Tal vez este fracaso alarmante de nuestros contratos sociales esté esperando una respuesta de otra índole. Una respuesta que algunas voces articulan ya en lo que denominan el metaverso, único mundo digital, disponible las 24 horas del día y de manera universal, en el que podemos interaccionar, tener relaciones y realizar todo tipo de transacciones como si fuese el mundo físico. Esa visión idealizada del metaverso, dicen, abrirá puertas a un mundo digital potencialmente perfecto, donde podamos adoptar distintas personalidades, realizar nuestros sueños, superar nuestras limitaciones, viajar sin restricciones, acceder a entretenimiento ilimitado, desarrollar nuestra creatividad, aprehender el mundo y alcanzar, finalmente, el ansiado éxito en la vida, o mejor dicho, la cibervida.
Tal vez ahora, más que nunca, conviene recordar que nuestra libertad no se juega nunca en las decisiones y costumbres, sino en los ejercicios de interpretación. De ese mundo anunciado donde todo parece estar claro, expuesto a nuevos valores y verdades iluminadísimas, surge como espejo Nos tragará el silencio (Baile del Sol, 2021), la última novela de Miguel A. Zapata (Granada, 1974), un libro complejo y denso, que aborda la metamorfosis de la realidad convertida en un nuevo orden, una parábola nada complaciente sobre la libertad y las diferentes maneras de alcanzarla, agitarla, perderla o elegirla. Zapata parte de un entramado narrativo escrito en primera persona que deriva en un ensayo político, económico y social. Eso sí, sin dejar de marcar su acento novelesco de fábula representativa de algo parecido a la cibervida que, cada vez más, va imponiendo sus canales de comunicación, archivo y rastreo con fines de control sobre los usuarios.
El Autor nos presenta un estado impostor representado en su propia nomenclatura, La Hiedra, un ente todopoderoso, un simulacro decisivo, regenerador y, por tanto, alienante, que persigue regular cualquier desvío social en la vida de los ciudadanos que conforman su ámbito de control. El narrador nos cuenta que es captado para continuar abasteciendo al sistema de análisis de la realidad. Será un compilador de datos para la corrección social. Su mirada, como así nos cuenta, “es la de un niño que va descubriendo cosas al mismo tiempo que las va nombrando”. Sus conversaciones con otros personajes que van apareciendo por los distintos módulos, como Oscar Montes o Dimas Guebara, le van abriendo los ojos sobre el funcionamiento de la maquinaria de La Hiedra, de cómo “te arrastra de forma sibilina y te impide analizar los perfiles concretos de lo que sientes, de lo que crees que debes sentir”.
Nos tragará el silencio es, stricto sensu, una dialéctica, es decir, una relación lingüística, también, entre partes y todos, entre palabras y actos: entre acrónimos y frases, frases y párrafos, párrafos y texto, texto y contexto; entre realidad e ideas, entre estructura e individuos, un armazón inmerso, eso sí, en los límites de la soberanía popular y la capacidad de mutación de un Estado tan omnipresente como invisible, partiendo de inquietantes premisas que podríamos considerar nada exentas de fundamento histórico. En esa gran colmena y orden botánico que representa La Hiedra, no le interesa el pensamiento único ni el control de la información, sino el fin predispuesto en su origen: el deseo de establecer el silencio de la población con el máximo ruido posible de una información sobreabundante. ¿Cómo hacerlo y para qué? Por medio de los dispositivos de la ciudadanía para llegar así a otra forma de silencio, aquel que surge “del vacío que queda tras el choque de millones de datos lanzándose sin control hacia los usuarios”, hasta dejarlos sumidos en la inacción de sus derechos.
Todo un sabotaje incruento propiciado desde el poder establecido por La Hiedra para que la libertad quede desacreditada y delimitada por la ingente maquinaria que representa, y que avanza desde su propio subsuelo hasta la superficie, para que de esta forma, el legislador, valiéndose de las ILP (Iniciativas Legislativas Populares), una franquicia del ciudadano dispuesta para que el Estado se obligue a sancionarlas, como árbitro y hacedor del rumbo y bienestar de la colmena. Zapata no ceja en dar rienda suelta a su imaginación exuberante y humor cáustico a través de una trama vaporosa, en la que la indignación y la resistencia, que son las que verdaderamente impulsan los valores democráticos basados en la ética, la justicia y la libertad, han quedado relegadas, más bien parecen haber sido engullidas, sin apenas ruido, por un nuevo patrón.
Zapata relata la cosmovisión de ese nuevo orden, sí, como la apología de lo que se avecina, un nuevo gobierno del mundo, tal vez inducido irremediablemente por la apatía, la costumbre y el ensimismamiento del ciudadano de hoy. De La Hiedra no escapará nadie. Sus tentáculos, nos viene a decir, alcanzan pilares básicos, como la educación, la historia, la economía, a las que se añade la digitalización de todo lo concerniente a cada ciudadano registrado. La Hiedra viene determinada por su utilidad como centro de internamiento en el que la población, por voluntad propia, se deja fiscalizar, aceptando el fin regenerador del sistema. No hay vislumbre optimista que cambie el panorama de iniquidad establecido, sino que todo concluye, irremediablemente, en ese silencio desolador que anuncia el título del libro. Si alguien lee estas páginas no podrá soslayar la hostilidad de La Hiedra y mucho menos, asentir la perversidad de su naturaleza.