimir su talento empezando con buen pie, es decir, desde la necesidad de acertar con el título de la obra, decantándose por epígrafes precisos y desbordantes, como los que lucen en sus libros de cuentos Extravíos (2017) y Escamas en la piel (2018), o en su poemario Radiografía de ausencias (2020), títulos que no van por libre, sino que obedecen a una intencionalidad capaz de acotar además de prender la atención del lector.

En esta ocasión, vuelve de nuevo a sus fueros con un buen puñado de relatos sobre gente acuciada por sus historias personales, gente, cada una a su manera, que combate las adherencias que el mundo ha puesto en sus vidas. Y lo hace bajo un título airoso, eufónico y preciso, que viene a anticiparnos, con tan solo dos palabras, ese resplandor incontestable que tiene el discurrir del mundo. En Mecánica terrestre (Eolas, 2021) se halla implícito un enunciado universal, un indicio soberbio para asomarnos a las intermitencias de la naturaleza de las cosas, al desafío y al milagro de cómo laten estas en el propio ser de quienes protagonizan sus historias.

Por ese pasadizo de Mecánica terrestre se cuelan historias extremas, imposibles o extraordinarias que rozan tanto la vida que, incluso, deparan retornos crueles. El lector se va encontrar con voces sorprendentes, dispuestas con admirable ingenio, finura y chispa. El humor no falta. Late, pese a la extrañeza del caso, casi sin poder hacer nada por evitarlo, como ocurre en el primer relato donde su protagonista, una joven solitaria y desenvuelta, cuenta los avatares con una hormiga que se aloja dentro de su ojo. Tampoco anda cómoda la protagonista de otra de las historias en la que se ve inmersa, como miembro de un jurado popular, en las deliberaciones para juzgar un caso de asesinato. Y si hablamos de percances domésticos o imprevistos, en el relato Rosado terciopelo, la apariencia del título es todo un eufemismo referido al estado desabrido en el que se encuentra la mujer que acaba de perder una muela.

A la hora de elaborar sus cuentos, Emma Prieto tiene muy en cuenta construirlos valiéndose de imágenes vívidas que penetren en la mente del lector. Cada tema lo establece reduciendo la historia a su esencia, por medio de una prosa fluida, sencilla y precisa, sin esquivar lo poético, como se aprecia en el relato que nos cuenta la hermosa historia del musgo del roble, ese liquen que crece principalmente en su tronco, y nos habla, desde su humedad, cómo ve al mundo y a los humanos, sin olvidar su función: “Aprovecho la luz del sol, esta tarde más suave que otras, me concentro y suelto una espora”.

El espacio narrativo que transita por los cuentos reunidos en Mecánica terrestre, así como el tiempo y la ambientación, confluyen hacia una atmósfera en la que lo real y fantástico buscan su proyección, su pálpito. En ocasiones, para dejar ver algo que la realidad, por sí misma, necesita hacerse comprender, recurriendo como inspiración al ámbito de lo insólito. La autora se siente cómoda por ese territorio al que no le falta sus paréntesis jocosos, igual que los límites de lo que se juegan las palabras a la hora de encajarse adecuadamente a la voz narrativa de quien cuenta la historia.

Nos vamos a encontrar con un desfile de personajes solitarios y vulnerables, mayormente mujeres azuzadas por las propias circunstancias que les tocan sortear. Y es así como desgrana Emma Prieto sus relatos, con aparente facilidad y cercanía, consiguiendo imbuirte de su imaginario y de su mirada surrealista, sin desatino, con fluidez y corrección estilística, esto es, con naturalidad, soltura, picardía y gracia. Es extraordinario cómo maneja el ritmo narrativo que fluye en cada pieza donde se dan cita los conflictos y las peripecias de sus protagonistas, más allá de lo extravagante o fuera de toda lógica que nos parezca la realidad de la que parten.


En resumen, estos cuentos están escritos con mucho tino y frescura, cuentos breves e intensos que hablan con palabras sencillas, pero hondas, sobre el reverso de la vida y la complicada suerte de compartir destino con el resto de seres vivos. El libro se cierra con un remate brillante, un manifiesto, a modo de poética, sobre la libertad que ha de tener todo escritor a la hora de acometer un cuento, como reflejo de lo que pasa en la misma vida: “... los cuentos se han vuelto desabrochados y desnudos... vivos, divertidos, feroces... Rotos a menudo. ¿Acaso no estamos rotos nosotros, algunos de nosotros?”.

Mecánica terrestre es todo un disfrute.



lunes, 7 de febrero de 2022

Chesterton revisitado


Uno de los empeños más notorios de este cascarrabias que medía 1,93 metros y pesaba 120 kilos llamado Gilbert Keith Chesterton, en muchas de las buenas páginas que escribió a lo largo de su vida, era refutar la perspectiva moderna, pero de raíces clásicas, que describe el mundo con tintes lúgubres y pesimistas. “Para Chesterton –como subraya Savater en un artículo publicado hace unos años en El País–, la verdadera herejía moderna no es haber rechazado o ignorar a Dios, sino rechazar o ignorar en qué consiste la alegría”. A Chesterton le importaba el sentido tragicómico de la vida y, por eso mismo, no se cansaba de esparcir en sus textos ráfagas humorísticas como paradojas de la propia existencia, tocando asuntos trascendentales con sumo desparpajo para provocar la discusión y alentar el sentido crítico de la vida.

Aunque es evidente que le chiflaba la diversión dialéctica, no buscaba tanto sorprender o desconcertar, como hacernos pensar dos veces y desde un ángulo menos trillado de lo que se supone tan obvio. Para Chesterton, la literatura es ese ámbito casi milagroso en el que tiene lugar el uso del lenguaje que, traducido en palabras suyas: “donde una persona dice realmente lo que quiere decir”. El autor de El hombre que fue jueves fue alguien desbordante, apasionado y ocurrente, que no rehuía de la polémica y, por tanto, no dudaba cuando se le presentaba la ocasión de arremeter contra aquellos a quienes juzgaba de andar equivocados.

Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950) nos trae de nuevo a la palestra la personalidad de este prolífico escritor que cultivó todos los géneros literarios y que destacó especialmente en el periodístico, con un librito mordaz, fresco y jugoso de conversaciones en el que el autor y el genio se sientan a debatir sobre asuntos candentes de siempre. Qué hay de nuevo, Chesterton (Fórcola, 2022) es una especie de ensayo que brota de los propios textos del escritor londinense, una manera inventiva de plasmar con gracia y frescura conversaciones insólitas de un apasionado lector sobre el pensamiento literario e intelectual de Chesterton, cuya figura irónica y perspicaz se presta como pocos al debate de lo que acontece en los tiempos que corren.

El lector curioso encontrará, mucho más que un juego libresco e imaginario, un deliberado encuentro entusiasta, culto y divertido con alguien que, como se dice en la introducción del libro, “sólo intenta reproducir algunas de las polémicas y las conversaciones que tantas veces mantuve mentalmente con él. Y polemizar con Chesterton no es tarea fácil porque a veces usa argumentos que no convencen pero cuya brillantez le deja a uno sin respuesta”. No estaría mal recordarnos aquello que afirmaba Borges de que no hay página de Chesterton que no contenga un deslumbramiento. Lo mismo podríamos decir que, de aparecer hoy, que es lo que trata de decirnos este libro, su paradoja no solo encaja en el pasado por haber sabido identificar aquellas cuestiones de entonces, sino que presenta su validez ahora.

Inmune a las tendencias de antaño, el pensamiento de Chesterton suena perenne. Esa cualidad suya, viene a decirnos Moreno Castillo, se deja colar en nuestros días. Y a esas ganas de difundir sus palabras y controversias se presta, porque entiende que no dejan de lucir frescas y provechosas hoy por hoy, ya sea si habla de animales, de convenciones, de dinero, de educación y modales, como si se tercia desentrañar los entresijos de la felicidad o de la filosofía, o sencillamente si de lo que se trata es de opinar acerca de la vanidad de muchos de los conceptos aceptados mayoritariamente por las élites, de los propios intelectuales, de los libros y los lectores, de la tradición y la democracia, de la fe o de la sencillez, como aquí queda dicho: “Porque la humildad es madre de los gigantes. Uno ve las grandes cosas desde el valle. Desde la cumbre sólo se ven las pequeñas”.

La gracia del libro está en la entente cordial dialogada que se establece entre el autor y el genio, en sus resonancias morales y en la chispa que resulta de ese fluir contagioso que dimana de la conversación fértil y ventajosa que lo agita. Y es desde ese engranaje donde surge uno de sus momentos estelares en el que el autor rescata de Chesterton su verdadero sentir sobre los libros y la literatura, una declaración ferviente que firmaría cualquier lector que se precie de serlo: “...Los seres humanos no pueden ser humanos si no tienen un campo para la fantasía o la imaginación, alguna vaga idea de lo novelesco de la vida... Cualquier persona necesita, alguna vez, nutrirse de ficción tanto como de realidad. Porque la realidad es algo que el mundo le da, mientras que la ficción es algo que ella le da al mundo”.


Moreno Castillo sabe hurgar en el pensamiento y en el alma de Chesterton, dejando su poso, entreabriendo lo que le importa de su manera de entender la historia y su discurrir por el tiempo, como parte fundamental del conocimiento y del aprendizaje. Esto, por otra parte, apuntala la idea que tenía el británico de entender lo esencial de la democracia, que, para el bien de todos, no es más que alcanzar lo que tienen en común los hombres y no lo que los separa.

Una vez más, Moreno Castillo acredita con suma audacia su carácter persuasivo al incitarnos a la lectura de los clásicos, algo que, en esta ocasión, lo hace, como indica Ignacio Peyró en el prólogo del libro, con una maravillosa antología chestertoniana, o lo que es lo mismo, con un pequeño compendio de buena parte de su universo personal que responde a un fecundo artificio de lectura ágil, perspicaz y amena para el sosiego y disfrute del lector.