Escribir
es procurar entender, es procurar reproducir lo irreproducible, diría
Clarice Lispector.
Escribir es, también, sentir la necesidad de contar algo relevante
que anda fraguándose en el alma de todo escritor. La literatura es,
en gran medida, causa de esa necesidad y espacio propicio de donde se
surte el escritor para extraer recuerdos, realidad y sueños, por
medio de los cuales tira del hilo de lo que se fue gestando dentro de
sí mismo. Pero al escritor comprometido con su oficio lo que le
interesa es que esa pulsión obedezca a una irresistible revelación,
imposible de callar.
Los
escritores, a su vez, disponen de diversos medios para orientar al
lector sobre el sentido de su libro. El título es el más inmediato.
Lo mismo pasa con las citas de otros autores que anteceden al texto.
A todo esto, el lector ávido de signos y pistas celebra que algunos
autores se preocupen de poner más referencias acerca de sus libros,
añadiendo información en alguna página preliminar sobre lo que
viene a continuación.
Marta Rebón
(Barcelona, 1976), a la que debemos extraordinarias traducciones de
grandes obras maestras de la literatura rusa, como Doctor
Zivago, de Pasternak,
Vida y destino,
de Grossman o El
Maestro y Margartita, de
Bulgakov, entre
otras, se acerca al lector por primera vez con un título sugerente
al que acompañan dos citas reveladoras de Filipa Leal
y Joseph Brodsky, que
dan sentido al título elegido y a la forma de cómo se supone que
fue concebido el texto, mientras los viajes, las lecturas y las
traducciones se sucedían durante años en su quehacer diario.
En la ciudad
líquida (Caballo de Troya,
2017), precioso epígrafe, cohabitan muchas voces y muchas vidas a lo
largo de todos sus capítulos. Estamos ante un libro que es un viaje,
una crónica, una biografía colectiva de grandes escritores rusos,
pero escrito desde la experiencia de una vida entusiasta dedicada a
la traducción, que pone voz y mirada propia al mundo que la rodea a
través de sus vivencias literarias y desplazamientos por las
ciudades líquidas que fluyen por sus páginas, desde la fría y
moderna San Petersburgo, a la cálida y milenaria Tánger. El yo que
sustenta al relato es sutil y modulado en su intimidad. Rebón
comparte con su compañero de viajes estancias e instantáneas
fotográficas que ilustran y ponen significado al libro, al tiempo y
al espacio recorrido durante ese trecho importante de su vida
dedicada a la lectura, a la traducción y a la escritura. En
realidad, según cuenta ella misma, siempre vio “la traducción
como antesala de la escritura”.
El
traductor, nos dice, es un escafandrista al que le gusta enfundarse a
diario el equipaje de buzo, “un hombre rana que, pertrechado de
diccionarios a modo de linterna y de fusil submarino para alumbrar y
cazar palabras, trabaja en las entrañas de un mar de letras, perdido
en remolinos de frases o sumido en un pozo de dudas”. A Marta
Rebón le gusta su oficio y la
literatura que lo sustenta, y aquí se aúpa para contárnoslo en
primera persona, desde los lugares donde forjaron sus vidas sus
escritores predilectos y transcurrieron sus ficciones, para hablarnos
de sus obras y de sus azoradas peripecias.
Por
estos pasillos literarios transitan clásicos fundamentales de la
literatura rusa como Tolstói,
Dostoievski, Chéjov
o Nabokov, pero
también nos cruzamos con otros nombres grandes de las letras
soviéticas como Tsvietáieva,
Tsypkin, Dovlátov
o Chukóvskaia,
un amplio elenco, que parte de San Petersburgo y que se trasladan con
ella a otros escenarios como Quito, Oporto, Moscú y Tánger, con el
propósito de trazar un relato de vida y experiencia personal a
través de la lectura de sus obras.
En la ciudad
líquida se edifica un
tránsito, una autobiografía, desde el cimiento de una vida iniciada
en las trincheras del mundo de la traducción hasta desplegar el
sueño de contar la experiencia de escribir un relato propio, de
sentirlo reflejado en una historia alentada por esa facultad
arrebatadora e imparable que posee la literatura para interpretar los
asombros cotidianos de la vida, como si no bastará con lo que uno se
apura en hacer cada día. La vida, se deduce del texto, consiste
precisamente en el paso del tiempo, en el cambio, en la alteración
de lo que rodea a su autora. Lo que hay en este libro no es solo una
historia, es un microcosmos significativo de otras muchas vidas
reflejadas por quien las ha escrito en estado de gracia.
Lo
que hay, en definitiva, En la ciudad líquida
son vivencias, lecturas y viajes que nos revelan esa condición de
nómadas que solemos llevar íntimamente. Leer es siempre un
trayecto, y no es casual que los libros tengan esa forma de maleta
que hablaba Dovlátov.
Pero también, leer no es simplemente leer. Leer es interpretar lo
que se lee. A veces, otros lo hacen por ti. Marta Rebón
pertenece a esa estirpe, y aquí, lo hace desatadamente, con mucho
talento y buen gusto, reinterpretando su mundo y la literatura que le
es afín, en este libro sorprendente de hermosa edición.