Contar
historias es una de las prácticas comunes de la vida social.
Siempre se han contado historias y se seguirán contando, escribe
Ricardo Piglia en sus
Conversaciones en Princeton,
y si pensamos en el futuro, “estoy seguro de que la narración
persistirá porque es el gran modo de intercambiar experiencias”.
Nos hacemos mayores, pero no cambiamos, en el fondo seguimos siendo
criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y
la siguiente, y otra más. De ahí se explica que haya hombres con
cierto ardor dispuestos a contar su vida, sin haber sido ejemplar,
tan solo por el hecho de tener un puñado de verdades en el hueco de
la mano, como diría Pío Baroja,
para esparcirlas a todos los vientos y que otros las escuchen.
El
profesor de Derecho Internacional en la Universidad del País Vasco,
Juan M. Velázquez
(San Sebastián, 1964), autor del libro de relatos Secundarios
de lujo (2006) y de las
novelas Hombres sin suerte
(2010) y Algo que nunca debió pasar
(2012), pudo constatar que lo dicho por el novelista vasco y el
escritor argentino se perpetúa, incluso de manera insólita. En
abril del 2013, cuando presentaba la última de sus novelas en San
Sebastián, en la biblioteca de la prisión de Martutene, al final
del acto se le acercó uno de los reclusos asistentes, cargado con
una enciclopedia abierta por el lugar donde se hablaba del asalto al
Banco Central de Barcelona en el año 1981 y se destacaba el nombre
del cabecilla: José Juan Martínez Gómez,
conocido en las fichas policiales y en la prensa de la época como El
Rubio,
el mismo que portaba el tomo, el mismo que se presentaba ante sus
ojos. Así se conocieron el autor y el narrador de lo que se
avecinaba. A partir de aquel encuentro, según se cuenta en el
epílogo de la obra, la historia a escribir ya no se hizo esperar.
Algunos me llaman
El Rubio
(Arte Activo Ediciones, 2016) es el testimonio novelado de un hombre
que eligió ser un delincuente, un fuera de la ley, una vida
escapista contada por él mismo, un relato que propone una verdad por
boca de su personaje: una verdad huidiza, profunda, ambigua,
contradictoria, irónica y elusiva, una verdad, en todo caso, moral y
propia de la existencia de un ser sin atributos, nacido para la
aventura, el riesgo y la huida, dispuesto a saltarse las normas
establecidas hasta jugarse la vida por ello.
El
Rubio
cuenta que la realidad que ha vivido desde su infancia era un
territorio ingrato que no le aportaba ilusión y, aunque confiesa que
el camino emprendido por él no proviene de ningún desarraigo
familiar, reconoce que quizás todo tiene que ver con su
animadversión a las normas establecidas y por un deseo irrefrenable
de aventura y una cierta actitud anarquista, en oposición a lo que
el sistema impone.
José
Juan Martínez Gómez
hizo de su vida una novela épica, sin tener que acudir a la mentira,
aceptando ser quien es, un delincuente consumado, con más de
cuarenta años entre cárceles y reformatorios, y que empezó a
conocer motu
proprio
el valor del dinero y la importancia de obtenerlo a golpe de asaltos.
Acabó viviendo lo que había imaginado, acabó convertido en un
atracador al servicio del mejor postor, un ladrón preocupado por
robar en serio, enfrentándose a la policía, siendo perseguido y
golpeado por ella, un hombre sin rutinas ni horarios y sin adicción
a las drogas, solo apegado al dinero contante y sonante. “El
dinero, así de simple –nos dice en una de sus escaramuzas–, no
hay otro lenguaje más sencillo que recibir y pagar, el resto son
subterfugios, rodeos, palabrería. Los favores que se piden a los
amigos también se pagan tarde o temprano”.
Más
allá del gran golpe al Banco Central en el que hubo algún herido,
el asalto más espectacular perpetrado a una entidad financiera en la
historia de nuestro país, que duró treinta y siete horas, con casi
trescientos rehenes, y que puso en jaque, no solo a la policía, sino
a todo un gobierno, debido a la trascendencia y a las extrañas
circunstancias que rodearon el caso, presuntamente auspiciado por los
servicios secretos, las fechorías de El
Rubio, a
pesar de haber sido innumerables por distintos lugares de España y
Francia, nunca causaron muertes, un empeño que siempre le
caracterizó.
Estamos ante un estupendo relato, un libro confesional de corte
realista contado sin excesos y muy bien pertrechado, gracias a esa
fuerza narrativa que imprime la voz en primera persona de su
narrador, capaz de encandilar al más desconfiado de los lectores.
Flaubert
lo decía de una manera muy explícita: “Un autor en su trabajo
debe ser como Dios en el universo, presente en todas partes y no
visible en ninguna”. El libro que firma Juan
M. Velázquez
lleva esa magia literaria apuntada por el maestro francés que tanto
nos gusta a los que no paramos de leer historias de vidas azarosas y
apuradas hasta que el aliento nos dure. Este relato de El
Rubio posee
esa gracia que engancha.